El secretario de los enamorados

En el cine están pasando tu película.

Después de que se fue quedaste con la luna colgando de tus labios y el foco de la lámpara que está en la mesita de noche se fundió. Ya no cuentas las horas en el reloj ni cuentas los días de la semana, ahora solo cuentas los pasos que das a diario, queriendo encontrarla por casualidad por la explanada que cruzas para poder llegar a casa.

Si, te está fastidiando un poco más el hecho de que ella ya no ronda los alrededores, que el árbol donde solían esperarse por las tardes ahora ya tiene otros visitantes, que su sombra ya cubre los sueños de algunos más y, lo mejor de todo, les ampara un rato infinito ante los ojos del universo.

Se te cansó el corazón, o al menos eso le dijiste a la amiga de tu ex para no entrar en detalles cuando te preguntó por ella y no supiste ni cómo explicar que echaste todo a perder. Que ahora estabas a punto de romper sus fotos para no verla, que guardaste las cartas que te mandó bajo llave para ya no escucharla, que no tuviste el valor suficiente de hacer lo mismo que hizo ella con todas las que tú le escribiste y que te confesó en una llamada telefónica: “quisiera poder devolvértelas”. Y sentiste como el corazón se desmoronaba en un alud interminable cuando dedujiste que las quemó.

Lo único que hiciste bien fue borrar su número para que no te traicionaran las ganas de hablarle mientras buscabas consuelo en el fondo de una botella de whisky. Lo único que hiciste bien fue no ir a la fiesta que organizaron sus amigos, tus amigos, por temor a verla. Lo único que estás haciendo bien es estar “tan envuelto en tus capas, cebollita”, tal y como le dice el burro a Shrek. Y te preguntas porque recuerdas esa película, mientras tratas de negar que el motivo es ella.

Te volviste apático y soberbio, egoísta y con un hálito de melancolía que nadie comprende. Te inventas moros con tranchetes y piensas que en el cine están exhibiendo tu película, cuando en realidad a nadie le importas.

Si, tu vida es un largometraje quizá mucho mejor que la saga de “Crepúsculo”, y se merece tu drama un Oscar, pero hasta las mejores películas tienen un final y tú estás tardando en darlo.

Caminas dando vueltas en la casa, te miras en todos los reflejos que te topas. El calendario ya no tiene días festivos, ni fechas marcadas, ni aniversarios. Desconectaste el timbre, cerraste las cortinas y eso por no poder poner tablones atravesados en tu pecho para evitar que salga el corazón en un impulso por querer buscarla.

Cambiaste la contraseña de Netflix y la olvidaste, ¡que idiota! Borraste el historial del buscador porque solo se abrían páginas de citas. No pagaste el recibo de luz y te has quedado a oscuras por tres días. Y con todo eso aun piensas: “falta que me orine un perro”. No te basta con lo que ya tienes perdido, imploras todavía una tragedia mas solo por hipotecar tu corazón en la banca de un amor no correspondido. Te cuelgas todas las noches en los cuernos de la luna y te balanceas hacia atrás, adelante, atrás, adelante…

 

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Hoy es de esos días en los que no quieres salir de casa. En los que quieres solo despertar y mirar el techo y perderte en sus profundidades.

Tuviste que cambiar tu número telefónico para evitar que te volviera a llamar, lo bloqueaste en Facebook porque sus mensajes te hostigaban, eliminaste también las últimas cinco solicitudes que creíste eran fake y que solo era él de nuevo. Y con todo eso, aun te mueres por llamarle, por decirle que estás bien. Que ya no le amas, pero que le extrañas. Que, aun sintiéndote feliz, lo buscas. Que vas de regreso por el camino largo a casa para que la casualidad se ponga de tu lado y te permita mirarlo de lejos, aunque él no te note.

Pero hoy es uno de esos días. Tomas el celular y observas la última foto que se tomaron juntos en bellas artes, la otra en el restaurant aquel donde prometieron celebrar nada, ahora que se separaron. Deslizas tu dedo y ahí están otra vez en su primer partido de fútbol y piensas: “que feo esta”, y sonries amargamente y te cubres con las cobijas hasta la coronilla, mientras tus demonios se pelean por el móvil que ya dejaste en el buro. ¡Ah, tus demonios!

En eso escuchas que comienza a vibrar. La emoción te cubre los ojos, no miras quien llama solo contestas, pero antes de hablar, escuchas la voz de una grabadora: “estimado suscriptor megacable le recordamos que…” Que el ya no te busca, que por fin logró lo que querías, que te olvidara. Que ya se lanzó a ver “Roma” de Cuarón con alguna chica de su trabajo, piensas. Pero no te preocupes puedes hacer tu deposito en el Oxxo y chance se forma detrás de ti con dos cafés andatti de los que te gustan. Total, siempre dijiste que soñar no cuesta nada. Quizá por eso no quieras salir de la cama.

Más tarde, ese mismo día, te das cuenta que el verano se está acabando que las lluvias comienzan a cesar y ya no verás las gotas resbalar en los vidrios de tus ventanas, deseando que sean tus miedos los que se escurran por tus manos. Te aferras a cualquier libro que tengas al alcance, preparas una taza de café que sabes estará menos amargo que tu vida.




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