Hoy es el día de Navidad, lo que significa día libre. Todos se encuentran descansando, disfrutando de este día que debería ser mágico. En vez de imitarlos, me cuelo por una puerta trasera y salgo del edificio en el que llevo atrapadao ya varios días. Me meto por un pequeño callejón estrecho y oscuro. Conozco esta ruta, ya que solía recorrerla con anterioridad. La diferencia es que ahora lo hago en silencio para que no me vean ni me oigan. Me limito a correr.
Corro hasta el final del callejón y salgo a una calle adornada por las luces de Navidad y muy transitada. El viento me azota, rebotando en mi rostro, pero eso no me detiene. Veo como la ciudad de Capri pasa junto a mi, emborronada,difuminada. Escucho solo mis pisadas sobre el asfalto mojado, pisadas que me parecen lejanas.
Al final me detengo porque mis músculos están ardiendo, tensos. Estoy en la cima de un acantilado, desde donde se contempla el inmenso mar. Un mar que hoy está teñido de un color gris tras un fuerte temporal, y que todavía deja tras de sí olas que chocan con fuerza sobre las rocas. Así es como me ve la gran mayoría, como esas rocas. Indestructible a pesar de la fuerza del mar. Lo que ellos no saben es que estas poco a poco con el paso del tiempo se van resquebrajado. Así es como me siento ahora mismo, como si una gran ola acabase de chocar conmigo. La culpable es Lucinda, la chica que pensé que nunca me rompería el corazón. ¿Pero cómo culparla cuándo yo mismo la había dejado?
Sostengo mi medallón en una mano y observo una vez más la imagen que en el se encuentra. Luego lo lanzo con fuerza al mar, al mismo tiempo que de mi garganta sale un grito desgarrador mezclado con el llanto. Un grito que hace romper la mismísima roca, haciendo que el Gabriel que todos quieren aparezca. El Gabriel fuerte, irrompible e indestructible.
3 días antes
Es de noche, y me encuentro tumbado en mi habitación jugando con mi medallón. Observo como este pasa por mis dedos de un lado a otro. Es algo que suelo hacer cuando me encuentro nervioso. No poder estar a su lado y sobre todo no poder verla me está matando.
Este sentimiento poco a poco se va desplazando por mi cuerpo, haciendo que mi único pensamiento esté relacionado con Lucinda. Todo tiene que ver con ella. Se que lo mejor para los dos es estar separados; dado que eso le garantiza una mayor seguridad. Si los oscuros descubriesen quién soy realmente, entonces Lucinda correría un grande peligro. Pero quizás ya la habían descubierto con anterioridad. La prueba era el día en que la atacó un oscuro. Si eso era así, el hecho de que me hubiese alejado de ella era el peor error. Que no hubiesen atacado, no significa que no la hayan descubierto. Los oscuros con el paso de los años se han vuelto más inteligentes, y eso puede significar que tengan un as escondido bajo la manga.
Todos estos pensamientos rondan e invaden mi cabeza. Pensamientos que derivan que lleve a cabo una acción que hacía tiempo que no hacia. Voy a proyectar mi imagen astral al lugar en donde se encuentra Lucinda, de este manera podré determinar si se encuentra bien con mis propios ojos.
La proyección astral es uno de mis poderes y de todos el más peligroso. Si me excedo con el tiempo de realización, esto puede derivar en mi muerte; además requiere de extrema concentración. Me levanto y cierro la puerta con el pestillo para evitar que alguien entre y me interrumpa, impidiéndome así verla. Me concentro profundamente en su imagen, en su hermosa sonrisa y en sus ojos tan azules como el cielo y entonces es cuando todo sucede.
Todos se encuentran en el exterior, que se encuentra cubierto por un manto espeso de nieve. Observo el cielo nocturno de Roma que en tan solo unos minutos se ilumina gracias a los farolillos lanzados por mis antiguos compañeros. Me escondo detrás de una pared, oculto entre las sombras para que nadie pueda verme. Dirijo mi mirada en todas las direcciones, tratando de visualizarla. Es entonces cuando consigo identificar su melena rubio platino y su voz.
-Se ven como si fueran estrellas a medida que se van alejando.
-La única estrella esta noche eres tú- Le responde un joven que no consigo identificar, juntando sus labios en un beso. Un beso que ella corresponde. Al separarse la veo sonreir y no puedo evitar sentir una gran punzada de dolor en mi corazón.
Roto por lo que acabo de ver, decido romper la proyección astral y regresar a mi habitación en donde la inmensa oscuridad me invade completamente. Mis mejillas están mojadas como producto del dolor. No puedo permitir sentirme así. No puedo dejar que el amor me produzca dolor. Tengo que ser fuerte por todos los que dependen de mí. Una guerra entre la luz y la oscuridad se avecina; y si deseo que Lucinda esté a salvo debo dejar a un lado mi tristeza. Mi amor por Lucinda es tan grande que mi mayor deseo es verla feliz, y si eso significa que ella salga con aquel chico, entonces lograré un mundo mejor para ella.
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Editado: 03.06.2019