¿Qué había hecho? Se reprochó Minerva después de haberse dado cuenta la atroz acción que había cometido en los brazos de Adam en cuánto su mente evaporó toda esa fantasía que tanto la había envuelto.
Había traicionado a su hermana de la peor manera. Se sintió una escoria como persona.
Mientras Adam estaba tumbado, obnubilado por lo ocurrido al mismo tiempo que ella intentaba vestirse con prisas. Necesitaba huir ahora mismo antes que éste supiera quién era ella. La hermana mayor de su prometido. No será un momento agradable ni tampoco le gustará tener que aguantar esas miradas de asco que le dedicara.
Solo había querido manguar esa necesidad de besarlo que tanto la atormentaba pero jamás quiso perder su virtud con él. ¿Ahora qué iba a hacer? Pensó una y otra vez sintiendo como sus ojos se inundaban de lágrimas que caían sin cesar.
La esperanza de hallar otro hombre, quién le hiciera borrar cada rasgo de Adam de su corazón, se rompió en pedazos.
Cuando salió del escondite, dejando atrás a Adam, se encaminó directamente hacia el carruaje que la estaba esperando. Le hubiera gustado despedirse de Beatrice pero no podía hacerlo. No estaba mentalmente preparada para enfrentarse a nada. Solo quería ir a su habitación, encerrarse con el propósito de poder eliminar todo esta culpabilidad que la trastornaba.
Con la oscuridad que emanaba su cuarto, se tumbó en su cama cerrando los ojos mientras dejaba fluir esos sollozos desgarradores que le salían de lo profundo de su alma.
Al día siguiente, el sol brillaba entre enormes nubes que predominaban el cielo.
Mandó a una de las sirvientes que le calentarán el agua para el baño que sabía que podrá ayudarla al menos quitarle ese aroma que le había dejado impregnado Adam en su cuerpo.
Con la mirada perdida —dentro de la bañera—, jugueteó con la tibia agua mientras Ellie la masajeaba el cuerpo con la fragancia que tanto le gustaba.
—¿Está bien, milady? —preguntó su doncella al percibir que su señorita estaba comportándose de una manera demasiada excéntrica.
—¿Ah? Sí —contestó perdida.
—¿Segura, milady? —inquirió de nuevo, masajeándola en el brazo.
—Estoy bien de verdad, Ellie —murmuró aún con la vista perdida.
Ellie no le quedó más remedio que callarse mientras la duchaba. Su señorita cada vez estaba más deprimida, convirtiéndose en un ánima sin alma. Reprimió un susurro. Quería ayudarla pero, ¿cómo? Ni siquiera sabía que le pasaba a Minerva. Le gustaría que confiara en ella pero eso era imposible. Ella era solamente una doncella. Maldiga las diferencias sociales. ¿Cómo sería el mundo si esas diferencias?
Con la ayuda de una sirviente, le pusieron varias capas de enaguas doradas, el corsé, las medias y finalmente el vestido que había elegido Minerva con desgana. Era de textura simple de color azul claro.
Ellie y la sirviente se despidieron con un venia de cortesía en cuánto finalizaron su tarea, dejando sola a Minerva, atormentándose.
En vez de bajarse a desayunar con su familia, decidió quedarse en su cuarto. Castigarse por haber pecado de la peor manera posible. No comer sería su sentencia por ser una egoísta que solo había pensado en ella.
¿Por qué lo había hecho? ¿Por qué se había dejado de llevar sin pensar en las circunstancias? Cerró los ojos angustiada, acariciando inconscientemente su abdomen.
Simplemente pedía a Dios que no se quedará embarazada. Será toda una deshorna y su familia no la merecía.
¿Qué había hecho? Repitió la misma cuestión una y otra vez.
El egoísmo se había apropiado de su amor, cegándola de que era lo malo y de que era lo bueno.
Apretó sus labios mientras las saladas lágrimas caían sin cesar.
Se había arrepentido por haber actuado sin pensar en lo que podía esas acciones influir en el destino de los demás.
Tenía que marcharse lo más lejos de su familia.
No podía quedarse cuando la culpa la estaba comiendo viva. Suspiró abriendo poco a poco los ojos. ¿Pero qué excusa dará a sus padres? ¿O dónde podrá ir?
La puerta de la habitación de Minerva se abrió de golpe, apareciendo ante ella el delicado cuerpo de su hermana menor Fabiola —quién lloraba sin cesar—. Ésta corrió hasta Minerva tirándose encima ella, buscando su apoyo.
Oh no. No podía ser. ¿Acaso Adam había roto el compromiso? ¡Santos cielos! ¿Qué hizo? Si no se hubiera enamorado de él ni hubiera seguido su instinto, esto jamás habría ocurrido.
Minerva acarició su pelo con delicadeza mientras escuchaban arrepentida los lloriqueos incesantes de Fabiola.
Minerva, quién profesaba un amor fraternal eterno hacia su hermana, había sido la causante del dolor de Fabiola.
—Pensé que me amaba pero me dejó...¡Ha roto el compromiso! —estalló entre lágrimas—, Según él se había enamorado de otra, con quién se besó. ¿Es normal que ahora lo odie? Por su culpa seré el hazmerreír de la sociedad por varios meses. ¡Necesito huir de Londres! ¿Crees que Meredith no le importaría tenerme allá?