SEXTA PARTE: Lug - CAPÍTULO 78

Después de dejar a Lug en su celda, Liam fue conducido a otra habitación subterránea con paredes de piedra húmeda y ennegrecida. Dedujo que la construcción en donde se encontraban debía ser muy antigua, probablemente del siglo diecinueve o anterior. Había una robusta y rústica mesa en el centro, y cuatro o cinco sillas de madera a su alrededor. Sobre la mesa, Liam pudo ver libros antiguos y algunos rollos amarillentos y ajados por el tiempo. Allí le presentaron a uno de los enmascarados como su Instructor, y lo dejaron con él por el resto de la tarde.

El Instructor le hablaba en español con un fuerte acento extranjero cuya procedencia Liam no alcanzó a vislumbrar. Al menos el hombre era amable y lo trataba con respeto, aunque nunca se sacó la máscara ni le reveló su identidad o procedencia. Liam tampoco reveló su nombre ni su rostro.

 Así comenzó Liam a ser instruido sobre los secretos de la Hermandad del Sello. Su instructor lo aleccionaba con entusiasmo sobre el origen verdadero de la Hermandad, su objetivo último y todas las especificaciones del Ritual Maestro Final de Liberación, incluidas las funciones puntuales que el propio Liam tendría que llevar a cabo en los próximos días. Cuanto más detalles conocía Liam, más horrorizado y asqueado se sentía, pero ponía mucho cuidado de no mostrar sus opiniones acerca de los aberrantes planes de la Hermandad.

 Después de varias horas, su padre y los dos guardias vinieron a buscarlo. Lo acompañaron hasta la cochera y lo llevaron con los ojos vendados hasta un hotel pequeño en el área de Malastrana, cerca del Puente Carlos o Karluv Most, en checo, como se lo conocía internacionalmente: el puente más famoso de Praga. Una lástima que no le permitieran ver ni recorrer la hermosa ciudad de Bohemia.

Brod MacNeal entró primero a la habitación del hotel reservada para Liam. La revisó concienzudamente, y cuando estuvo satisfecho, dejó entrar a su hijo y a los guardias, cerrando la puerta.

—Adelante, pónganselo— les ordenó Brod a los guardias.

—¡¿Qué?!— exclamó Liam, dando un paso hacia atrás al ver al guardia acercarse con la tobillera electrónica.

—Será mejor que no te resistas, hijo— le advirtió su padre.

—¡No puedes hacerme esto! ¡He hecho todo lo que me han pedido!

—Es por tu seguridad. Necesitamos poder localizarte. No podemos permitir que te vayas de farra por ahí.

—No voy a tolerarlo, padre, esto es demasiado.

Como respuesta, Brod hizo una seña a los guardias, y uno de ellos agarró a Liam con fuerza de los brazos y lo sentó bruscamente en una silla, mientras el otro le ajustaba la tobillera en la pierna derecha.

—Puedes moverte dentro del ámbito del hotel— le anunció su padre—, pero si sales a la calle, tus guardaespaldas se verán forzados a traerte de vuelta y confinarte en tu habitación, ¿comprendes?

Liam solo contestó con un gruñido.

—Y otra cosa, Liam, si alguien te contacta, por cualquier medio, si alguien te habla, aunque sea para preguntarte la hora, tus guardaespaldas tienen orden de liquidar a esa persona.

—¿De qué tienes tanto miedo, padre? ¿Qué piensas que voy a hacer?

—Debes estar limpio de drogas el día del Ritual— le explicó su padre.

—¿Y piensas que esta tobillera o tus gorilas van a poder evitar que me consiga una dosis? Ya hemos pasado por esto antes y sabes bien que no puedes evitar que me drogue si así lo quiero.

Brod MacNeal suspiró un largo suspiro:

—De acuerdo— dijo—, tu tío me ha autorizado a negociar sobre eso.

—¿Oh? ¿En serio?— dijo Liam con tono sardónico.

—¿Qué quieres a cambio de no tomar éxtasis?

—Que me saques esta porquería del tobillo— gruñó Liam.

—No— negó Brod con la cabeza—. Los arreglos sobre tu hospedaje y seguridad no son negociables.

Liam lanzó otro gruñido furioso. Se quedó pensando por un momento, y se le ocurrió algo que tal vez la Hermandad no objetaría, algo que deseaba tener la oportunidad de hacer el día del Ritual:

—Está bien— dijo—. Tengo una propuesta.

—Te escucho— le respondió su padre.