Lyanna abrió los ojos y encendió la lámpara de su mesita de noche al escuchar los suaves golpes en la puerta de su habitación. Cuando fue a abrir la puerta para ver quién era, se encontró con Augusto, parado frente a ella en ropa interior.
—Yo…— comenzó Augusto, pero eso fue todo lo que dijo al ver el esbelto cuerpo de ella claramente visible bajo un transparente camisón.
Lyanna le sonrió divertida al ver que él se ponía rojo de pies a cabeza:
—¿Estás perdido?— le preguntó con la traviesa intención de mortificarlo aun más.
—No… es solo que… es solo que Liam…— balbuceó él incoherentemente.
—¿Qué pasa con Liam?
Augusto respiró hondo y recuperó un poco de compostura:
—No pasa nada con Liam. Solo quería verte… solo quería estar contigo esta noche. Si es que… si es que…
—Pasa, Gus— lo invitó ella—, antes de que sufras una apoplejía— se burló, cerrando la puerta después de que él entró.
—Sigo siendo un retrasado mental, ¿no es así?— suspiró él, preocupado.
—El hecho de que estés aquí esta noche prueba que no lo eres— le respondió ella, acariciando la mejilla de él con las puntas de los dedos—. Ven— lo tomó ella de la mano y lo llevó hasta la cama.
Él se sentó junto a ella y volvió a suspirar.
—¿Estás bien?— le preguntó ella.
—Sí, solo un poco nervioso— respondió él.
—¿Por qué?
—No quiero arruinarlo todo. Es decir, esta es tu primera vez y no quiero…
—Gus— le posó ella un dedo en los labios para callarlo—, no es necesario que tengamos sexo si no te sientes cómodo, no importa lo que te haya dicho Liam.
—Por favor, dejemos a Liam fuera de esto— le pidió él.
—Por supuesto— asintió ella. Luego se metió a la cama y se tapó con las mantas: —Ven, acuéstate junto a mí. El solo dormir abrazada a ti esta noche será glorioso, si es que puedes tolerarlo.
Él se metió bajo las mantas y la abrazó:
—Te amo tanto, Lyanna— le murmuró al oído.
—Gracias por atreverte finalmente a decirlo, mi amor— le respondió ella, acurrucando la cabeza en el hombro de él.
Él aspiró extasiado el olor del cabello de ella, mientras lo peinaba suavemente con sus dedos:
—Eres tan perfecta— le acarició la piel del hombro—. No estoy seguro de merecerte.
—El amor no se trata de merecimiento, Gus, y aunque así fuera, te mereces todo lo mejor que puedas imaginarte. ¿Te agrada estar conmigo?
—Por supuesto.
—Entonces solo disfrútalo y olvida todo lo demás. Olvida las reglas, olvida todo lo que te enseñaron a creer, todas las restricciones, toda la culpa. Esas cosas no tienen lugar en una relación de amor en libertad.
Augusto apoyó una mano temblorosa en uno de los senos de ella. Ella pudo sentir sus inhibiciones, su miedo.
—¿De qué tienes miedo, Gus?
—Ya te lo dije, no quiero arruinar tu primera vez— dijo él, amagando a sacar la mano. Ella se la sostuvo en su lugar.
—¿Cómo puedes arruinarlo si haces lo que sientes? Eso no es posible, a menos que compares esta experiencia con lo que crees que debe suceder. No dejes que tus ideas preconcebidas, tus expectativas, obstaculicen tu sentir.
—No son mis expectativas las que me preocupan sino las tuyas— expresó él.
—Oh, Gus, debes entender que siempre entro a cada experiencia sin ninguna expectativa, pues esa es la única forma de vivirla de forma plena, en el momento presente, sin distraerme comparándola con otras experiencias, nunca. Así que si te preocupa que esta sea mi primera vez, debes saber que para mí, siempre es la primera vez, porque cada momento está solo en el presente y no tiene comparación con ningún otro.
—¿Cómo lo haces?
—Desconecto toda memoria del pasado, todo plan futuro. Me concentro en sentir en mi cuerpo cada sensación, sin juzgar, sin dejar que ningún pensamiento evalúe la situación. En otras palabras, me abro al placer puro. ¿Quieres sentirlo conmigo? ¿Quieres compartirlo?
—Nada me haría más feliz— murmuró él.
—Entonces, cierra los ojos y solo siente, mi amor.
Y así diciendo, ella posó suavemente sus labios sobre los de él. En esa delicada conexión, Augusto sintió de pronto que todo su cuerpo se alivianaba y se encendía. Se sintió flotar, fuera del tiempo y del espacio, en un universo propio donde solo él y ella existían. Todo estaba bien, todo estaba perfectamente bien, y no existía nada más que el más profundo placer de su vínculo físico, mental y emocional con ella. Sintió sus besos, rozando su piel, exaltando cada receptor nervioso, y respondió acariciándola y besándola también. Lo que ella sentía, él lo sentía también. Lo que él sentía, ella lo hacía propio, y las sensaciones se multiplicaban hasta un éxtasis sin precedentes.
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Editado: 12.10.2019