El libro estará escrito en párrafo alemán así que con toda intención no tendra sangrías positivas ni negativas
Comencemos con lo importante:
Es molesto tener la sensación de estar perdido sin ningún tipo de noción del lugar que te rodea. Por eso, y porque es mejor lo que no es peor, proseguiré a describir con los mayores detalles el lugar en el que ocurrieron los hechos de esta historia.
Anej Nereb era una extensión territorial aislada del resto del mundo por una cadena montañosa. Sin embargo tenía muchos senderos que conducían a las locaciones aledañas. El principal de ellos era conocido como "El sendero" un nombre descriptivo para un trayecto de arena de grandes proporciones que desembocaba en las otras poblaciones no pertenecientes a Anej Nereb.
Si este lugar hubiera sido visto por alguien desde el cielo, este observador hubiera contemplado un círculo montañoso con una apertura en el lugar donde estaba "El Sendero". En el centro de este círculo otro círculo más pequeño, era el centro poblado principal de Anej Nereb. Un poco a la izquierda de la línea imaginaria formada entre el inicio de El Sendero y el poblado principal de Anej Nereb existía un castillo.
Si se seguía El Sendero hasta el final (cosa que podía tardar unos días a caballo) y se continuaba hacia adelante, se llegaba al reino vecino. El reino vecino era una vasta región gobernada por un supersticioso rey de quien nos referiremos más adelante en esta historia.
A los costados del reino vecino existían otras dos grandes naciones que ejercían su influencia en los demás reinos, y en los alrededores de éstas dos había otras que no influían lo suficiente de manera directa sobre Anej Nereb como para mencionarlas a todas en estos momentos.
En el valle circular que encerraba a Anej Nereb, había en dirección contraria al “El Gran Sendero” (otra forma de referirse a “El Sendero” principal) una suave, pero, constante pendiente montañosa que terminaba en un mar interminable de lomas y colinas cubiertas de pasto con uno que otro árbol observado a la distancia.
Terminando con la descripción del terreno describamos a sus habitantes:
Anej Nereb no le bastaba con ser una especie de gran aldea, casi una ciudad, él era además un reino. Un reino suele necesitar de un rey. Y aunque algunos reinos les dan poca importancia a sus reyes en Anej Nereb era alguien muy importante.
El rey de Anej Nereb era un personaje misterioso, mítico y para ciertas personas hasta alguien legendario. Salía poco de su castillo, más por pereza que por cualquier otra causa. Aún cuándo no todas las personas de ese pequeño reino conocían al rey, era una figura pública al que se le tenía un respeto prácticamente familiar.
Los habitantes no tenían nada que envidiarle al rey. Anej Nereb era un reino feliz. Los reinos que son felices quieren a sus reyes y la envidia por sus riquezas no tendría cabida ni aun con los mayores lujos y pomposidades de los estos últimos. Un reino triste por el contrario odiará y empezará a odiar a su rey hasta en sus mayores humildades.
Su aislamiento y la variedad de su industria le había dado a Anej Nereb una gran prosperidad desde siempre, por eso siempre querían a la figura del rey.
El rey sin embargo, guardaba un secreto. Sus consejeros, su hijo el príncipe y él mismo eran demonios.
El castillo era una construcción ejemplar, tenía una arquitectura complicada con habitaciones, pasillos y salones cada uno con una distribución tal, que cada pared, cada espacio y cada techo era una obra digna de contemplar, menos por su riqueza de detalles y suntuosidad, que por su belleza y su capacidad de generar sensaciones diferentes en cada lugar en el que se ubicara cualquier persona que estuviera resguardado en él. El castillo contaba además con varios jardines internos.
En una de esas habitaciones, concentrado en los arabescos, relieve y detalles de esas paredes doradas y blancas que reflejaban la gracia de la creación, contemplaba el príncipe, aquel demonio aprendiz, aquella habitación que tenía una interesante disposición de adornos de tela morada en las alturas. He aquí señoras y señores al protagonista de nuestra historia.