No me atreví a avanzar más en el campo de las hipótesis, porque
hubiera tropezado con alguna otra imposibilidad que habría hecho dar un
salto
Julio Verne
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Ella es como yo.
~~Edward Zetch~~
Ella sabía que era dañina para mi. Para todos.
Sus ojos contaban perjuicio y sabía que no estaba bien.
Le dejé una noche, sola.
Al siguiente día no fue a la escuela.
Luna no estaba bien. Entendía sus misterios pero Samuel era el centro de referencia. El marcó el antes y el después de sus dolores.
Decidí llamarle pero mis acciones fueron vanas. Investigué como un acosador su dirección y después de 3 horas coincidí con su casa. Era sábado y ya mediodía.
Para poder llegar mentí a mis padres.
Les informé que saldría con unos amigos al centro comercial y aquí estaba yo, en la ventana de la habitación de Luna, observándole dormir hasta tarde.
Dí unos cuantos toques en el cristal hasta que despertó. Sus cabellos oscuros estaban perfectamente enredados que le daban un toque rebelde. Afortunadamente tenía pijama, de un color rosa. Hubiese preferido que no lo tuviera pero con Luna todo era distinto.
Al abrir su ventana distinguí que sus manos estaban cortadas y agrietadas, parecidas a las de Julia. En sus antebrazos tenía bandas de gazapos para proteger alguna herida. Intenté que me explicara acerca de todo lo pasado en el momento en que su madre toca la puerta.
—Luna —sonó la voz de una mujer cuarentona —haz el favor de bajar y haz la cama antes de venir cariño
—¡Enseguida mamá! —exclamó con aquella fina voz que la hacía lucir mas adorable de lo normal
—¿Qué ocurrió? —pregunté
—Samuel me hizo uno de ellos —me quedé perplejo mientras ella se expresaba con ese mohín desaliñado — ahora soy una especie de fanática por la sangre
—Tu sarcasmo me hace reir —no dudé en contarle —yo también soy una especie de psicópata enamorado de la vida
—En serio —empecé a asustarme —aléjate sino quieres ser como yo
Se apartó de mi lado y se cambió de ropa delante de mi, hizo la cama y se fue. Me dejó en su habitación mientras mi autoestima descendía a una velocidad tan grande que quise suicidarme tan rápido hasta que le oí desde la otra habitación:
—vienes a desayunar o no?
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¿Qué creerían los padres del pedazo de miel que me incitó a besarle y posiblemente le haya hablado de mi?
¿Cómo reaccionarían al enterarse que no entré por la puerta principal?
¿Quién entra por la ventana?
Me decidí adelantar a Luna mientras su padre me estrechaba la mano y su madre me saludaba formalmente con besos a cada mejilla. Me resultó familiar aquella escena. Mis padres, nunca sentí ese amor paternal que expresaban los progenitores de Luna.
Entendí que no era necesario desayunar a mitad del día pero no podía rechazar tal oferta después de no haber comido nada dentro de todo lo que había de mañana y tarde.
La madre preparaba unos huevos revueltos mientras que su padre horneaba renanadas de pan.
—¿Cómo te llamas? —preguntó el padre
—Edward —me apresure en contestar —.¿Y usted?
—William —asintió hasta dejar su cabeza gacha —William Midnigth
—Y usted debe llamarse Tiara —me dirigí a la mujer —Luna me ha hablado muy bien de usted
Servían la mesa con un amor que todo parecía ser un universo paralelo de la realidad. Comenzamos a comer mientras que el señor Midnigth rompió el silencio
—Muchacho —fruncí mi entrecejo —¿Sabes porque nuestro apellido es tan raro y parece sacado de una saga televisiva?
—No —le miré —¿Por qué?
—Siempre fuimos personas de honor y buena posición económica —suspiré a creer que todo sería una aburrida clase de historia antigua acerca de una familia aristócrata —nuestro antiguo apellido, el de los abuelos de mis padres era una palabra muy larga: Euphödigreg, una palabra alemana e italiana.
Me convenció la charla y seguí escuchando aquella clase
—Eran los grandes, fuertes y poderosos Euphödigreg, —decía esas palabras con un orgullo tan grande resaltantes en todas sus expresiones —pero esos tiempos no eran iguales a los de ahora. Los inmigrantes eran destituidos de toda gloria americana y sus reseñas eran destituidas de sus nombres. Nuestra familia fundó esta ciudad y fue quemada por los americanos, entonces, unimos dos nombres y creamos un apellido.
—¡Papá! — exclamó Luna —Edward no necesita toda esa historia de los alemanes
—Si quiere estar en la familia es su obligación saberla — William entonó aquellas palabras con un aire desalentado tan desteñido que me causó un interés en su nombre
—y senor William —añadí tan formal que me sentí un extravagante mercader de especias —si vosotros odiais a los americanos, es decir, sus padres, entonces. ¿Por qué su nombre es particular del Inglés?
—Joven Edward —me sentí halagado con tal inversión —cada familia guarda secretos oscuros y perversos, cada persona tiene un pasado y queda borrado al olvidarlo
Me asustó tal confesión hasta que mis ojos se dieron la vuelta a la mujer mayor, estaba apenada y dolida según su rostro y Luna, estaba cabizbaja. Ambas sabían que no era algo simple, sino un secreto de negruras y maldades.
Subí directo a la habitación de Luna junto a ella mientras que sus padres se desviaban a otro lugar.
—¡Te has vuelto loco! —exclamó con furia —William Midnigth es la persona más rencorosa que existe en la faz de la tierra y es más cruel que todo el Sacramento
—¿Sacramento? —agregué dudoso —¿Qué es el Sacramento?
—¡Asesinos! —gritó —Preocúpate por mi padre; Él es lo peligroso
—¿Pero cuál es el misterio de tu apellido?