—¡Dónde está Lyanna!— demandó Lug a los gritos, apareciendo de repente en el salón de clases vacío de Llewelyn.
Su hijo, que había estado sentado en su escritorio revisando unos libros, se puso de pie de un salto al ver a su padre materializarse frente a él.
—Si piensas que voy a decírtelo, sigue soñando, padre— le gruñó.
—Será mejor que te sientes— le dijo su padre.
—Gracias, pero estoy bien así— le retrucó el otro.
—Solo te lo digo por tu comodidad— le aclaró Lug, señalándolo con un dedo.
—Y yo te digo que estoy…
Pero no pudo terminar la frase. Sintió que las piernas se le aflojaban y que no podía sostenerse en pie. Se desmoronó sobre la silla y apenas logró usar las manos para sostenerse y no caer del todo al piso. Notó enseguida que no sentía nada de la cintura para abajo.
—Lamento tener que hacerte esto, pero no quiero que huyas teleportándote.
—No necesito las piernas para eso, solo el cerebro— le replicó Llewelyn con los dientes apretados.
—Sí, pero donde vayas, seguirás paralizado, así que te conviene quedarte aquí y esperar a que te libere.
—Podemos esperar aquí los dos por toda la eternidad, pero nunca te revelaré su paradero.
—Eso lo veremos.
—¡Vamos! ¡Tortúrame! ¡Haz lo que quieras! Métete a mi mente y fríeme el cerebro tratando de averiguar dónde está. Moriré antes de dejar que le toques un solo pelo— lo desafió Llewelyn.
Su padre abrió los ojos en shock:
—¿Cómo puedes creer que voy a torturarte o a forzar mi mente sobre la tuya? Nunca te haría eso.
—¿Cómo no creerlo? ¡Acabas de paralizarme!— le gritó el otro.
—Eso es solo para que podamos conversar— se justificó Lug.
—¡Sí, claro!— exclamó Llewelyn, sarcástico—. Tú lo llamas “conversar”, pero yo lo llamo por lo que es: interrogatorio forzoso.
—Llew, necesito que comprendas que hago esto por el bien de todos.
—Y yo necesito que comprendas que eso es una mentira que te dices a ti mismo para no ver lo que realmente estás haciendo. Te sugiero que consigas un espejo y te mires detenidamente, así verás el monstruo en el que te has convertido.
Aquellas palabras hirieron a Lug como una puñalada en el corazón:
—Llew, por favor…
—Por favor, ¿qué?
En ese momento, se abrió la puerta de la sala. Los dos volvieron la mirada hacia la entrada.
—Llew, perdona que te interrumpa, pero…— Augusto se quedó petrificado en la mitad de la frase al ver a Lug frente a él—. ¿Qué…?
—¡Vete de aquí!— le gritó Llewelyn—. ¡Corre! ¡Busca ayuda!
Augusto abrió la boca, aun paralizado por la sorpresa.
—¡Lárgate de aquí, Gus!— le volvió a ordenar Llewelyn con más vehemencia.
Augusto dio media vuelta y salió corriendo, dejando la puerta abierta. Lug levantó una mano hacia él.
—¡No te atrevas a tocarlo!— le advirtió Llewelyn.
Lug bajó la mano y suspiró. Interrogaría a su ahijado más tarde.
—Hablemos civilizadamente— le propuso Lug a su hijo, acercando una silla y sentándose frente a él, del otro lado del escritorio.
—No hay nada civilizado o incivilizado que puedas hacer para convencerme de guiarte a ella. Habla todo lo que quieras, soy tu audiencia cautiva, pero no esperes respuestas de mí.
—Si pudieras comprender el peligro que ella representa…
—Aquí el único peligro eres tú— interpuso Llewelyn.
—¿Te parece normal que una niña de diez años hiera a tu mejor amigo con una espada?
—Ya te expliqué cómo fueron las cosas— dijo Llewelyn con tono cansado—. Lyanna no quería hacerlo, Augusto la forzó como parte de su plan.
—¡Vamos, Llew! ¿Desde cuándo alguien puede forzar a Lyanna a hacer algo que no quiere?
—No lo entiendes, ¿verdad? No importa lo que me digas, no importan ninguno de tus razonamientos ni amenazas, no voy a entregarte a Lyanna.
—Entonces, ¿vas a condenar a todo el Círculo a la extinción?
—¿Qué extinción? ¿La que tú imaginas en tu mente enferma?
—Llew…— comenzó Lug, pero se dio cuenta de que algo extraño sucedía, la voz le salió ronca y sintió que no podía mover bien la lengua. Intentó mover una mano y notó que le respondía muy lentamente.
Para cuando se dio cuenta de que había sido capturado por una burbuja temporal, fue tarde. Humberto se acercó desde atrás, con lo que a Lug le pareció una velocidad cercana a la de la luz, y le tapó la nariz y la boca con un trapo embebido en una sustancia narcótica. Alaris estaba a su lado, y entre los dos, sostuvieron a Lug para que no se golpeara al desvanecerse. Enseguida entró también Govannon, seguido de Augusto.
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Editado: 12.10.2019