Cuando desperté eran cerca de las tres de la tarde. Había dormido como un bebé más de quince horas. Nada mal para todo el estrés, el agotamiento físico, mental, y el gran, gran cambio de aire.
Sí sí, porque ahora era una viajera que venía de otra línea, ahora era una asesina suicida y bruja que viajaba en el tiempo y a través de mundos paralelos. Ahora era una muerta en vida, ja, que demencia. Seguro que si probaba consumir cualquier tipo de droga, o todos los tipos juntos, no experimentaría nada nuevo. Dios me libre...
<<¿Por qué no me libraste?>> pensé para mis adentros, aún acurrucada en las mantas cálidas. Giré la cabeza para observar la cama de al lado, Jhamsa no estaba. Me sentía tan cómoda como hace tanto tiempo no me sentía, que quería quedarme allí así como estaba por el resto de la vida... pero luego recordé que no tengo vida, y que justamente debía levantarme e ir a salvar mi propia cabeza psicopata y depresiva; oh yes, gran plan de domingo soleado.
Y es que si no le ponía un poco de humor al asunto, antes de lo pensado iba a terminar internada en una clínica psiquiátrica.
Nada de lo que Jhamsa me había contado era cuerdo, en lo absoluto. Pero de alguna forma explicaba bastante bien el hecho de sentir que ya lo conocía, el hecho de que la gente creyera que soy un fantasma, el hecho de que el guarda no me cobrara el boleto ese día... dios mío, quizás no me veía porque estaba en la famosa "transición", que tonta. Y bueno, de todas maneras era mas simpático pensar que venía de otro mundo paralelo a que estaba muerta entre gente muerta en el mundo de los muertos... porque alguna explicación a encontrarme con mi propia tumba debía encontrarle. En fin. Era una locura sí, pero encajaba bastante bien.
Ahora entiendo que no maté a mi padre sino que fue mi otra yo, pero sus recuerdos se mezclaron con los míos al registrarme en este mundo hasta hacerme visible y consciente... debo advertir que aún no termina ese proceso. Supongo.
También cobra más sentido la actitud de Jhamsa, aunque aún no sé muy bien qué papel tiene Don Tulio en este juego, por qué se hizo pasar por su tío, qué tanto sabe de mí y de este plan. Y aquel hombre que nos perseguía en el descampado, y aquella voz femenina que hablaba con Jhamsa... creo que a este muchacho aún le falta cantarme un par de grandes verdades.
Un golpe en la puerta de la habitación me sacó de mis rodeos y pensamientos devolviéndome al momento presente.
-Pasa.
Jhamsa entró cuidadosamente con una taza de café caliente entre sus manos.
-Buenas tardes, topillo.
-¿Así seducen a una mujer en este mundillo?- pregunté burlona, aceptando la taza de café recién hecho y deleitándome solo de sentir su aroma... (el del café).
-Sólo me ha funcionado con una chica tan extraña y loca como Ana.-rió. -Pero tu no eres mi Ana, y sólo quise decir que llevas veinte horas durmiendo, chiquilla.
-Relájate... ¡que estructurado eres! Menos mal que no soy tu Ana. -Dije sin siquiera pensarlo, saboreando la bebida caliente. Y el rostro de Jhamsa se volvió serio, adquiriendo un tono triste.
-Pero vas a traerla de vuelta.- dijo ahora con un semblante más frío y los ojos idos. Admito que me estremecí un poco, tal vez le molestó mi comentario. A decir verdad fui bastante mal educada, supuse desde antes que Ana y él debían haber tenido alguna historia... tal vez Jhamsa estaba sufriendo por su pérdida y yo burlándome de la situación.
No sé que me pasaba, no solía comportarme así... o eso creo. Me sentía muy relajada y liviana, como si estuviera sedada. Y con la lengua muy suelta evidentemente.
-Disculpa, no quise ser desconsiderada, pero me siento algo extraña, ¿sabes?-Comenté mientras apoyaba la taza semivacía sobre la mesa de luz, pero la voz me salió como si me hubiera tomado al hilo cinco vasos de fernet. Algo me estaba pasando.
Jhamsa seguía mirándome con frialdad pero luego de escuchar mi tono de voz comenzó a preocuparse un poco por mí.
-Quizás sea el final de la transición. Quizás sólo son signos. Acuéstate un rato más. -Me tapó con la frazada hasta el cuello haciendo que me recostara de nuevo.
-Gracias.- susurré antes de quedarme nuevamente dormida.
Me sentía demasiado cansada, como si no hubiera dormido por largas semanas. Muy raro. Pero en fin, a estas alturas lo que sería realmente extraño es que no pasara nada raro.
Y entonces comencé a sentir la textura de arena caliente bajo la planta de mis pies. La brisa cálida me rozaba la piel abrasada por el sol y me soplaba el cabello. Me observé la ropa: vestía de blanco, estaba descalza y llevaba un pañuelo atado en la frente. Parecía una muchacha árabe o india perdida en medio del desierto árido.
Observé a mis alrededores y al horizonte, pero no logré divisar más que médanos y médanos.
No me sentía asustada ni nerviosa. Gozaba de un estado neutro, sereno como hace tanto tiempo no experimentaba. Como si confiara. Como si confiara en el destino, en la arena, en la vida y en cada paso que daba. Y esa confianza me transmitía serenidad, pues sabía que nada malo iba a pasar.
Entonces me dispuse a caminar tranquilamente en una dirección al azar. No me molestaba el sol ardiente en la cabeza ni la arena hirviendo en los pies, nada conseguía sacarme de ese estado de paz. Reconocí que eso era inusual en mí, en mi personalidad tan irascible, pero me proporcionaba una gran satisfacción.
En un momento apareció una imagen confusa frente a mí a varios kilómetros, la cual se fue aclarando y materializando conforme me iba acercando.
Al llegar a una distancia prudencial pude observar que se trataba de una puerta. Una puerta común y corriente, de un color seco aceitunado y de un material que no pude identificar. Pero tampoco me importó mucho captar los detalles, lo importante era la luz y lo que había detrás. Estaba cerrada, pero por las rendijas se escapaban pequeños rayos de luz provenientes del otro lado.