En su vuelo, observó embelesada el verdor del valle. Con la vista aumentada y alerta del águila, podía distinguir detalles imposibles de ver para un ser humano. La sensación del viento acariciando sus alas la llenaba de placer. El aire era tan puro allá arriba…
Después de un buen rato, imposible determinar exactamente el tiempo en ese estado de éxtasis, Lyanna se desconectó del águila y volvió a su cuerpo, cómodamente sentado con las piernas cruzadas al frente, al norte de Medionemeton. Notó que la temperatura había bajado un poco y corrigió enseguida la situación.
—Siempre 23,5 grados exactos— escuchó una voz frente a ella—. Es más fácil encontrarte buscando tu temperatura favorita que tratando de visualizar el lugar donde estás.
Lyanna abrió los ojos y sonrió con aquella sonrisa radiante de sol que le era tan característica:
—¡Llewelyn!— exclamó complacida, y se puso de pie de un salto, abrazando a su hermano con cariño.
—¿Cómo estás, querida hermana?
—Esa es una pregunta redundante, Llew. Sabes que siempre elijo estar bien— rió ella, apretando más fuerte el abrazo. Algo se le clavó en la cadera derecha. Al mirar hacia abajo, vio que era la guarda de la espada de Llewelyn: —¿Por qué cargas todavía con esa cosa?— frunció el ceño ella.
—Solo es la costumbre— le mintió él.
Por supuesto, ella sabía que eso no era cierto, pero no hizo comentarios. Llewelyn agradeció internamente que su hermana no lo sermoneara al respecto. Se sentía protegido llevando su espada de Govannon colgando de su cadera. Si hubiese revelado la verdad, Lyanna le habría dicho que no necesitaba protección alguna y que su estado de mayor vulnerabilidad era su mayor poder. Lyanna era buena para comprender las paradojas, Llewelyn, no.
—¿A qué debo el placer de tu visita?
El rostro de Llewelyn se ensombreció.
—Oh— adivinó ella al observar su cara—, algo serio.
—Madeleine tuvo una visión— comenzó Llewelyn.
—Madeleine tiene visiones todos los días. ¿No la ayuda Cormac con eso?
Llewelyn metió la mano en su bolsillo y sacó un papel cuidadosamente doblado, extendiéndoselo a Lyanna.
—Esta visión perturbó mucho a Cormac— explicó Llewelyn, indicando el papel doblado con la mirada.
Lyanna lo tomó.
—¿Por qué te contactaron a ti? Creí que era papá el que se encargaba de las cuestiones de Madeleine.
—Nuestros padres están en el mundo de Juliana y Augusto. Cormac pensó que esto era demasiado urgente para esperar a que volvieran, así que me llamó a mí.
Llewelyn omitió decir la razón por la que sus padres habían cruzado al otro mundo. No quería que su hermana se preocupara.
Lyanna suspiró.
—Vamos, ábrelo y dime qué piensas— la urgió Llewelyn.
Ella abrió el papel y observó el dibujo.
—¿Esto es lo que perturba tanto a Cormac? Es solo un anillo con una perla engarzada— lo desestimó ella.
—No es cualquier anillo, Ly, es el anillo. Conoces la historia, papá te la ha contado muchas veces, aunque debo decir que nunca te vi prestando mucha atención cuando te la contaba. ¿Sabes de lo que estoy hablando?
Ella asintió con la cabeza.
—Es un objeto de poder— continuó su hermano—, y como tal debe ser respetado.
—Sabes bien que no existe tal cosa— le retrucó ella—. Un objeto tiene poder solo si alguien se lo confiere.
—El poder de este anillo fue conferido por Wonur. ¿No te parece que al menos eso lo hace digno de ser considerado?
Lyanna no contestó. Solo suspiró ruidosamente y se agachó, arrancando una brizna de hierba del suelo. Enrolló la brizna formando un pequeño aro con ella, y luego la depositó sobre la palma de su mano derecha. Acto seguido, levantó su mano a la altura de sus ojos y sopló sobre la brizna enrollada. El aro de hierba se convirtió ante su mirada en un anillo de oro con una perla engarzada que era una copia exacta del dibujo de Cormac.
En un movimiento rápido, Lyanna tomó la mano izquierda de Llewelyn y acercó el anillo con intenciones de colocarlo en su dedo. Llewelyn se soltó bruscamente de la mano de su hermana y dio dos pasos hacia atrás con el rostro horrorizado:
—¡¿Qué crees que haces?!— le gritó.
—Ahí lo tienes— dijo ella con total calma, volviendo a poner el anillo en la palma de su mano y cerrando el puño—. El problema no es el anillo, sino el miedo que le tienes.
Al abrir nuevamente su mano, solo había polvo en ella.
—Dada mi experiencia con ese anillo, no puedes culparme de que le tema— se escudó Llewelyn.
—¿Culparte? No estoy culpándote de nada— le aclaró ella, sacudiendo el polvo que había sido anillo de su mano—. Viniste hasta mí para pedirme una opinión sobre esto y te la estoy dando, nada más. No vuelvas esto una cuestión de culpa.
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Editado: 12.10.2019