El Sauce De Adelaine

CAPÍTULO VII

Quinta Parte

 

|blessures de cristal.|

- Yo no... No sabría percibirlo. - confesó ensimismada.

Adelaine, fijó su mirada en la joven rubia frente a ella y no supo que interpretar ante aquello. Ella jamás habría de pasar por una situación así de, difícil, pero sobre todo, de traumática experiencia. Poco sabía del origen de Marisol, únicamente que llevaba tres años en aquél internado, su nombre y más nada, claro que con el tiempo logró recopilar una serie de información, pero muy vaga y pobre, sobre ella. Y a diferencia de Adelaine, de la cual sabía gran parte de su intimidad, ninguna sabía más allá de lo concretamente dicho entre ambas. Parecía cómo sí, cada una de ellas se esperara por cuidar de un tesoro apreciado, cristalino y vulnerable. Su privacidad era lo único de lo cual ambas cuidaban con vehemencia.

Tal vez por aquél flagelo en el que vivían, se sentían en la obligación de guardar con celo su privacidad, su intimidad, eso que ya nadie más les podía quitar. A ambas les habían quitado mucho en el camino, a Adelaine, su amor, su libertad, su opinión, su seguridad. Y a Marisol, a Marisol, le habían quitado la inocencia, su esencia, el cielo. Ya nos les quedaba mucho, y lo poco permanecía ocultó guardado con recelo y temor.

- Lo siento. - expresó acongojada.

Marisol, le observó y una sonrisa melancólica se dibujó en sus labios carnosos.

- No...Yo...yo también lo siento.- confesó apesadumbrada.

Ambas se observaron con la mirada inmersa en tristeza y con un pequeño brillo latente. El brillo que ambas compartían a pesar de todo; del horror, del desastre, del desahucio, de la pérdida.

- Adelaine, Marisol. - les llamó

Ambas voltearon a ver a la muchacha que les hablaba. Sentadas en los costales de harina ambas muchachas decaídas contemplaron a la joven.

- ¿Qué hacen? El sermón del día ya dará comienzo, vamos. - avisó.

Ambas jóvenes predispuestas se levantaron y sacudieron sus telas en tonos pastel y al final terminaron por sonreír alegres una a la otra y tomadas del brazo ambas salieron de la cocina encaminándose a la parroquia.

Aquél día fue extrañamente familiar para ambas, en el transcurso del día a pesar que todo sucedió con la cotidianidad tan habitual, ambas sintieron esa familiaridad, ese sentimiento. El sentimiento de hermandad, cálido y abrigador, extraño y distante. Ése qué hacía mucho no sentían, la noción de un sentir compartido.

- Sí tan sólo llamará. Digo, el descaro. - comentó.

Merida, contempló a Silví, su vecina, conocida por ser una mujer petulante, presuntuosa y de moral dudosa. Bisnieta del vizconde de Cavernè. Silví no tenía nada más qué hacer con su vida, que presumir de un título en decadencia y ser una mujer hipocondríaca y vanidosa, regida por la aristocracia dictada y exigida por la familia de su esposo.

- No me interesa. - develó apática, Mérida.

Ya no le quedaba más por hacer, que terminar en el jardín de la propiedad de Silví, en dónde se quejaba de su matrimonio deshecho.

- Mmm, muy mal querida. Lo que deberías hacer es gastar fortunas en prendas.- aconsejó.

- No, con la situación actual, lo último que quiero es eso. Marcharme sería lo más racional. -

- ¿Irte? ¿A dónde? - cuestionó la mujer.

- A mí hogar. - confesó.

La mujer rió divertida.

- ¿Qué hogar, Merida? Tú ya no tienes hogar, desdé que saliste de aquella puerta te quedaste sin hogar, sin familia y raíces. Ahora es lo que construiste, ése es tú hogar.- difirió.

- Y dices que no tengo nada. - señaló.

- Claro, tú familia. Mérida, tu esposo y tus hijos, tu apellido y tú casa.- aclaró.

- Entonces no tengo nada. - evidenció desolada.

- No dramatices. Tienes un apellido y eso ya es mucho. - atajó vacilante.

- ¿Mucho?- consternada cuestionó.

- En esta vida no tenemos mucho a qué aspirar. Nacemos sin nada, en el camino reunimos poco, con suerte y dejamos un legado y al final, nos vamos sin nada más qué tristeza y pesadumbre. - añadió amarga.

- Y dices que conformarse es la recompensa. -

- Conformarse es mucho mejor para nosotras. En todo caso ¿Acaso tuviste otra opción?- cuestionó expectante.

- No, no la tuviste porque no existe. En esta vida para nosotras jamás habrá más opciones. - zanjó.

- Esto es el infierno. - expresó amarga.

- Un infierno cómodo. - añadió.

- Pero al final un infierno.- resolvió.

 

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En el texto hay: primeramor, sufrimiento y lucha, epoca

Editado: 20.08.2023

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