Saber la verdad es bueno, aunque siempre duele mucho enterarse de cosas que hacían menos daño estando ocultas.
Gisselle Madrid estaba atenta a las palabras del joven, ya quería escuchar de su hermosa voz cuál era su verdadero nombre. Carlo tenía la última expresión en la boca.
―Príncipe Carlo Villaseñor Fuentes ―escuchó la princesa, pero no era la voz de Guepp, sino la voz de alguien más; aquella voz le sonaba familiar―, queda usted detenido por el delito de robo en alto grado a la corte real.
Era Adell Márquez.
Una caterva de soldados se acercaba, el dirigente era el comandante. No habían escuchado nada, sólo habían visto que ambos platicaban de pie sobre el acolchonado pasto. La chica estaba de frente a la cascada, por tanto le daba la espalda al grupo de uniformados que habían llegado.
Cuando ella escuchó el nombre del joven se quedó atónita mirando a Carlo, perpleja ante aquel nombre tan importante. No podía creer que el hombre que amaba era en realidad el príncipe Carlo, con quien debía casarse, quien no había ido por la mañana al palacio. Si hubiera ido, lo hubiera conocido.
Él la miraba apenado, sintiéndose culpable por no haberle contado ese secreto antes. Quería saber cuál era su opinión ante aquella declaración. Ninguno parecía prestar atención a la presencia del comandante y sus hombres.
La joven parecía poseída.
―¿Qué pasa? No dirás nada ―preguntó Carlo.
El comandante y sus hombres estaban cada vez más cerca. Debían que llevarse al príncipe a prisión.
―¡Que hermoso nombre tienes! ―respondió ella con una sonrisa.
Él también sonrió.
―Perdóname por no haberte dicho antes. Pero ahora no me importa que tú seas pobre, escaparemos juntos, ¿verdad?
―Ya no será necesario ―dijo ella, oía los pasos de los soldados entre las ramas.
―¿Qué? ―preguntó él.
―Deténganlo ―gritó el comandante―. Príncipe Carlo, queda usted bajo arresto ―decía autoritario Adell, a nada de distancia, ya con las manos encima de Carlo.
―¿Qué sucede? ¿A qué se debe esta detención, comandante? ―preguntó Carlo molesto. No lo dejaban escuchar a su hermosa amada―. ¿Por qué no será necesario, Colibrí?
―No hay tiempo para explicaciones ―interrumpió el comandante―, se le harán en el Edificio Central de Valle Real. Su padre lo acusa de robo a la corte y usted sabe que es un delito grave.
La chica articulaba palabras, pero la voz ronca del comandante y sus palabras a chorro ahogaban las de la princesa. Dos hombres habían esposado a Carlo aun en contra de su voluntad.
―Mi padre está loco, no puede hacerle caso ―objetó el príncipe.
―Lo siento, alteza, es mi trabajo y tengo que llevarlo a cabo. Llévenselo.
Gisselle, escuchando todo aquello, confirmaba la declaración de Guepp, él era el príncipe de Valle Real, su futuro esposo. Estaba absorta, pero no sabía qué hacer. Eran bastantes hombres y ya tenían al chico en su poder. Su amado iba a ser alejado de ella. Lo iban a llevar a prisión. Además la acusación era absurda. Era evidente que el príncipe no había robado nada. Gisselle debía hacer algo para evitar aquella situación.
―¡Déjenlo! Es inocente ―gritó ella.
―Esto no le incumbe, señorita, manténgase al margen. Andando ―contestó Adell, parecía molesto con la chica o más bien, celoso.
―Suéltenme ―decía Carlo tratando de zafarse pero era imposible. Los dos hombres lo tomaron con fuerza y lo obligaron a caminar. Varios soldados los seguían. Ella sólo los vio partir y no pudo hacer nada. Adell Márquez estuvo en silencio frente a ella hasta que se llevaron a Carlo y desaparecieron de la vista.
―Así que este es el lugar donde se encuentran tú y él ―comentó el hombre observando la cascada, algunos árboles, la tierra y por último a la chica.
Gisselle respiró hondo y respondió altanera:
―Si piensa que soy Zuleica Montenegro nuevamente, está muy equivocado. Ya le dije que no soy ella y le pido por favor que deje de confundirme.
Adell no pretendía creerle nuevamente.
―Qué pretendes ahora, Zuleica, con tu actitud ―preguntó el comandante fuera de sí.
―Mi nombre es Gisselle Madrid, no Zuleica ―le recordó la muchacha.
―Todo quedó claro en mi oficina, pero no sabía que tenías encuentros con el príncipe a escondidas de tu padre.
La princesa pareció enfadada.
―Grábese una cosa en la cabeza, comandante Márquez: Zuleica Montenegro y yo somos dos personas muy diferentes. No sé cuál sea la su relación con ella, pero le aseguro que yo no tengo nada que ver. Así que por favor manténgase alejado de mí. Si quiere una explicación de Zuleica Montenegro, búsquela, encuéntrela y pídasela. Iré con mi padre, debe estar muy preocupado por mí. Permiso. E inclinó la cabeza como despedida.
Adell no pudo decir nada ante las palabras seguras de aquella chica. Mejor eligió buscar a la suscitada joven, Zuleica Montenegro.
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Editado: 30.08.2020