Era una fría noche de lluvia en una pequeña y desolada ciudad, ni un alma rondaba las calles. Todo parecía el perfecto escenario para saldar una deuda pendiente. Alguien corría a toda prisa por las veredas de este lugar con la esperanza de encontrar civilización pero nada, era solo una insignificante ciudad fantasma. "Por favor, ayúdenme", susurraba para sí. El camino se terminó, había llegado a un callejón.
— No... no puede ser —dijo golpeando la pared con sus puños cerrados.
— Mira el cazador por fin alcanzó a la presa.
— Por favor...déjame en paz... podemos arreglar esto de forma civilizada —dio media vuelta.
— Debiste de haber pensado en eso cuando era debido. Atente a las consecuencias.
— Pero yo no recuerdo haberte hecho algo.
— ¿Enserio? —se acercó más—. Renato...me acuerdo cuando te creías el centro de atención, querías que todos hicieran lo que tú decías. Me tratabas mal, como si fuera tu esclava. Te voy a devolver el favor.
— ¿Qué harás?
— Algo que quise hacer desde hace mucho —soltó su arma y a puño limpio lo golpeó sin titubear. Renato pedía ayuda, pero sus llamados se perdían en la tempestad. Sus súplicas acabaron cuando los puñetazos cesaron. Cayó al suelo con el rostro destrozado y cubierto de sangre. Lágrimas caían de sus ojos, queriendo balbucear cosas inentendibles. La asesina puso su pie en su pecho y le dijo:
— Antes de que te mueras contéstame algo.
— ¿Qué...cosa...?
— ¿Dónde está Julieta?
— No puedo decirte... le harás daño.
— Mala decisión —entonces bajo su pie y, con fuerza, lo pateó hasta arrinconarlo en una esquina—. Dime dónde vive ahora.
— No te diré...
— ¡Tonto! Lo bueno que tu final está pronto a llega r—recogió con ambas manos un trozo de tabique que halló—. Ay Renatito, tu solo cavaste tu propia tumba—lo levantó a la altura del rostro de Renato.
— Ayúdenme...
— El fin de todos nosotros tarde o temprano nos alcanzará —lo lanzó fuertemente y con tal estruendo su cabeza fue aplastada. Su cráneo estalló saliendo disparados los ojos y cerebro en un mar rojo mezclado con tripas.
— Realmente nunca me agradaste —comentó indiferente.
Sin que nadie se diera cuenta y haciéndose pasar por una vagabunda que hurgaba en la basura a las tantas de la noche, cubrió el cuerpo con una sábana y recogió los sesos regados, y su arma. Lo llevó hacia su guarida en un carrito de supermercado.
Su guarida era una casa a las afueras de la ciudad, de dos pisos con un portón de madera ya maltratada, las ventanas con los vidrios quebrados y la cerradura del portón rota así que era fácil entrar, y salir.
Lo empujó con la cadera. Entró y colocó el carrito en un rincón sin importarle que este empezara a apestar el lugar. Cerró el portón y dejó el arma en una mesita de centro que había donde antes era una sala. Se sentó en un polvoriento sillón, sacó de una cajetilla un cigarro que naturalmente prendió. Fumó por un rato mientras un recuerdo le venía a la mente para amargar su noche.
"— ¡Por qué lo hiciste de nuevo!
— Enserio querida yo no quería hacerlo, es que se me insinuó y eso...yo...
— ¡No quiero seguir hablando contigo! —se oye un portazo.
— Por favor no te pongas así, fue un accidente —golpea la puerta de la habitación.
— ¡Lárgate! —cesan los golpes. Recarga la cabeza en esta. Una niña se acerca.
— Papá... por qué pelean de nuevo.
— Por nada, es que tu mamá es una histérica, pero no es algo de lo que tengas que preocuparte —dice poniendo su mano en su cabeza y revolviéndole el pelo—. Mejor ve a tu cuarto, descansa...".
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Editado: 10.11.2021