Amelie
—Amelie que bicho te pico estabas muy extraña delante del señor, tú no eres así, te sientes mal. Habla por amor de dios. — me dijo mi prima Agnes preocupada.
—Estoy bien Agnes— le digo a mi prima que me mira extrañada.
— Estoy bien solo estoy un poco fatigada, por el agitación de las compras. —le mentí.
En realidad, estaba impactada. Aun no me recupero de la impresión, nunca me había pasado algo así, nunca me había congelado delante de nadie, ni me había puesto tan nerviosa y no era para menos. Si vi a al hombre más guapo e impresionarte, que había visto en mi vida, cuando me encontré con sus maravillosos ojos azules me quedé hechizada. Era un hombre alto, de cabellos negros, bonitas fracciones y con ese cierto aire que tienen los aventureros y los hombres de mundo. Además de que había algo feroz escondido en su mirada, como si toda su educación y galantería, no fueran mas que un barniz de civilización, que escondía no muy lejos de la superficie, a un hombre salvaje e indomable, algo que secretamente me encantaba.
Nunca, a pesar de lo que piensan mi prima y mi tía Ingrid, he querido casarme tan joven, apenas tengo 18 y quiero recorrer el mundo, y tal vez encontrar el amor en un hombre apasionado que disfrute de la aventura que es la vida. Pero siendo realista dudo mucho que lo encuentre en esta ciudad llena de aristócratas y hombres refinados, que, según mi tía, es a lo que una dama debe aspirar como esposo.
Ahora que estoy más calmada y pensando más fríamente, creo que me comporte como una tonta delante de él. ¡Ah!... no sé qué me pasó, debería haber sido más amable, y no comportarme como un cervatillo asustadizo, pero es que, es tan guapo, no se parece en nada, los hombres que he conocido anteriormente.
Llegamos a la casa y nos recibe Ingrid mi tía política, estoy bajo su cuidado desde los 8 años, cuando mis padres murieron en un incendio. Mi tío Benjamin es juez y es era el hermano mayor de mi padre. Aún tengo pesadillas en las noches después de tantos años.
—Compraron todo lo que necesitaban. —preguntó mi tía, apenas entramos por la puerta.
—Si madre, si ves la de cosas increíbles que hemos comprado. Dijo Agnes entusiasmada. —Nos encontramos con un señor… MacQuoid, así se llama, y se ve que tiene mucho dinero creo que está enamorado de Amelie, no le quitaba los ojos de encima.
—¿En serio? —Pregunté esperanzada. No, no es cierto, no lo noté. ¿será cierto?
—Claro que sí. Confía en mí, si alguien sabe cuándo los hombres te están pretendiendo, esa soy yo.
—Bueno, ya está bien. —Dice mi tía. —Solo espero que te hayas comportado como se debe Amelie.
Mi tía, como siempre pensado lo peor de mí, hice lo que siempre hago cuando ella se pone así, que por cierto es la mayoría del tiempo, ignoré su comentario y subí a mi habitación. Esa misma noche soñé con el caballero de mirada ardiente, soñé que me rescataba de la prisión que representa esta casa. Me llevaba lejos, a recorrer el mundo, descubriendo nuevos lugares, viviendo una aventura en cada día. En la mañana desperté feliz con una sonrisa en los labios, deseando en secreto volver a ver al señor MacQuoid y que me rescatara de esta vida, como los príncipes a las princesas de los cuentos.
Llegó la noche de baile y ya el salón estaba lleno, cada vez que entraba alguien al salón, buscaba con mi mirada esperanzada, esperando que fuera en señor MacQuoid. Pero aún no había señales de él, era una pena quería conocerlo mejor, eso si mis nervios no me fallaban otra vez.
La cara me dolía de tanta risa fingida. Me abanicaba y sonreía, asentía cuando decían algo, todos los bailes eran lo mismo. Las mujeres presumiendo, sacándoles los trapitos al sol a todos y tirando indirectas a diestra y siniestra, alguna de ellas para mí. Realmente no sé qué era lo que tenían en mi contra, talvez era el hecho de que soy huérfana, no lo sé, pero tampoco me interesaba mucho. Ya estaba aburrida de lo misma hipocresía.
Como ya no aguantaba más tiempo así, me decidí hacer lo que mejor se me da cuando estoy aburrida, divertirme. Alzo el abanico de plumas y lo agito mientras doy una melódica y discreta carcajada. Varios jóvenes se voltean hacia mí y yo les dedico una sonrisa reservada mientras desvió la mirada y continúo abanicándome. Un joven comienza a caminar hacia mí y mi prima me hala de brazo mientras me dice lo más discretamente posible:
—Ni se te ocurra, ya bastante hemos tenido que soportar los comentarios de tu conducta inapropiada. De ninguna manera vas a bailar todos los vales esta noche.