El Sello de Poder - Libro 5 de la Saga de Lug

SEXTA PARTE: Lug - CAPÍTULO 71

Augusto conducía en silencio en medio de la noche, el pecho oprimido por la angustia.

—Todo saldrá bien— trató de animarlo Lug a su lado.

Augusto suspiró:

—Llewelyn me mostró la profecía— dijo—, la que dice: El que se cortó y sangró voluntariamente por la causa es el traidor que entregará al Marcado a su sacrificio. Cuando la leí, le juré a Llewelyn que yo nunca haría algo como eso… y aquí estoy, entregándolo en persona a esos asesinos.

—No me estás entregando, Augusto, yo voy por mi propia voluntad. Y tampoco habrá ningún sacrificio— trató de tranquilizarlo Lug—. Yo estaré en control de la situación, gracias al regalo de Lyanna— le aseguró.

—¿A cuántos puede mantener dominados a la vez?— preguntó Augusto.

—Sin la espada amplificando mi poder… a dos, posiblemente tres. Depende de sus estructuras mentales.

—No es mucho.

—Es más que suficiente. Solo tengo que identificar al líder y trabajar sobre él. Los demás obedecerán sus órdenes.

—¿Cree que Drummond se presente en persona?

—Estoy seguro de que sí. Soy un elemento demasiado importante para que él deje mi captura en manos de sus inferiores. Solo necesito identificarlo y forzarlo a darme las respuestas que busco.

Al llegar al puente, estaba desierto. Augusto detuvo el automóvil en el extremo oeste.

—No apagues el motor— le dijo Lug—. Debemos estar preparados para salir de aquí rápido.

—Bien— asintió Augusto.

Lug cerró los ojos y escaneó el lugar en busca de patrones humanos. Nada. Habían llegado temprano. Solo el sonido de los insectos nocturnos y el crepitar incesante del agua del río corriendo bajo el puente les hacían compañía. El puente Glenister estaba alejado de la ciudad. Era un puente antiguo y muy poco usado en la actualidad, como lo evidenciaba la vegetación que había invadido las grietas del cemento.

—Aquí vienen— murmuró Lug.

Augusto esforzó la vista en medio de la oscuridad, pero no vio nada. Lug los había percibido mentalmente antes de que pudieran divisarse a simple vista. Unos segundos más tarde, tres vehículos se acercaron al puente por el lado este, el opuesto a donde Augusto había parado el coche. El primero era una enorme limusina negra, y le seguían dos camionetas también negras.

—¿Cuántos son?— le preguntó Augusto a Lug.

—Quince.

—¡Quince!— repitió Augusto, alarmado.

—Cinco en cada camioneta, cuatro en la limusina y Juliana, que también está en la limusina— contó Lug.

—Son demasiados— advirtió Augusto.

—No te preocupes. Si es necesario, puedo desmayar a los de las camionetas. No hay problema con eso, lo difícil es mantenerlos dominados cuando están conscientes.

—Entonces, ¿por qué simplemente no los desmaya a todos y nos llevamos a mamá?

—Porque no puedo hacerlo desde aquí, están muy lejos, y además, necesito hablar con Drummond sobre el Sello.

Los tres vehículos avanzaron lentamente por el puente y se detuvieron a unos veinte metros de Lug y Augusto con las luces encendidas. De las camionetas, bajaron las diez personas que Lug había percibido: eran hombres fornidos con las cabezas cubiertas por pasamontañas negros. Portaban ametralladoras y se desplegaron sobre el puente, tomando posiciones estratégicas de defensa.

—Quédate dentro del coche y mantente alerta— le dijo Lug a Augusto, abriendo la puerta del automóvil.

—Esto no me gusta— protestó Augusto, pero Lug no le contestó. Bajó del coche y cerró la puerta.

Lug avanzó hacia la limusina. Vio que el chofer se bajaba y daba la vuelta por delante del alargado vehículo para abrir una de las puertas de la derecha. Desde su interior, vio emerger a tres hombres. Uno, delgado y alto, de andar pausado y elegante; otro, más bajo, que se ubicó a la izquierda del anterior. Un tercero bajó después y se quedó más atrás, parecía bastante más joven que los otros dos. Los tres llevaban largas capas negras con capuchas, y la parte superior de sus rostros estaba cubierta con una máscara blanca de porcelana, como las que se usan en los carnavales venecianos. El trío cumplía con el esperado cliché de cualquier grupo esotérico secreto, y su aspecto era bastante intimidante y siniestro.

Lug notó que todas las ametralladoras estaban apuntadas hacia él, pero eso no le preocupó. Sabía que lo querían vivo. Avanzó unos pasos más.




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