El otro día me senté para ver un documental, la televisión me parece una pérdida de tiempo, sin ofender a quienes disfrutan de ello— ¿Qué se siente exactamente al morir? —Sentir... sentir, no era un qué hay después o qué pasa, era un qué se siente, sentir. Una pregunta que nunca me planteé, a pesar de haber presenciado la muerte, en los días que viví en los más deplorables callejones de mi ciudad natal. Y es que en el acto de morir, es el cerebro quien hace todo el trabajo, nosotros no pensamos en ello y la voluntad desaparece... pero, ¿qué se siente exactamente al morir?
Muy parecido a lo que sucedió a una mujer que conocía, quien amaba bailar, la diferencia radica en que no padeció los síntomas físicos post mortem. Ella estuvo en nuestras vidas, desde el momento en que abrimos nuestros ojos, no daba miedo, pero nuestra mamá muerte... No nos quería.
¡Pero amar y querer no van de la mano!
Las flores se marchitan y no dejan de ser bellas en esencia, la belleza recae en el hecho de que son una flor. No soy el único que piensa que, como las kvety; las personas también se marchitan y mueren.
Siendo el hermano mayor, de cinco, yo solo podía apreciar lo que alguna vez fue, ¿sirvió de algo? Consuelo para ellos, consuelo para mí, que solía creer que ella volvería a su caparazón. En lo profundo de mi ser todavía escarbaba con tal de encontrar una sola y brillante excusa para los años de miseria, una perfecta razón, la fórmula única: Lamentablemente esa dejó de ser una opción a considerar.
A pesar de haberme quebrado huesos, sudado, sangrado, de los dientes que perdí, etapas que me salté, en la lejanía, por sobre las montañas de sueños, lagos de memorias y cielos tintados, estaba mi meta. No importaron las noches largas o pesadas; ni los regaños, la comida que no probé, el celular que no compré ni la ropa que vendí, mucho más importante, el tiempo que invertí, porque todo se eclipsó en el momento que él volvió a reír sin rastros de lo que pasó. ¿Por qué no iba a amarlo? Era el último ser humano que quedaba en mi mundo, mi hermanito. Nunca sentí culpa después de haber llegado a casa y encontrar todo vacío, porque nadie despierta, se alista para trabajar y piensa: "¿Debería faltar y ser despedido, dejando a mi familia sin comer el día siguiente? Puede que hoy algo se lleve a mis hermanos y dejen a Kidd llorando bajo una cama, es exactamente lo que el horóscopo dice, facts".
No sentir culpa por lo que pasó no refuta que ese día tomó algo de mí, y lo reemplazó con un gran dolor y pena. Yo tenía quince años y Kidd, tan solo siete; el día que algo decidió llevarse a nuestros hermanos.
En una de las noches en las que llegaba pasada la medianoche a causa de mis turnos en el trabajo, de esas tantas en que Kidd se quedaba dormido en la silla del comedor esperándome, sucedió algo que cambiaría nuestras vidas a futuro. Yo estaba limpiando el refrigerador, tirando las cosas dañadas y cambiando las tablillas, Kidd estaba en el baño con la puerta cerrada, luego de un rato salió; aún con el cepillo en mano y los costados de sus labios con pasta dental, me dijo algo que aclararía las dudas que todavía me quedaban acerca de avanzar a por mi meta:
"Me agobia tener que cepillarme por más de tres minutos, siempre me pregunto cómo lo logran los demás. Me cepillo rápido para verlos limpios, en un minuto pero... ¿Yak? Creo que hay cosas que al hacerlas lentamente dan mejores resultados..." Su rostro, y una expresión ahí pintada que no imaginé que él haría, en una situación que se daba siempre, pero que cargaba algo muy importante para él.
Así el cepillo se deslizó de sus dedos y cayó silenciosamente al suelo, yo seguí todos sus movimientos con la mirada baja, le prestaba suma atención al mismo tiempo que limpiaba el exterior del refrigerador, él volvió al lavamanos para poder enjuagarse; con un aura de pesadez y esa expresión de profunda consternación, mi hermano nunca antes había dicho la palabra "agobia"... desde mi posición, alzando mi barbilla un poco, pude ver su reflejo en el espejo, la manera en que mi hermano observaba la cicatriz que llevaba con él ya un par de años, sobre su piel pálida y bajo una ligera capa de rizos blanquecinos. Ese fue el empujón que necesitaba para ir por mi meta, la señal de que un cambio era necesario.
Paciencia no, le llaman dedicación, eso era lo que yo necesitaba, construir el sendero piedra por piedra. Un escalón a la vez, Yak. En mi mundo, existiría el dolor proveniente de tragedia, y a causa del dolor nacería la fuerza, y de esta la constancia que finalmente se convierte en dedicación, esos no tienen porqué ser los estándares de nadie. Después de todo, no es más que el primer pilar... para que los Tepes tengan lo que les pertenece.
Y se repitieron las veces en que las palabras de Kidd me obligarían a quedarme en el balcón, por las seductivas madrugadas, en la oscuridad acompañada de luces artificiales, congelándome con las corrientes de brisa; reflexionando sobre momentos que día tras día olvidaba, era la misma casa, decía yo... Entonces, ¿por qué todo se sentía diferente?