El Sendero de las Artimañas

CAPÍTULO 8 — El Ciempiés Volador

El aroma a poción burbujeante; calentándose a fuego vigoroso en el caldero colgado del techo bajo, me hacía picar la nariz.

¡ACHÍS!

—Dime, Arwen. ¿Por qué te rendiste? —dijo el profesor Oliver Rembrandt. Se encontraba frente a una ventana pequeña, fija y circular: miraba a los peces del lago.

El caldero enorme echaba vapores olorosos en el centro de su despacho; y cientos de frascos rellenos con variedad de sustancias de colores muertos parecían flotar sobre nuestras cabezas, eran sujetos por cadenas transparentes.

—Ese chico no quería enfrentarme —dije. Aún vestía la pesada capa de batalla, y el tahalí de piel escamosa cruzaba mi pecho desde mi hombro izquierdo a la cintura.

Hace calor…

—Lo sé, pero pedí enseguida que te enviaran aquí para que puedas darme una explicación… —El anciano profesor de Pociones caminó y acarició un cráneo de mantisdragón que adornaba su escritorio—. ¿Por qué no solo despojarlo de su varita? —preguntó.

—Profesor, ¡eso no es un duelo! ¡No es honorable! —El olor desagradable que echaba el caldero era insoportable—. A ese muchacho lo obligaron a participar, ¡igual que a mí! Pensaron que él no pasaría de la primera fase, y llegó a la final… ¡Fue una horrible broma! —Tapé mi nariz y con voz ronca grité—: ¿Qué demonios cocina allí?

—Una poción para el entrenamiento de un estudiante… Como es mi último curso, me pidió dejarle provisiones.

¿Entrenamiento?

—¿Qué estudiante es ese?

—No es asunto tuyo, Arwen… —dijo, desajustándose el chaleco azul, y le rogó a un abanico que le echara aire en el rostro. Tomó un vaso de agua y añadió—: Quizás tienes razón. Este torneo es obsoleto, solo trae nervios y humillaciones a quienes participan en él. Con suerte algún día sea reemplazado por el quidditch. Es un deporte más competitivo y, sobre todo, posee trabajo en equipo, que es lo importante. —Caminó con lentitud al caldero y revolvió la espesa cocción con una gigantesca cuchara de madera; susurró «ya casi está». Se volvió y suspiró—: Creí que sería glorioso para mí que mi amada Ravenclaw ganara la copa de duelos, y, además, sea mi estudiante favorita quien lo hiciera…, pero soñar contigo es difícil. Eres una jovencita inesperada.

—Lo siento, profesor…

—No. Soy yo quien lo siente… —Inclinó un brazo hacia atrás, y un dedo repleto de anillos señaló el escritorio—. ¿Ves esas dos pilas de pergamino? —Agité la cabeza y continuó—: Bueno, una son tus archivos, los envié a pedir… Todas las travesuras y estupideces que has hecho desde que entraste en Hogwarts. Aunque pienso que, en la mayoría, son exageraciones… —Me miró con tristeza—. La segunda pila de pergamino, temo decir, son peticiones deseando tu expulsión inmediata por lo de hoy.

¡¿Dijo «expulsión»?!

—¿Van a expulsarme? —dije parándome frente a los pergaminos, levanté un puñado y leí.

¡Yo no hice esto! Todo está fuera de contexto; ¡no fue así!

—Eres una buena estudiante. Se te da de maravilla con las pociones, ¿tienes un profesor en casa?

—Digamos que tía Bertrand es como una profesora, o algo así… —Mis manos pasaban de pergamino en pergamino.

¡Son tonterías!

—¡Lo sabía! —Sonrió—. Me hubiera gustado quedarme hasta que te hayas graduado. Te hubiera orientado bien en el entorno de las pociones, hasta te heredaría mi trabajo. Tienes vocación, pero estoy viejo… ¡Ya no puedo negarme a descansar! Mis piernas están calcinadas por el fuego —dijo, metiendo la cabeza en el caldero, respiro profundo y exclamó—: ¡Le falta más pimienta!

—¿Qué va a ocurrir conmigo? —dije, y acaricié el mentón blanco del cráneo de la bestia.

—Primero voy a deshacerme de tus archivos comprometedores.

—¿Eh?

—Segundo, ya tomé una decisión. —Se paró a mi lado—. Tienes suerte de que el director Dippet ya no se encuentre más entre nosotros, o te hubiera expulsado sin objeciones. Me he hecho cargo desde que él se fue, pero no estaré el próximo curso para cuidarte… No quiero que mi última decisión importante en Hogwarts sea expulsar a un estudiante, y menos a ti, Arwen. Sería una real pena.

—¿Cuál decisión tomó, profesor? —Rodeé el escritorio y me senté en su silla.

—Iras al Colegio Disciplinario de Magia para los Buenos Modales y Alta Conducta.

—¿Dónde está eso? —Acosté de lado mi cabeza en el escritorio, alcé las cejas, y pregunté—: ¿Por cuánto tiempo?

—Serán seis meses aproximadamente… Un curso intensivo en Japón. Tengo una colega allí, ya hablé con ella.

—¿Podría dar una sugerencia?

—Soy todo oídos…

—Podrían cambiarme de casa, usar el sombrero… De esa forma me obligarían a demostrarle a todos que puedo ser digna de quedarme —dije abrazando el cráneo de mantisdragón.

—¡Eso nunca ha pasado! Pero podría complementar mi decisión… —Se mantuvo pensativo y con una sonrisa arrugada añadió—: ¡Es una buena idea!

—¡No me envíen lejos, profesor! —sollocé.




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