El secreto de la princesa

Capítulo 1

Creo haber sido clara al respecto en la última reunión Sr. White. La empresa no es ninguna institución de acogida para personas que no saben hacer bien su trabajo y mucho menos lugar de recreación personal—dijo Juniper Julliard con indolencia; una belleza esbelta, alta, de cabello oscuro y piel aterciopelada; propietaria de una empresa multinacional de inversiones y una persona demasiado ocupada que consideraba que cada segundo de su tiempo equivalía a millones de dólares. 
—Sí, Licenciada. Es solo que había pensado que por ser la primera falta grave del Sr. Burns se podía hacer alguna excepción —se animó a decir el Sr. White con voz temblorosa a causa de los nervios.  
—Sin excepciones —respondió Juniper con voz tajante. —Por si no se había detenido a pensarlo, las acciones de los empleados afectan a la empresa como efecto dominó tanto si son positivas como negativas. Y la falta del Sr. Burns no solo está dañando su reputación sino también la de la empresa.  
Billy White se dijo así mismo que lo que más perjudicaba aquí la actitud de su colega era a la propia reputación muy bien ganada de su jefa. Juniper Julliard era una princesa rica desde su cuna, sin embargo, se hizo de un nombre propio gracias a su inteligencia y agudeza para los negocios. También contaba con una larga lista de rechazados que habían intentado en algún momento cortejarla, dando lugar a especulaciones mal intencionadas en donde se ponía en debate su preferencia sexual. ¿Estaría la señorita Juniper realmente en contra de todo lo que tuviera que ver con el romance y el género masculino? 
—Su esposa está en el segundo trimestre de embarazo —dijo Billy en un último intento por ayudar al pobre desdichado.  
—Pues en hora buena —contestó Juniper. —Supongo que está será una gran lección de vida que pueda transmitírsela a las próximas generaciones.  
—Pero… 
—No siga haciéndome perder el tiempo en lo mismo Sr. White. Encárguese únicamente de que el caso quede solventado hoy mismo y no vuelva a mencionarlo —dijo ella con impaciencia.  
Billy White asintió sin valor de pronunciar una palabra más consiente a la vez del sudor que le emanaba de la frente y las manos. ¿Quién en su sano juicio diría algo cuando la jefa ponía punto final? 
Una vez zanjado el tema, Juniper continuó discutiendo de otros con White hasta llegada la hora del almuerzo, hora en la cual salieron ambos de la oficina para separarse justo antes de llegar al ascensor.  
—Que tenga buen día, Licenciada —se despidió el Sr. White cortésmente. 
—Buen día para usted también —respondió Juniper entrando al ascensor. 
Mientras descendía por los ocho pisos que habían de distancia entre su oficina y el estacionamiento, intentaba no apretar demasiado los dientes ante el recuerdo de los esfuerzos del Sr. White por defender a alguien que había echado por la borda todo índice de raciocinio para darle rienda a los placeres de la carne. Juniper decidió que su empleado tenía que ser un completo imbécil como la mayoría de los hombres que había conocido en el pasado. 
¿Qué clase de hombre respetable hacia uso de su posición en una empresa además de hacerse pasar por el propietario para usar de cuarto de hotel para él y su amante la oficina de la legitima dueña? Y si eso no era suficiente, para agregarle más males, tenía a su esposa embarazada. 
La vida definitivamente era todo un desafío sin comprender y Juniper lo sabía muy bien porque, aunque su infancia había estado rodeada de lujos no tuvo el mejor ejemplo a seguir de lo que fuera una familia llena de cariño y amor. Cuando contaba con apenas cinco años, se enteró de manera casual que el matrimonio de sus padres había sido algo acordado por sus familias y que ella había sido únicamente un requisito que su abuelo había impuesto.  
Mientras estaba en la fila del semáforo en rojo a pocos metros del edificio de su empresa, sonó el teléfono. Era Laurent Rogers, su amigo desde el jardín de infantes. 
—Siento acabar de amargarte el día, pero creo que es mi deber decírtelo como tú amigo de toda tu vida. Ve buscando al mejor abogado que el dinero pueda pagar porque puede que pronto lo necesites. 
—Sin rodeos, Laurent —lo urgió ella. 
—Andrew acaba de anunciar su compromiso con esa supermodelo rusa con la que ha estado saliendo el último año y no sé tú, pero hasta donde yo recuerdo él todavía tiene esposa y lo mejor de todo es que ambos están ahora en la misma ciudad por un breve período de tiempo. ¿Acaso ese no es un buen ejemplo de canalla? 
Aquella noticia la pilló por sorpresa provocando que diera un frenazo a mitad de la calle dando como resultado un peatón horrorizado y varios conductores molestos. 
—¿Andrew volvió? 
—Si. ¿No lo sabías? 
—Tengo mejores cosas en que ocupar mi tiempo y atención.  
—Evidentemente la estrella del rock también tiene varios planes por delante y eso no incluye a ninguna trabajadora de oficina. ¿No crees que ya va siendo hora de cambiar con la tradición familiar y terminar con ese matrimonio? —continuó Laurent. 
—Bueno, si eso es lo que él en verdad quiere está libre de ponerse en contacto con mis abogados. Ellos tienen los documentos de divorcio ya firmados. Solo falta que él ponga su autógrafo en ellos —contestó Juniper. 
—Wow. Espero no haberte disgustado con recordarte al pequeño rebelde. 
—De ninguna manera. Simplemente me has pillado en medio del tráfico del medio día —rio ella.  
—Ni me lo digas. Estoy pensando seriamente si conducir o tomar el tren bala. 
—Pues en mi experiencia, te sugiero el tren bala. El tráfico es un caos y la ciudad no necesita a otro vengador al volante. 
—Eso es cierto. Contigo ya es más que suficiente —contestó Laurent dando por finalizada la conversación.  
Laurent le había recordado lo disfuncional que era su matrimonio casi igual o peor que el de sus padres. Ellos al menos se conocían de años antes de casarse, ella por otro lado, se había embarcado en ese barco con un completo desconocido a quién habían obligado a llevarla de vuelta a su casa aquella noche hacía más de ocho años.  
Antes de llegar al siguiente semáforo, empezó a recordar en automático como se había visto inmersa en aquella situación que la llevó a contraer matrimonio con un chico a quien no conocía y mucho menos amaba, pero que había sido tan amable de ofrecerse en sacrificio para que su padre no descargara en ella su enfado.  
Marcus Greenler, su abuelo materno, había convencido a sus padres para que casaran a su única hija con el hijo menor de un amigo y así continuar con la tradición de época medieval de matrimonios arreglados sin importarle los sentimientos o deseos de ella. Resignada a su destino, se escapó a lo que sería la última reunión con sus amigos en mucho tiempo y si los rumores que corrían de su futuro esposo eran ciertos, posiblemente nunca más volvería a verlos en persona. Sin embargo, Juniper no contó que tres copas harían en su sistema el equivalente a tres barriles de vino añejado. La próxima vez que abrió los ojos estaba recostada en el asiento del copiloto de un auto y con una sudadera sobre ella cubriéndola del frío. Al girar la cabeza notó que quien conducía no era Laurent, sino uno de los chicos que habían llevado sus amigos para equilibrar los números.  
Lo primero que se le pasó por la mente fue un secuestro para hacerse con el rescate, pero al notar que no había más personas en el auto creyó que aquel chico se quería aprovechar de su borrachera para divertirse un rato con ella y abandonarla en medio de la carretera si corría con suerte, pero se equivocaba. Cuando él notó que estaba despierta hecha un manojo de nervios a punto de hiperventilar, le explicó que había sido designado para llevarla de vuelta a casa en vista de haber sido el único sobrio dentro del grupo. Lo que ninguno sabía es que esta no sería la única buena acción realizada por este buen samaritano esa noche. 
Andrew Rosemberg se había casado con ella únicamente por lástima además de una jugosa suma de dinero. ¿Cuántos años hace que no lo veía? ¿Ocho? Si, desde el día en que se casó no ve a su esposo.  
Las pocas veces que se vieron previo a la boda, iba siempre vestido en tonos oscuros de pies a cabeza, el cabello negro con el clásico peinado mañanero alborotado, usando siempre audífonos ya sea en las orejas o el cuello y la capucha de su sudadera que no podía faltar por las mañanas. Era todo un chico gótico muy lejano a las expectativas de su abuelo Marcus. Juniper sonrió al recordarlo. 
El semáforo se puso en verde nuevamente y continuó con su recorrido hasta que el fuerte sonido de una canción proveniente de algún almacén de la zona llamó su atención. ¿Cuánto hacía que no escuchaba esa canción? ¿También ocho años?  
—Así, no te olvidarás de que tienes esposo —le había dicho aquel chico gótico cuando le dijo que la canción era para ella descubriendo también que no era el bueno para nada que pregonaba su padre. El chico tenía talento. 
—Desde que era niño siempre me gustó la música. Mi padre me inscribió a clases de piano y violín, pero a mí me gustó más la guitarra eléctrica. Creo que la primera vez que me escucharon en casa les iba a dar un infarto a todos —le había contado Andrew evidenciando lo diferentes que eran sus vidas.  
—Cuando vuelva espero que podamos hablar de lo que pasará en adelante. Mientras, considero sensato ocultar nuestra relación por posibles complicaciones que surjan. 
Juniper había asentido a la sugerencia sin decir una palabra. Después de todo, aquel no era un matrimonio por amor ni conveniencia y menos cosa del destino. Solo fueron las malas circunstancias quienes los unieron. Además, tampoco quería seguir con la tradición familiar de infelicidad y vivir engañados hasta que la muerte los separara. Ella se tenía en mejor estima que su madre a la que la amargura le impedía ver más allá de su nariz.  
Mientras permanecía distraída en sus recuerdos no vio a la pequeña multitud a quien le correspondía cruzar la calle y apenar tuvo tiempo de reaccionar. Frenó en seco y giró el volante para no atropellar a nadie, pero su nuevo obstáculo ahora era una pequeña niña separada de su madre. Volvió a girar, pero al hacerlo se encontró en un camino sin salida. El Mercedes se atravesó en el camino de un camión de transporte de carga que impactó directamente contra su asiento. Cuando se produjo la colisión, Juniper sintió un dolor agudo en el cuello, la cabeza y el estómago.  
—Andrew —pronunció antes de desmayarse sobre la bolsa de aire del vehículo.  
 




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