El secreto de la princesa -parte tres-

Parte cinco: Espera eterna

Lo más feo que puede suceder en una cita con la persona que amas, es que no llegue. Y no saber las razones por las que no le fue plausible llegar.

 

Afortunadamente Carlo no pensaba eso. Ya tenía varios minutos en el lugar donde había construido hermosos recuerdos. Esa sería la última vez ahí, pues ese día escaparía para siempre con Colibrí.

Miraba alrededor, sabía que ella no llegaría todavía porque la cita era a las cuatro y apenas iban a ser las dos. Esperar dos horas más iba a ser un sacrificio, pero bien lo valía por esperarla a ella, a la mujer que amaba.

El príncipe se puso a pensar en todo lo que dejaría atrás. Su vida de príncipe y muchas comodidades. Mas no le importaba nada, porque a cambio iba a estar al lado de su hermosa Colibrí, aquella joven que provocaba que su corazón latiera con mayor velocidad cuando ella estaba cerca. Aquella hermosa muchacha de piel suave y tersa como el pétalo de un rosa.

Ella bien lo valía, bien podía cambiar todo el oro del mundo por estar a su lado, o simplemente por verla, ya que en ese momento era lo único que su corazón deseaba. Por eso las siguientes dos horas fueron los ciento veinte minutos más largos de toda su vida.

 

Mientras esa espera eterna se llevaba a cabo, en el palacio la princesa también estaba contenta, su nana, a pesar de la edad, tenía muy buenas ideas, así que acordaron detalles y llevaron a cabo el plan fraguado.

―¿Qué te parece? ―preguntó en voz baja la nana Gloriett.

―Estupendo, nana, estupendo. No obstante, hay que convencer a esos guardias, si no será imposible.

―Muy bien, entonces iré a hablar con ellos. Espérame aquí por favor.

―De acuerdo ―dijo la princesa con una sonrisa.

 

La nana Gloriett salió de la recámara y Gisselle se quedó sola. Repasó lo que decía el mensaje de Carlo y en su rostro se atisbó la misma confusión de antes. El mensaje decía que él la estaría esperando a cierta hora, por lo tanto no podía fallarle. Se puso de pie, se reflejó en el espejo y sonrió, se miró a sí misma entusiasmada y feliz por lo que estaba a punto de suceder. Su corazón latía alocadamente.

Afuera, la nana Gloriett avanzaba hacia uno de los guardias en la entrada del palacio. Inmediatamente Eugenio se topó con ella y le preguntó el motivo de su estancia afuera del palacio.

―Lo que pasa, mi estimado guardia, es que algunos guardias han olvidado que tienen que estar cuidando a la princesa. Y desconozco a quienes les toca hacerlo. Lo único que sé es que no están cumpliendo con las órdenes del rey, por lo que estará muy molesto si se entera.

El guardia se puso nervioso. Era un joven de estatura media, cara y cuerpo enjuto. Sus mejillas eran afiladas y tenía una mirada cándida.

―Señora, por favor, no le diga nada al rey, es a mí a quien le toca cuidarla. A mí y a mi compañero Guillermo Platas, pero él no está aquí, por eso no hemos ido.

Gloriett se sintió tranquila, iba a ser más fácil manipular a un hombre que a dos.

―Está bien, está bien. Entonces venga por favor, necesito hablar con usted, podemos llegar a un acuerdo ―dijo con voz enigmática y casi inaudible la mujer.

El joven la siguió, encargándole las puertas de entrada a otro de los guardias, quien tomó su lugar.

―Necesito un pequeño favor, joven ―dijo ella cuchicheando.

―¿De qué se trata, señora Gloriett? ―respondió él del mismo modo que ella hablaba.

―Es muy simple. Lo único que tienes que hacer es guardar mi secreto y yo guardaré el tuyo.

El guardia se mostró confundido.

―¿Cuál secreto mío, señora Gloriett?

―Lo que te dije hace un momento, lo que el rey no debe de saber.

―Oh, ya, entiendo. Pero que quiere que yo haga, ¿qué secreto debo guardarle?

Gloriett acercó su boca a los oídos del joven y siseó en voz baja. Eugenio reaccionó inmediatamente perplejo ante las palabras.

―Pero señora, si el rey se entera de que ella ha salido me matará a mí ―objetó sobresaltado el muchacho.

―Silencio ―pidió Gloriett con un hilo de voz―, no hable fuerte, pueden oírlo. Y el rey no tiene por qué enterarse, yo estaré en esa habitación mientras la princesa está ausente. Además ―decía solemne la mujer―, el rey se encuentra en una reunión sumamente importante y está esperando a alguien más. Si las cosas se hacen bien no va a pasar nada malo. Él seguramente permanecerá ocupado durante toda la tarde.

El guardia la miraba inseguro, pero sabía que estaba comprometido a aceptar y así lo hizo. Gloriett se puso muy contenta. Le dio las gracias por su cooperación y le dijo que ella le avisaría cuándo debía irse a colocar en la puerta de la princesa. El joven estuvo de acuerdo y esperó la señal.

Pronto Gloriett subió hasta la alcoba de la princesa y le dijo la buena nueva. La princesa sonrió alegre. Luego escucharon los cascos repicando de un carruaje que llegaba a la entrada del palacio. Las dos se asomaron por la ventana del balcón balaustrado. Era Abel, quien traía al maestro Yamil.




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