El significado del amor.

Capítulo |4| Aceptando su amor y entragando el mío

Sentí como sus labios se movían expertos sobre los míos, provocando que mis piernas tiemblen; mi corazón empiece a galopar como un caballo desbocado y que todo mi ser se estremezca por su toque.

Acaricié su torso, mientras que llevaba mi mano a su nuca, acercándole más a mí, a lo que Aiden de un movimiento rápido, me elevó a la mesada y por instinto abrí mis piernas y alejándome algunos centímetros lo miré.  

Su boca se encontraba ligeramente abierta respirando agitadamente, aunque la mía no distaba mucho de la suya; nuestros cuerpos se encontraban cerca, quemando por cada roce y anhelando dar rienda suelta al silencioso deseo que sabíamos existía entre nosotros, sin embargo, cuando nuevamente Aiden me besó, empecé a sentir que si seguía dejando que la chispa de pasión que había empezado a germinar avanzara y explotara, no podría detenerlo, así que, lo empujé. 

Mi respiración al igual que Aiden estaban agitadas y mientras me miraba con sus ojos abiertos como asimilando lo que había sucedido, yo, por mi parte, cerré los míos y exhalé el aire que estaba conteniendo en mis pulmones.

¿Qué había sucedido?

—¿Aiden? —lo llamé con cautela, sintiendo nuevamente como su presencia me envolvía—. ¿Qué fue lo que sucedió?

—Luna, siempre has sido tú. Cuando lo descubrí sentí que me volvería loco, porque el miedo de mis propios sentimientos estabilizó todo a mi alrededor, pero al asimilarlo y afrontarlo, lo asumí y ahora lo afronto. 

Murmuró a centímetros de mi boca, provocando que nuestros alientos febriles se entremezclaban y como consecuencia, mi cuerpo entero empezó a entrar en ebullición por sus palabras.

—Ahora sabes quién habitaba en mi corazón. No quiero perderte, nunca, pero me es imposible dejar de amarte.

Susurró y esas palabras pronunciadas con voz ronca, fue suficiente para armarme de valor y negar con mi cabeza, para después de bajarme de la mesada, escapar antes de caer en la tentación.

Lo último que escuché fue mi nombre, pero lo ignoré y salí de la casa, empezando a correr sin destino alguno temerosa de las sensaciones que mi pecho empezaba a sentir.

Corrí, corrí, corrí hasta que sentí como mis pulmones empezaron a arder y sin reconocer las calles, ni tampoco darme cuenta cómo llegué a la playa, me dejé caer en la arena, donde seguidamente toqué mi pecho por las sensaciones que sentía en ese momento, aunque también estaba el hecho de que me dolía porque sabía lo que significaba.

—Aiden, ¿por qué nosotros? —susurré, dejando que las lágrimas salieran de mis ojos, al tiempo que exhalaba el aire pesadamente, dejándome caer en la arena—. No sé lo que siento por ti, pero tampoco quiero perderte. 

Mientras meditaba y miraba el horizonte junto al vasto océano, me regocijé del sonido de las olas que venían acompañadas de la suave brisa que golpeaba mi rostro.

En ese momento abracé mis piernas a la vez que reposé mi frente en mis rodillas, cerrando mis ojos intentando pensar con claridad qué hacer, pero de pronto, al sentir como unas gotas de agua caían en mi mano, me apresuré a incorporarme y dirigirme al único lugar al que podría refugiarme de la lluvia.

A medida que avanzaba hasta la cueva la lluvia se intensificó porque cuando llegué, me encontraba empapada de pies a cabeza.

Bufé molesta porque si permanecía con esta ropa de seguro me enfermaría, ya para ese punto me importaba poco lo que sucediera conmigo.

No supe cuánto tiempo estuve tratando de poner mi mente en blanco sin querer reflexionar en nada, pero a la vez deseando descifrar lo que yo no podía, pero observé como la lluvia después de un momento cesó y también como el tenue sol que era su compañero hasta ese momento, desapareció, otorgando oscuridad a todo.

Cerré mis ojos, durmiéndome casi al instante haciéndome preguntas de más cuáles deseaba saber su respuesta.

¿Qué hacía ahora?

¿A dónde iba?

¿Qué le decía a Aiden?

¿Cómo lo miraba de ahora en adelante?

Eran tantas preguntas que aturdían mi mente, pero el estornudo que me invadió hizo que me abrazara a mí misma, sintiéndome repentinamente enferma y no lo decía del cuerpo, sino del corazón. 

Emití un quejido justo en el momento en que escuché el grito de Aiden junto a unas luces que se iban acercando hasta donde yo estaba.

No tardó mucho, hasta que observé su rostro.

—Aiden —susurré, abrazándome para darme calor porque mi cuerpo estaba helado.

—¿Pensabas quedarte aquí para siempre? Te dejé sola para que pensaras, pero al ver que anochecía y tú no regresabas me preocupé y vine a buscarte. 

Me tendió su mano; mano que no tomé, pero observé su rostro.

—Vamos a casa, Luna. No quiero que te enfermes. Haremos como que no pasó nada, por eso no mencionaremos lo que sucedió. 

Se golpeó suavemente su frente y después de hacer aquello, sonrió, pero advertí que esa sonrisa no era sincera.

Lo sabía porque la sonrisa que él esbozaba, acompaña a sus ojos iluminados y era la más hermosa que mis ojos veían.

—¿Vamos?




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