El único sonido en la oscuridad eran sus pasos apresurados. Bajo sus pies cientos de hojas cubrían el suelo, como si la naturaleza hubiese colocado una alfombra de oro sobre la tierra. Había cierta poesía en ello y quizás en otro momento de su vida podría haber llegado a apreciarlo. Sin embargo, no disponía del tiempo para detenerse a observar detalles como aquellos, al menos no cuando algo lo perseguía y tal vez su vida dependiera de poder llegar a casa a tiempo.
No había luna y tampoco estrellas que salpicaran el cielo negro y Joan agradecía no estar completamente inmerso en la oscuridad. Aunque su teléfono no disponía de señal en medio del bosque, la luz que le proporcionaba la pantalla del pequeño aparato le daba cierta sensación de alivio.
Había recorrido aquel sendero que separaba el pueblo de su cabaña un millar de veces, aunque nunca antes se había sentido tan indefenso en medio de la inmensidad del bosque.
Joan miró sobre su hombro una vez más, pero su perseguidor, anticipando sus movimientos, había logrado camuflarse entre los troncos nuevamente. Pese a que no había podido establecer contacto visual con él, podía sentirlo cada vez más cerca, aproximándose, persiguiéndolo desde que los contornos de las casas del pueblo habían comenzado a tornarse lejanos.
Como si se tratara de un mal augurio, el bosque entero estaba en silencio. Los sonidos típicos en la naturaleza se habían extinguido por completo. Luego de haber vivido allí toda una vida, Joan había aprendido a que los animales eran sabios y presentían cuándo el peligro estaba próximo y en ese momento podía sentirlo justo a sus espaldas.
Su marcha apresurada no tardó en transformarse en un trote y luego en una carrera. Estuvo a punto de tropezar en más de una ocasión, debido a que el terreno era irregular y las raíces de los árboles eran traicioneras, pero no aminoró su velocidad. Ni siquiera lo hizo cuando su garganta comenzó a arder a causa de su agitada respiración y sus piernas doloridas le pidieron clemencia. Cualquier paso en falso bastaría para que aquello que lo acechaba cumpliera su objetivo.
Su acelerado corazón amenazó con escaparse de su pecho cuando el crujido de una rama confirmó que su perseguidor estaba ya a unos pocos pasos de donde se encontraba. Entonces lo supo con certeza, no había escapatoria. Fuera lo que fuera aquello era mucho más rápido y más fuerte que él y acabaría por alcanzarlo.
Se detuvo desesperado, intentando encontrar algún lugar para poder esconderse, pero era demasiado tarde. Casi podía sentir la respiración de su atacante erizando el vello de su nuca. Lo sentía justo detrás de él. Joan se volteó en vano, pues la pantalla de su celular se había bloqueado, dejándolo a ciegas y completamente indefenso a merced de aquel ser demasiado silencioso.
Intentó gritar, pero un nudo se había formado en su garganta y ni siquiera permitía que el aire pasara a través de ella. Cerró sus ojos con fuerza preparándose para lo peor. Sintió el dolor agudo de la muerte atravesar su pecho y al caer sobre un montículo de hojas se amortiguó un sonido sordo que nadie pudo escuchar. No había nada ni nadie, tan solo el viento helado del otoño que continuó su viaje y se llevó consigo el último aliento de Joan.
Muchas gracias por leer este relato.
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Nos leemos pronto.
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Editado: 13.06.2020