Notes funéraires
Como el humo denso escapando de las chimeneas, condensado salía al exterior, el humo sé volvía uno con el viento y el cielo gris de Londres.
Aunque desde aquella ventana no le parecía tan real la vista de aquel día, parecía todo aquello, la imagen de un cuadro borroso y bizarro. La noción del tiempo se volvió inexistente, cómo todo se detenía y sin seguir su curso volvía maltrecho y escabroso el pasar de las estaciones.
Para Merida todo aquello se sentía tal cual. El viento más frío y agitado, los espacios más vacíos y tenues, las noches más desoladoras y gélidas.
Frente al lienzo en blanco con un pincel en la mano derecha y con las lejanas notas del piano siendo tocadas por su hermana Victoria tras ella, le parecía poco encantador aquella vista lúgubre y triste.
Tres meses en luto. Tres meses en los cuales el Señor Lumberth había fallecido por una fiebre que lo obligó a abandonar la esperanza de un mañana.
Durante ése tiempo nada mejoró, desconsolada la señora Adele y sus hijas Lizeth, Victoria y Merida permanecían en la peor de las penas.
Luego del trágico imprevisto la familia se vio en una situación de condición económica precaria. De no haber sido por el compromiso de una de las Lumberth probablemente la situación no hubiera sido favorable para tal momento tan angustiante. Pero gracias a la benevolencia de los Bélanger que asumieron todos los gastos del funeral y demás no hubo sido posible afrontar tan dolosa desdicha.
Ahora tras unos meses de duelo Lizeth fue la primera en marcharse a los pocos días, y únicamente Victoria había permanecido en todo este tiempo al resguardo de su familia.
- ¿Merida? - pronunciaba Victoria.
Lejano y casi inexistente resonaba el llamando de la mayor hacia la menor.
Angustiada Victoria le llamaba por tercera ocasión a su hermana menor que desde lo sucedido parecía cada vez más ausente y distante de todo y todos.
Taciturna y de semblante entristecido Merida permanecía sentada contemplando la ventana, por el alrededor de veinte minutos desde su llegada a la habitación, con la pura intención de tratar de complacer a su madre ya que tras meses sin ver a su hija pintar se vio preocupada y en el desesperó de pedirle que volviese a hacerlo.
Algo poco usual en ella, pues la única preocupación constantemente de Adele era el buscar un buen esposo para su hija más pequeña.
Pero Merida no pensaba ya en ninguna cosa, ni en pintar, ni en matrimonio. Ya no pensaba en nada últimamente, solo sentía dolor, un dolor inmenso y terrible.
Padecía el peor de los sufrimientos, la pérdida de un ser querido. El perder a su padre.
Y en el camino también perderse así misma.
La joven de hace tres meses pareciera una completa desconocida a ojos de la joven. Ingenua y caprichosa solo pensaba en ella y sus necesidades.
Si tan solo hubiera aceptado cansarse pronto, tal vez, su padre seguiría vivo. Sí tan solo... sí tan solo.
-¿No volverás nunca más a pintar?- preguntó.
Merida absorta en sus pensamientos no respondió.
- Al menos inténtalo.- insistió preocupada.
Merida suspiró cansada.
-¿Con qué sentido?- inquirió en un susurro.
- Con el sentido de desahogarte.- respondió en tono suave.
- A veces llorar no es suficiente. - prosiguió.
- ¿Y qué hacer cuando ya no se desea hacer ninguna de las dos?- cuestionó melancólica y débil.
Con una mueca total de preocupación Victoria se mostró afligida ante las palabras de su joven hermana. Que en tristeza amarga parecía irse hundiendo lentamente.
- ¿Qué hay de tú compromiso?- inquirió expectante.
Victoria se enteró repentinamente del compromiso de su hermana en la reciente partida de su padre. Después de pasar meses lejos de su hogar y ahora portando el sagrado habito que había elegido, muy en el fondo esperaba la respuesta de su hermana. Respuesta que no se convertía acordé a la situación en la cuál se encontraba justamente la menor.
Si a Merida ya no le importaba nada, ni siquiera su bello arte, entonces, cómo le importaría un compromiso e incluso la idea de un matrimonio.
- ¿Lo harás? ¿Te casarás realmente con ese hombre que no conoces de nada? - cuestionó dudosa.
Y Merida aguardó silencio, se sintió agobiada ante tantas preguntas, ante tanta presión, sentía que todos esperaban algo de ella, que debía decidir y tomar decisiones. Y ya para ese momento se sentía demasiado agotada para si quiera hacerlo, ya no quería pensar, ya no quería decidir más sobre nada.
Ya no quería sentir.
- ¿Por qué lo dices en ese tono? Como si fuera una aberración. - respondió sería.
- ¿Y no lo es? ¿Por qué casarte con él? - demandó exaltada.
- ¡¿Y por qué no?!- respondió ofuscada.
- Tú no eres así Merida. - añadió severa.
- ¿No? ¿Y entonces como soy? ¿Quién soy yo Victoria? ¿Una pobre muchacha sin padre, sin futuro, desdichada y pobre? ¿O acaso una viuda infeliz? ¿O tal vez una monja arrepentida? - expresó mordaz.
Victoria negó con el semblante serio y la mirada dura a su hermana que inadvertida hería y pisoteaba todo a su paso.
- Sigue mi ejemplo Merida, tú misma los has dicho, una monja arrepentida de sus decisiones. No tomes decisiones apresuradas que mañana no te dejen dormir. - advirtió.
- No me aconsejes más hermana, ¿no ves que no pido consejo? Mis decisiones, mías son y de nadie más, al igual que mis acciones y errores y con ellos he de tener que vivir.- develó.