El Silencio de Emma (crónicas de la Maga Silenciosa #2)

PREÁMBULO

En los confines de Celesium, limitante casi con la frontera de Araisha, se halla la comarca de Eliède, pequeña y despoblada. En su interior, al borde de la primera línea de árboles del Bosque de los Altos Espejos, se asienta el misterioso pueblo de Eldproud, cuyos habitantes han vivido desde hace tiempo al margen de lo que se encuentra fuera de los extensos cultivos de trigo, que cubren más allá del horizonte.

Aquella mañana el sol picaba más de lo usual, y ni siquiera las horas tempranas al amanecer habían permitido a los habitantes huir del intenso calor que les sobrevenía, impidiéndoles trabajar adecuadamente. Sin embargo, ni siquiera esa luz abrasadora de finales de verano había conseguido que pararan en sus labores, y los habitantes habían salido finalmente con grandes sombreros de paja a cosechar los campos. Tampoco es que aquella situación les pillara por sorpresa, más bien estaban acostumbrados a ella. El clima por esa zona siempre era caluroso, y mucho más en verano. Pero los dos extranjeros que desde hacía dos semanas se habían asentado por esas tierras no se sentían igual.

La chica se había visto incapaz de mantenerse bajo el sol, y había buscado para su auxilio la sombra del único y bajo matorral en varios metros. Así que allí estaba, sentada sobre una roca irregular, pero no incómoda, observando cómo el torso desnudo de su amigo brillaba por el sudor, mientras trataba de seguir los pasos de los campesinos en la labor de la tierra. Casi parecía que se hubiera dedicado a ello toda la vida. Pero pronto el chico, que desde hacía rato había reparado en la estrepitosa huida de su amiga, abandonó la gran azada a un lado del camino y se dirigió hacia donde estaba. Al llegar a su lado ella le miró. Sus ojos desde que la recogió en Kicrom habían sido diferentes, y un pozo oscuro había anidado en el fondo de sus pupilas, muy profundo. Era casi extraño mirarlos y no encontrar preocupación en ellos, pues se trataba un sentimiento que la perseguía continuamente, y que no se había ido. Sin embargo, de alguna forma, Azel se había acostumbrado a la nueva Emma, pues al fin y al cabo, sabía que ella tenía razones para sentirse así. Se colocó a su lado y le acarició el pelo.

-No te lo he dicho, pero te queda bien. -aseguró, observando el corte de pelo que la mujer del telar le había hecho al día siguiente de su llegada allí. Los largos mechones que solían caer por su espalda habían desaparecido, y en su lugar había quedado una melenita por debajo de la barbilla que acentuaba los rasgos de su cara y le hacía parecer otra persona. Como si la niña se hubiera ido, dando paso a una hermosa joven-. Te hace más mayor.

Emma giró el rostro hacia él con una sonrisa delicada y divertida.

-¿Y eso es bueno? Alguien me dijo una vez que no tuviera prisa por crecer.

Azel se encogió de hombros.

-A mí me gusta, debería serte suficiente. -resopló.

La chica se echó a reír.

-Mírale, qué orgullo tiene. -comentó entre carcajadas. Azel no pudo evitar sonreír también.

-Oye chicos, vamos a bajar a comer ya, por si queréis venir. -dijo de repente una voz junto a ellos. Pertenecía al hijo más joven de los dueños del molino, y aún así les sacaba unos cuantos años a los dos. Desde que habían llegado en busca de Xenon para que les ayudase a desarrollar su magia, los habitantes del pueblo no habían tardado en aceptarlos como dos más. Xenon les había recomendado ayudar en las labores, y el hecho de que prácticamente nunca tuvieran visitantes hizo que rápidamente se ganaran el afecto de los aldeanos. Y ellos, para qué negarlo, se encontraban muy a gusto en esa situación. Además, allí la magia negra no parecía ser ningún tipo de tabú, y tan pronto como el herrero, a quien consideraban un gran sabio y protector del pueblo, anunció que ambos serían a partir de ese momento sus aprendices, su identidad como silenciosos había sido revelada. No obstante, pese a lo que cabía esperar, eso no supuso ningún problema, es más, parecía que a todos les había agradado el hecho de que por fin Xenon hubiera encontrado a sus discípulos, aunque en un principio le hubiera costado aceptarles como tales, no le quedó más remedio al oír mencionar el nombre de Hodge Fretz.

-Vale, perfecto. -asintió Azel, empujando a la chica para que se levantara-. Vamos con vosotros entonces.

 

Por aquella temporada, las frambuesas silvestres comenzaba a madurar. La casa de lo herreros, Xenon y su mujer, Dalía, poseía un jardín trasero con multitud de cultivos, entre ellos grandes matorrales de esos frutos rosáceos tan apetecibles después de una copiosa comida como la que habían tomado dos horas antes, y que todavía rugía indigerible en sus estómagos. Por ello, el momento de la merienda, antes del entrenamiento, planeaban pasarlo acompañados de dulces frambuesas y una buena taza de té mentolado, que les ayudase con tan pesada digestión, a la que todavía no se acostumbraban. Emma se había ofrecido para recogerlas, con la intención de despejarse un poco, ya que su descanso en la hamaca del jardín y a la sombra había terminado en un mal sueño. Uno que no lograba quitarse de su cabeza. Así que, ante la posibilidad de mantener la mente ocupada en otra cosa, Emma se había ofrecido con una sonrisa. Y, mientras las dejaba caer en el cestón de madera, no pudo evitar llevarse alguna que otra a la boca.

-Te he visto. -dijo una voz de imprevisto tras ella, que provocó que un par de frambuesas cayeran al suelo por la sorpresa. Emma refunfuñó y se agachó a recogerlas.

-No sé lo que has visto, pero no me des esos sustos, o la próxima vez las recogerás tú.

Azel alzó las cejas, divertido.

-Tiene gracia que seas tú precisamente quien me lo diga, princesita.

Emma se volvió a mirarle asombrada, dejando a un lado lo que estaba haciendo.

-Vaya, hacía demasiado tiempo que no te escuchaba llamarme eso. -afirmó simplemente, antes de reír.



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En el texto hay: secretos, amor, aventura romance

Editado: 20.07.2020

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