“Cuando realmente amas a alguien,
la edad, el peso, la distancia y la altura son solo números.
Las opiniones de los demás no son números
pero también entrarían en ese grupo.”
Ella era la reina.
Yo solo era el campesino que la veía de cerca todos los días... De tan cerca que creo que podía notar mi presencia.
Ni siquiera sabía cómo se llamaba pero seguro que su nombre le iba genial con toda ella. Era una chica de mediana estatura con ojos marrones y el pelo castaño, aunque a veces se le veía rubio por los rayos de luz. Era una chica normal pero yo la veía algo de especial y no sabía qué era... Quizá su forma de sonreír o quizá fuera su simpatía. Tenía el presentimiento de que en sus días tristes también se comportaba así con los demás.
Era admirable en todo su ser.
No quería creer lo que estaba sintiendo por esa chica con la que pocas veces conversaba. En realidad, solo le llegué a hablar cuando necesité algo. Suena egoísta pero es la verdad, no me atrevía a hablarle en otra ocasión que no fuera su trabajo. Era la camarera de uno de los restaurantes más modernos de una calle de la ciudad, y yo iba todos los días a verla.
Amor a primera vista lo llaman.
Ella fue la que hizo darme cuenta de que ese lugar no era tan malo como yo creía que iba a ser. Había llegado nuevo a la ciudad... En resumen, solo me mudé por la universidad, dejando a mis padres y a mi hermana pequeña en el pueblo donde antes vivía. Aún seguía siendo mi lugar y sabía que me iba a costar adaptarme pero iba a visitarles cuando mis estudios me dejaban un espacio libre.
Y eso era... Prácticamente muy pocas veces.
Recuerdo la primera vez que la vi... Era un día un poco nublado, igual que mi humor, ya hacía unos días que había llegado e iba directo a las clases. No me importaba levantarme pronto pero yo necesitaba algo para despertarme y era demasiado perezoso por las mañanas como para hacerme yo algo. Sin mencionar a mi amigo y compañero de piso, Steve, él se levantaba cinco minutos antes de su primera clase y siempre llegaba con dos minutos con antelación. Yo sigo sin saber cómo lo hacía.
Salía temprano de casa y daba un paseo por la avenida, en dirección a la universidad, cuando la vi. Ese día descubrí que los jueves abría ella el restaurante a las siete y media de la mañana. Estaba colocando las mesas de fuera cuando yo me dispuse a entrar.
—Buenos días. ¿Qué desea? —me preguntó con una sonrisa mientras se ponía detrás de la barra para atenderme. Estaba medio dormido y no me fijé en la chica que tenía delante en ese momento.
—Un café con leche —respondí sin ninguna cortesía por mi parte. Me quedé callado esperando que me sirviera.
—Marchando.
No tardó ni un minuto cuando se acercó y me lo puso delante con su cuchara y el sobre de azúcar. Esa fue la primera vez que la miré, levanté la mirada hacia ella y sus ojos coincidieron con los míos. Tan solo me sonrió de nuevo y siguió colocando cosas. Mi mirada se lo había dicho todo en ese pequeño momento. Me sentí raro todo el día en la universidad y al día siguiente ocurrió lo mismo, y al siguiente, y al siguiente...
No dudé en volver los días posteriores, el viernes, el sábado un poco más tarde... Pero descubrí que el domingo ella no trabajaba, ni por la mañana ni por la tarde... Ni el lunes, ni el martes la vi por la mañana pero sí por la tarde. El miércoles cerraba. El jueves volvió a estar ahí. Ese día fui más educado y ella me respondió con la misma sonrisa de todas las mañanas. Así días y días y días, ni siquiera conté los que pasaron. Lo único que sabía era su horario de trabajo, me lo había aprendido de tanto ir...
Por fin, me decidí a hablar con ella de algo más que no fuera un café con leche.
Y simplemente, creo que ella hizo que cambiara mi visión de la ciudad. Solo deseaba terminar la clase en la universidad para ir de camino a casa y pasar por el restaurante. Así fue como ella se convirtió en mis... Energías, ánimos cada mañana. En mi todo.
Y sin ni siquiera conocerla.
ºººººººººººº
¡Hola! (De nuevo)
A partir de hoy, comenzamos todos los jueves sin falta!!!