Podía haber estado respirando sin siquiera darme cuenta, podían las cosas haberse relativizado a medida en que escuchaba cada paso de mis zapatos en mis oídos, justos como un recordatorio y sin darme cuenta habría llorado por la enorme pena que me había ahogado sin ni siquiera dejarme entenderlo.
Mis pasos se habían detenido al siguiente segundo y mi respiración había cesado de la misma manera en que la tristeza lo envolvía todo.
El color de las cosas había menguado a mí alrededor y el cielo se había cubierto de extrañas nubes. Yo no lo entendía pero el extraño clima me había hecho sentir afligida con el corazón en un puño. Dolía.
Alguien seguía hablándome pero no le preste atención, por lo contrario desvié mi vista hacia el cielo, hacia la bulliciosa y apagada voz de la gente y entonces, cuando me encontré buscando entre la multitud, unos ojos azules atraparon mi mirada.
Antes había pensado que todo se había relentizado pero había estado equivocada porque el tiempo solo se había detenido.
Me dolía tanto el pecho que me costaba respirar y un nombre que no pude atrapar me vino a la cabeza. Yo deseaba correr con todas mis fuerzas pero no sabía a donde me llevaría esa decisión.
Había pensado en el azul, había creído que siempre buscaba el azul y por eso unos ojos azules más en el mundo eran… comunes, solo que los ojos de aquella persona de gorro y chalina, no entraban en la categoría de comunes.
Azul.
Me dolía ver aquel azul y él me observaba, estaba esperando por mi… creo.
Trate de llamarlo, aquel muchacho estaba lejos pero trate de nombrarlo. ¿Yo lo conocía?
Su nombre no llego nunca a mi boca porque cuando ello pareció hacerse más claro, Johan me había jalado hacia él y se había acercado a mi rostro obstruyendo mi vista hacia él.
El aire se rompió así como la exhalación de mi voz y el frio que recorrió mi cuerpo me inundo de adentro hacia afuera, congelándome dolorosamente.
Botee vaho por la boca y la gente pareció “sospechar” que había sido una ráfaga completamente anormal en primavera, yo también casi lo creí.
Aquel día cuando volví a buscar aquellos ojos azules después de eso, desaparecieron, por mucho, mucho tiempo, de esa manera habían transcurrido dos meses y desde entonces no me lo había podido sacar de la cabeza.
Nat y Lev parecían ajenos a ese tema cuando se los mencione e insistieron más el ponerme seria con Johan, la única persona con la que había salido más de un mes y no se había aburrido por la falta de algún avance, aunque tomarnos de las manos y cortos besos en las mejillas era nuevo para mí.
Le había contado a Johan de mi falta de memoria porque me había sentido culpable de estar pensando en un hecho tan repentino como aquel, motivo por el cual no le prestaba atención a veces. Ahora solo sentía que me divertía pero era forzado.
Al final volvía a encontrarme con Johan porque deseaba que sus ojos me brindaran el consuelo que me encontraba buscando a menudo.
—Kalay está aquí, querida Lae —apareció un muchacho alto, del tamaño de Nat pero más pequeño que Lev quien había desarrollado un cabello más revoltoso que la última vez que lo había visto—. ¿No me vas a dar un abrazo?
—¿No deberías de dármelo tú a mí?. —pregunte por lo contrario.
—Sí, tienes razón —y él corrió a abrazarme— te e extrañado mucho Lae.
—Yo extrañamente también. —le devolví el abrazo y eso pareció solo ponerlo más feliz.
—Te he traído un regalo. —bajo la mirada hasta mi cadena, un hermoso guardapelo que tenía conmigo cuando desperté en blanco aquel día.
—¿Qué es?. —pregunte recelosa rememorando cada regalo que me había entregado desde que lo había conocido.
—Una hoja.
—¿Qué?
—Este regalo si te gustara.
Kalay saco una pequeña y bonita caja de su saco, una con bordes de oro mientras que la madera lucia bañada de aquel oro líquido del que tanto hablaba, solo que esa madera era simplemente madera y por eso mi atención fue completamente hacia ella.
Cogí la caja y con cuidado abrí la tapa que llevaba escrito algo en ella, unas letras extrañas de entender pero hermosas a la vista. Dudaba que Kalay conociera el significado sabiendo que él compraba las cosas por lo exóticas que le resultaban.
Adentro, sobre un cojín de color borgoña y colocado como una pluma sobre espuma se encontraba una pequeña hoja de color ámbar.
Fruncí el ceño de confusión por la ola de tristeza que me derrumbo y después creí reconocer que había otra cosa que había estado siempre conmigo desde mi nacimiento. Un sentimiento enredado así como aquel que había presenciado frente a mi primer encuentro con Kalay.
—¿Qué es?. —pregunte.
—Una hoja del árbol de Hojas Ámbar. —respondió simplemente pero no dejo de observarme mientras que yo dudaba si tocarla o no. Al final no lo hice, mi mano solo retrocedió.