Diana corrió hacia los ascensores, con su melena alborotada y rizada, pues esa mañana se durmió y ni tiempo había tenido para arreglar su cabello. Sofocada entró en el ascensor y resopló al observar su imagen reflejada en el espejo. Odió que el elevador le devolvió el reflejo que le recordara su imagen en aquel preciso momento.
Pensaba cómo arreglar aquel alborotado pelo cuando el ascensor se paró en la primera planta, no prestó atención a las cuatro personas que entraban en ese momento pues su móvil había sonado con la llegada de un mensaje, en el Diego le reprochaba el desastre de cuarto de baño con el que tuvo que lidiar al levantarse. «Qué quieres, hijo. Si apenas he tenido tiempo de lavarme los dientes», pensó mientras intentaba teclear una contestación que quedó parada ante el susurro de una voz cerca de su oreja.
—Parece que alguien llevaba prisa esta mañana.
La voz varonil que invadió sus oídos recorrió todo su ser activando la alerta en ella. No lo miró, no hacía falta, sabía de quién era esa dicción. Sus mejillas se tornaron de un color rosado al recordar su imagen descuidada. «Mierda, de todas las personas que trabajan en este hospital, tengo que coincidir precisamente con él», pensó, buscando una excusa para su aspecto.
—Buenos días, doctor Carmona. Está mañana se ha ido la luz en todo mi edificio, un desastre. ¿Se lo puede creer?
Él sonrió ante su titubeante y nerviosa voz y, doblando un poco el cuerpo hacia ella, tomó entre sus dedos un mechón de su rizado cabello.
—Rizado también te sienta bien.
Guiñó su ojo derecho mientras dibujaba en su perfecto rostro una pícara sonrisa que quedó congelada en el mismo instante en el que nació.
«Contrólate, Santi, no te pega jugar al doctor seductor. Además, recuerda que la chica tiene novio», se amonestó en sus pensamientos mientras soltaba el mechón y volvía a quedar rígido ante ella, sin percatarse de la perturbación que sus palabras habían ocasionado en Diana.
—Me bajo aquí —anunció ella controlando la respiración que se le aceleraba debido a la cercanía con él.
Las puertas del ascensor se cerraron de nuevo y Santi entornó sus ojos ante el desconcierto que reinaba en él. No llegaba a entender cómo podía sucederle aquello, era un hombre disciplinado y con un absoluto control de sus emociones y sentimientos. Su lema desde la muerte de su madre rezaba, si no sientes no padeces.
Cuando Diana entró en el vestuario de enfermeras su rostro ya había recuperado su color pálido habitual, pero su corazón quedaba lejos de retomar su ritmo normal.
—Hola, Almudena. —Saludó a su compañera mientras marcaba los números que abrían su taquilla.
—¿Qué tal, Diana? Espero que vengas preparada, hoy el día se prevé muy intenso, yo llevo ya tres horas de mi turno y estoy agotada.
—No tienes buena cara, la verdad, ¿necesitas algo? —se interesó ella ante la expresión de dolor de su compañera.
Almudena era una de las enfermeras de la planta de cirugía de cardio. Por lo que le había contado Diego, era la mujer que más conocía al doctor Carmona y la que le ayudó tras la muerte de su madre.
—No, cariño, he venido para tomarme una de mis pastillas. Las migrañas y yo somos viejas conocidas.
Diana le sonrió con dulzura y comenzó a cambiarse, llevaba ya retraso y no quería ser amonestada por la coordinadora. Algo que no dio resultado, pues cuando iba a salir Cata entraba en el vestuario.
—Vaya, Diana, veo que hoy ni tiempo para peinarte has tenido. Te recuerdo que la imagen es importante en este hospital, no puedes pasearte con esa melena de leona por los pasillos.
Con rabia le tendió una goma para el pelo que Diana tomó Improvisando un moño ante la atenta mirada de aquella repulsiva mujer.
—Lo siento, no volverá a ocurrir —contestó sin entender por qué Cata tenía aquella mañana tan mal humor.
—Que no se repita, y ahora corre que ya llegas tarde a tu turno y la planta de trauma está falta de personal. Hoy dos compañeras no han venido por tener la gripe.
Sin contestar, Diana abrió la puerta y se encaminó hacia el ascensor que la llevaría a la planta décima donde se encontraba trauma. Al entrar repasó con disimulo a las personas que allí se encontraban. Mordió su labio inferior al darse cuenta de a quién buscaba. Un suspiro se escapó de su boca al recordarlo y se obligó a centrarse en su trabajo y olvidar los sueños románticos que anidaban en su estúpida cabeza.
—Menos mal que llegas —le apremió una de las enfermeras de la planta—, debemos preparar las ocho altas que ha dejado firmadas el doctor Martínez para poder dar paso a los nuevos ingresos que esperan en observación.
Diana, sin perder tiempo, se puso a ello, olvidándose de todo y concentrarse en la faena asignada.
Una hora después se cruzó con el doctor Martínez en el pasillo.
—Hola, Diana. —Saludó Julián sonriente.
—Hola, doctor, acabo de terminar las altas que necesitaba; pero preciso que me firme esta, es la única que falta.
—De acuerdo —dijo mientras tomaba el dosier que ella le entregaba—. ¿Qué tal todo?
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Editado: 01.03.2021