Los días siguientes pasaron como un sueño. Anya y Kaelen se adentraron en la naturaleza salvaje, explorando los bosques cubiertos de nieve, los lagos helados y los picos montañosos que rodeaban Svalheim. La presencia de Kaelen la tranquilizaba, y la belleza del entorno la inspiraba.
Cada noche, observaban juntos las auroras boreales, mientras Kaelen le contaba historias de su gente, de las leyendas que se transmitían de generación en generación. Anya tomaba notas en su cuaderno, intentando plasmar la magia del cielo nocturno en sus dibujos.
-¿Crees que las auroras nos están hablando a nosotros? preguntó Anya una noche, mientras observaban la danza verde y azul de las luces.
-Quizás-, respondió Kaelen, con una sonrisa enigmática. “Las auroras siempre tienen algo que decir, si sabes escuchar”.
-¿Y tú puedes escucharlas? preguntó Anya, con una mezcla de curiosidad y admiración.
-Yo las escucho con el corazón, respondió Kaelen, con la mirada fija en el cielo. “Y cada noche, siento que me revelan un nuevo secreto”.
-¿Cuál es su secreto? preguntó Anya, intrigada.
-Ese secreto, Anya, es algo que solo puedo compartir contigo en el momento preciso, respondió Kaelen, con una voz llena de misterio.
Anya sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. Su curiosidad se mezclaba con una sensación de anticipación. Sentía que Kaelen ocultaba algo, que tenía un secreto que la fascinaba. Pero también sentía que no era el momento adecuado para revelarlo.
Una noche, mientras se dirigían a un lugar especial para observar las auroras, Kaelen se detuvo de repente.
-Aquí es, dijo, con un tono de solemnidad. Este es el lugar donde se encuentran los espíritus del norte.
Anya siguió su mirada. Un pequeño lago helado, con una capa de nieve cristalina, se extendía ante ellos. El cielo estaba despejado, y la aurora boreal brillaba con una intensidad sobrecogedora. Se sentía un silencio casi místico, que solo se rompía por el sonido del viento que silbaba entre los árboles.
“¿Qué es lo que hace este lugar tan especial?” preguntó Anya, con voz baja.
Kaelen respiró hondo, y por un momento pareció vacilar. -Este lago, dijo finalmente, “es el lugar donde se conectan los dos mundos: el mundo humano y el mundo de los espíritus. Y las auroras, en este lugar, revelan su verdadero significado.
-¿Qué quieres decir? preguntó Anya, con el corazón latiéndole con fuerza.
-Te mostraré”, respondió Kaelen.
Kaelen se acercó al borde del lago, y con un gesto lento, se quitó el gorro y la bufanda. Luego, se arrodilló, y comenzó a recitar unas palabras en un idioma antiguo que Anya no reconocía. Su voz, profunda y resonante, resonó en el aire helado, llenando el silencio con una energía ancestral.
Anya se sintió hipnotizada. Nunca antes había escuchado palabras tan poderosas. Las auroras boreales, que hasta entonces habían bailado con un ritmo suave, se agitaron con fuerza, como si respondieran a la llamada de Kaelen.
“Estas palabras”, dijo Kaelen, levantándose, “son las palabras que usan nuestros ancestros para conectarse con el espíritu del norte. Son las palabras que despiertan el poder de las auroras”.
Y mientras Kaelen hablaba, Anya observó cómo las auroras boreales se transformaron. Los colores se intensificaron, las formas se volvieron más complejas, y la energía que emanaba de ellas parecía aumentar exponencialmente.
“¿Qué está pasando?” preguntó Anya, con una mezcla de asombro y temor.
“Las auroras nos están mostrando su verdadero poder”, respondió Kaelen, con una mirada llena de misterio. -Y yo, Anya, tengo un secreto que compartir contigo.
Kaelen se acercó a Anya y le tendió la mano. Ven, dijo, con una voz suave. Déjame mostrarte la verdad.
Anya no pudo resistirse a su mirada, ni a la fuerza invisible que la atraía hacia él. Tomó su mano, y Kaelen la condujo hacia el lago, sin dejar de mirar las auroras, que parecían bailar con un ritmo frenético, como si estuvieran esperando el momento perfecto para revelar su secreto.
Anya, aferrada a la mano de Kaelen, avanzó con cautela hacia el lago. El hielo crujía bajo sus pies, como un aviso de que la superficie era frágil. La aurora boreal se había convertido en un torbellino de colores, un espectáculo de luces tan intenso que casi podía sentir su energía vibrar en el aire.
- ¿Qué es lo que me quieres mostrar? preguntó Anya, sintiendo un nudo en la garganta. La voz de Kaelen, antes tan suave y melodiosa, ahora resonaba con una fuerza desconocida.
Kaelen se detuvo frente al lago, con la mirada fija en las auroras. Su rostro, iluminado por las luces celestiales, parecía esculpido en piedra.
- Anya, tengo que contarte algo, dijo Kaelen, con un tono que mezclaba tristeza y determinación. “He vivido con un secreto durante toda mi vida. Un secreto que me ha perseguido, que ha marcado mi destino”.
Anya se aferró más fuerte a su mano, sintiendo un escalofrío recorrer su cuerpo. La curiosidad y la preocupación se mezclaban en su interior.
- Kaelen, ¿qué está pasando? preguntó, con voz casi imperceptible.
Kaelen suspiró, y se volvió para mirar a Anya a los ojos. En sus iris azules, ella vio un reflejo de la aurora boreal, una mezcla de luz y oscuridad que la fascinaba.
- Las auroras, Anya, son más que un espectáculo. Ellas son un vínculo entre dos mundos, el mundo humano y el mundo de los espíritus. Y yo, soy parte de ambos”, dijo Kaelen, con un tono solemne.
- ¿Qué quieres decir?” preguntó Anya, sin comprender.
Kaelen le tendió la mano, y Anya sintió que su piel se erizaba al tocar la suya.
- Yo no soy solo un hombre, Anya. Soy también un espíritu del norte. Un espíritu que ha sido condenado a vivir entre los humanos, pero que nunca ha podido olvidar su origen”.
- “No entiendo”, dijo Anya, sintiendo una sensación de confusión y asombro.
- “Las auroras, Anya, son mi sangre, mi alma, mi destino. Yo soy la manifestación del espíritu del norte en el mundo humano”, explicó Kaelen, con un tono de resignación.
Anya sintió que su mundo se tambaleaba. Las palabras de Kaelen la dejaron aturdida, y la visión de las auroras que bailaban a su alrededor no hizo más que aumentar su confusión.
- ¿Y por qué me cuentas esto ahora? preguntó Anya, con voz temblorosa.
Kaelen la miró a los ojos, con una expresión de profunda tristeza.
- Porque te amo, Anya. Y porque necesito que sepas la verdad. La verdad de quién soy, y la verdad de lo que nos espera”.
Kaelen tomó la mano de Anya y la acercó a su rostro. En ese momento, la aurora boreal se intensificó, llenando el cielo con una luz verde tan brillante que Anya casi podía sentirla en su piel.
- Las auroras, Anya, son mi destino. Y tú… tú eres la razón de mi existencia en este mundo, dijo Kaelen, con voz llena de sentimiento.
Anya sintió que las palabras de Kaelen la atravesaban, llenándola de una mezcla de emociones que no podía comprender. El amor, la confusión, el miedo y la fascinación se entremezclaban en su interior, creando un torbellino de sentimientos que la arrastraba hacia lo desconocido.
- ¿Qué significa todo esto? preguntó Anya, con voz apenas audible.
- Significa que tenemos que elegir, Anya, respondió Kaelen, con una expresión seria. Tú debes elegir entre tu sueño de ser artista y el destino que me espera
Anya se sintió atrapada en una encrucijada. Su corazón, hasta hace unos minutos, se había llenado de esperanza y alegría. Ahora, se sentía lleno de incertidumbre y miedo.
- ¿Qué destino? preguntó Anya, con voz temblorosa.
Kaelen se acercó a ella, con la mirada fija en sus ojos.
- “Las auroras, Anya, necesitan un sacrificio. Un sacrificio para que puedan seguir existiendo, para que puedan seguir brillando en el cielo nocturno”.
Anya no podía creer lo que estaba escuchando. Kaelen, el hombre que la había cautivado con su sabiduría y su amor, estaba hablando de sacrificios, de destinos oscuros y de un futuro incierto.
- “¿Y qué se necesita sacrificar? preguntó Anya.