El Sello de Poder - Libro 5 de la Saga de Lug

PRIMERA PARTE: Lyanna - CAPÍTULO 2

Llewelyn observó a su hermosa hermana del otro lado de la mesa, mientras comía la deliciosa torta. Tenía el pelo rubio como él, pero mucho más largo, casi hasta la cintura. Sus ojos azules eran iguales a los de su madre, pero su mirada era más intensa y húmeda que la de Dana. Su cuerpo era esbelto, bien formado y delgado, aunque no siempre elegía conservar esa apariencia. Lyanna había experimentado muchas veces con distintas formas y apariencias humanas: más viejas, más jóvenes, incluso más masculinas o más femeninas, según su particular preferencia en las distintas experiencias que había decidido explorar. Aparentemente, en su presente fase, había querido aparecer como la chica de once años que todos asociaban con su nombre. A Llewelyn le agradaba eso, pues encontraba desconcertante relacionarse con ella cuando exhibía otras apariencias a las que él no estaba acostumbrado.

La educación de Lyanna había sido muy diferente de la de Llewelyn. Llewelyn había sido criado en el bosque de los Sueños, apartado de la realidad, controlado en todos los aspectos de su vida para su propia supuesta protección, mantenido en un estado de ignorancia para garantizar su estado de inocencia. Y luego, de golpe y sin previo aviso, había sido lanzado a un mundo de violencia para el cual había estado escasamente preparado. Su mente ingenua y simple había sido usurpada, forzándolo a cometer atrocidades de las que todavía, después de tantos años, seguía preso mental y emocionalmente. Llewelyn no culpaba a sus padres por el tipo de vida que le habían brindado, pues sabía que lo habían hecho pensando que era lo mejor para él. Fue mucho después, con el despertar al que dio pie el encuentro de Lug con Alaris, que sus padres se dieron cuenta del daño que le habían hecho a Llewelyn al limitarlo con sus propios miedos y ansiedades.

Fue por eso que, cuando Lyanna llegó al mundo, decidieron criarla como un ser humano libre. Bajo la guía de Alaris, Lug y Dana dejaron que Lyanna se manifestara con total libertad y se desarrollara sin limitaciones de ninguna clase. Desde luego, tal tarea se convirtió en la cosa más difícil que un par de padres pudieran llevar a cabo. Dana y Lug no podían concebir que Lyanna no necesitara protección alguna de ellos, y sus frecuentes escapadas en el bosque los angustiaban mucho, especialmente porque Lyanna tenía solo cinco años y desaparecía por días enteros. Las múltiples habilidades de Lyanna, sin la programación limitante de Wonur, no se habían manifestado en la adolescencia, sino a la temprana edad de seis años. Eso, desde luego, complicó mucho las cosas, pues Lyanna no sentía ninguna obligación de darle cuenta a nadie de sus actividades. Lug y Dana comenzaron a sentir que las cosas se les iban de las manos con aquella niña precoz e imparable. No entendían que en realidad, las cosas de Lyanna nunca habían estado en sus manos en primer lugar.

El único con el que Lyanna parecía relacionarse mejor era Llewelyn. Tal vez porque su hermano nunca le imponía su presencia por largos períodos, ya que la mayoría de su tiempo estaba en la escuela de Alaris, enseñando su materia favorita: visualización y transporte físico, y sus visitas al bosque de los Sueños eran cortas y esporádicas.

Muchas veces, parecía como si Lyanna no soportara estar cerca de otros seres humanos. Pero eso era solo porque necesitaba tiempo para comprender y experimentar con la realidad que la circundaba por sí misma, y los seres humanos que la rodeaban, principalmente su familia, siempre le ponían obstáculos, distrayéndola con deberes sociales que ella no comprendía ni le interesaban. Un ser libre no puede ser obligado a hacer nada que no quiera hacer, y Lyanna era un insufrible ejemplo perfecto de ello. A la vista de todos, Lyanna parecía egoísta y desconsiderada, pero eso era solo porque ella estaba más allá de los lazos y los programas sociales de los que todos los demás eran prisioneros.

A Dana y a Lug les resultaba muy difícil comprender las “fases” de Lyanna, como ella las llamaba. Las fases antisociales, que constituían la mayoría, eran especialmente tensas para la familia. Sus padres habían aprendido a tolerarlas bastante bien, pero no siempre era fácil. Un día, cuando Lyanna tenía diez años, las cosas fueron más allá de lo que Dana estaba dispuesta a soportar.

Ya caía la noche cuando Dana entró en la cabaña con Lug y vio a su hija sentada a la mesa, cenando sin ellos. Era bastante común que Lyanna comiera sin esperar a sus padres para compartir la mesa porque Lyanna solo comía cuando necesitaba hacerlo y no cuando el ritual familiar de la comida lo demandaba. Pero cuando Dana vio lo que Lyanna estaba comiendo, explotó:

—¿Es eso carne?— le reprochó su madre.

—Sí, conejo— admitió Lyanna sin inmutarse.

—¡Lyanna! ¡Cómo pudiste! ¡Asesinaste a un ser vivo sin necesidad!— le gritó su madre.

—Yo deseaba experimentar el sabor y energía de la carne, y el conejo deseaba abandonar el mundo físico, así que llegamos a un acuerdo. No hubo asesinato— explicó ella con total calma, cortando otro bocado de conejo y llevándoselo a la boca.




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