CAPÍTULO IX

Union

- ¡Ah! ¡No me atrapas! - exclamó risueña la joven.

Nathalia sonrió al vislumbrar a la joven Adelaine, que corría frente a ella por el prado, tras ella su joven hermano que sonriente la correteaba, detrás de él su hija Griselda le perseguía. En la sombra de un olivo descansaba la mujer en compañía de Merida y madame de Shathière, ambas mujeres reían mientras ella volvía a su costura.

- ¡Qué anticuado! - se pronunció de Shathière.

Merida la acompañó con una risilla.

- ¡No me atrapas! - rezongó la joven de ojos verdes con picardía.

Jacob indignado apresuró el paso a su encuentro y al verle, Adelaine pegó un chillido asustado para proponerse escapar de él.

- Esos niños no sé cansan de jugar. - evidenció la invitada.

Merida negó.

- En realidad él casi nunca juega, o al menos no sé lo toma en serio, si no es con Adelaine no. - aseguró la madre.

Nathalia levantó la vista y la posó en los jóvenes agitados que brincaban de un lado a otro por el campo vestidos con ropa de tonos claros, a la sombra de un árbol sus dos hijos junto a los otros muchachos de la señora
Shathière descansaban bajo un manzanal a su sombra con vasos de limonadas.

- Es muy extraño. Él se ve muy apegado a ella. Los hermanos no suelen ser así a menos que sean mellizos. - opinó la mujer.

Merida dejó de sonreír lentamente para beber de su vaso, mientras la otra mujer les observaba interesada a ambos. Nathalia también fijó su atención en ellos, y las tres mujeres fueron testigos de cómo Jacob la tomaba en brazos por la espalda y la alzaba con delicadeza y fervor mientras ella reía con tal alegría y esplendor, radiante.

Él instintivamente la cogió de las piernas y en brazos mesura y cuidado la dejó lentamente descansar en el pasto, mientras ella reía y él sonriente la contemplaba sin soltarle.

Le acarició el rostro y robó uno de sus cabellos y lo ocultó tras su oreja, perdidos en la mirada uno del otro, ella elevó delicada su mano y la posó en su húmeda y colorada mejilla de piel tersa y suave.

Aquella escena parecía salida de una historia de amor y capricho profundo, como una obra de teatro, esa de amores impredecibles y dulces, cómo la de Romeo y Julieta.

Eso le pudo parecer a cualquiera de los presentes, pero ellos sabían algo que debes en cuándo los jóvenes agitados parecían olvidar.

- Es la relación de hermanos más extraña que he visto. - confesó inquieta la mujer.

Tan inquieta cómo todos los ahí presentes. A excepción de Nathalia y Merida.

Las cuales se observaron de reojo fugazmente.

Sin que ellas lo imaginarán ambas pensaron lo mismo en aquel momento.

Entonces con el pasar del tiempo ambas acordaron un pacto que definiría el futuro de ambos hermanos. Uno que los perjudicaría de manera que nadie se imaginaba.

Ese que sellaría el camino a la desgracia total y al arrepentimiento y resentimiento eterno.

¿Pero, quién es capaz de imaginar qué cuando se ama con tal intensidad también se lastima con la misma?

En aquel prado llegado el ocaso tirados en la húmeda hierba, ella recostada escuchando sus latidos y él sintiendo su calor puro en la fresca brisa se susurraron apacibles.

- Te dedicaría todas las mañanas de octubre y todas las noches de junio. - recitó él joven en tono suave.

Ella sonrió cómplice y acarició su pecho para levantar su cabeza y verle fijamente con ternura.
- Las olas, mías son, del pecho sangrado y alma, brazas ardientes, ceniza danzante. Tuyas son la espuma, el rojo vivo del calor y profunda devoción de mi amor.- acompañó

El suspiró risueño con una sonrisa embobada y la mirada endulzada y resplandeciente.

- Qué en esta vida nos amamos.- recitó él. - Y en la siguiente nos encontremos. - terminó ella.

- Y en la siguiente nos encontremos. - repitió él.

Ambos sonrieron y contemplaron el último rayo de luz bañar sus rostros.

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