El Silencio del Olvido

Capítulo III | La Chica de Humo

Habían pasado ya cuatro años desde que me fui de casa, desde que esa escena sucedió y desde que mi padre me consideró una desequilibrada mental. No lo soy, más bien, yo no era así, fue su culpa que yo... me convirtiera en esto, en esta horrible persona.

Anoche acababa de cometer mi primer crimen, Renato fue la víctima pues no quiso decirme la nueva dirección de Julieta. A dónde se habrán ido. Quién sabe. Enterré el cadáver en el jardín antes de que su peste penetrara toda la casa. Y eso fue lo que hice esta mañana: cavé un hoyo donde metí el cuerpo destrozado para ocultar mi hazaña pasada. Después me lavé las manos y tomé mi violín para tocar alguna melodía en la calle, y que alguien me diera algunas monedas.

En el parque cercano me instalé y comencé a interpretar el "Himno a la Alegría "donde por lo menos algunas personas se acercaron a oír. Me extrañó ver gente caminar por estas calles ya que vivía en una ciudad donde no era común ver gente salir de sus casas, disfrutaron de la música por un momento, aunque seguían teniendo la expresión de indiferencia y desinterés en sus rostros.

Al final gané algo de dinero, lo suficiente diría. En cuanto iba a recoger el bote con mi dinero una chica de cabello mal pintado lo pateó lejos de mí.

— Iza recoge las monedas, quieres —dijo otra chica.

— Claro que sí —está obedeció—. Toma.

— Gracias por ganar nuestro pasaje de hoy —hizo referencia a mí.

— Liz, es la cosa más estúpida que pudiste haber dicho.

Esa última voz... esa forma despectiva de hablarle a la gente... Observé su rostro por un momento y, como un golpe en la cara, la reconocí. Era... Julieta... lo supe también por la cicatriz que tenía en la mejilla. Un sentimiento de odio me invadió y tenía ganas de estrangularla en ese instante pero no, aún no era el momento apropiado. Me enderecé y con el ceño fruncido le ordené a su lacaya:

— ¡Devuélvemelo!

— Y por qué lo haría, ahora es mío —se burló Liz guardándoselo en el bolsillo.

— Porque yo me lo gané, no tú insignificante basura que no sabe nada más que hacer que alardear y ser una ladrona.

— Yo no soy una ladrona, solo tomé algo que me gusto.

— Bien dicho —dijo Iza.

Julieta mantuvo su inexpresivo rostro, pero no me apartaba la vista de encima. Siempre había sido así, dejaba que sus pseudo amigos se entretengan molestando a otros mientras ella solo vigilaba como la chica fría y calculadora que era. Me enfermaba.

— Acaso solo vinieron a molestarme —intenté guardar la calma.

— No. Nos gusta ver a vagabundos como tú y...

— Robarles —completé.

— ¡Ay, no! Sabes ya me canse. Nos vemos —dijo dando media vuelta—. Iza, Julieta, síganme.

Empezó a caminar hacia otra dirección. No iba a dejar que se saliera con la suya, pero Julieta se me adelantó ya que le plantó un puntapié que la tiró al piso.

— Tú no me das órdenes y lo sabes.

— S-Sí. L-Lo siento Julieta, no lo vuelvo a hacer —se levantó. Le tomé del brazo con fuerza. No se iba a salvar de mí.

— ¡Oye! ¡Suéltame, arrugas mi suéter!

— Dame el dinero o desfiguraré ese rostro —la amenacé con una navaja que traía por si acaso.

— Deja de lucirte Liz. Te ves ridícula —Julieta le arrebató el dinero. Se dirigió a mí—. De esto vives ahora. Estas en la ruina...desde que te fuiste...

— Oigan, tranquilas —dijo alguien más. Miramos hacia de donde vino la voz. Un chico alto, de cabello castaño, bien vestido y con semblante amable se acercó, y nos separó diciéndonos:

— Dime, qué te hizo —me preguntó.

— Me quitó... mi dinero...

— Dáselo —le ordenó a Julieta. Ella ni se inmutó

— Yo no se lo quite. Fue la tonta de Liz —me lo devolvió.

— Gracias —agradecí de mal gusto.

— Pablo eres despreciable para mí.

— P-Pablo... tu nombre... es Pablo —tartamudeé.

Asintió. Tuve un dolor de cabeza repentino a causa de una serie de memorias que pasaban tan rápido por mi mente, confundiéndome más. Comencé a arañarme el brazo, me estaba alterando.

— Adiós —dije de golpe. Me colgué el maletín en el hombro y salí disparada de ahí. Corrí a toda velocidad a la casa, no podía creer que eso volviera, todo mi tormento estaba renaciendo.

Llegué a la casa, tiré el maletín al suelo y me senté en el sillón a reordenar mis ideas: Pablo, mi agonía y Julieta, la verdugo de mis desgracias.




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