— Acaso no te quedo claro — la cuestioné.
— Sí, pero tú no escuchaste lo último que te dije, ¿Verdad? —estaba sentada en el viejo sillón—. Te dije que yo volvería para arreglar todo, para que volvamos a ser una familia feliz.
— Sin papá —agregué.
— Por favor, olvídalo. Él quiso otra familia y ya la tiene. Podemos ser felices las dos como preguntarte a dónde fuiste.
— A visitar a papá —nombrarlo era doloroso para ella, pero eso a mí no me importaba. Hizo ademan con su mano para que continuara—. Y luego ni siquiera quiso reconocerme, después esta Eugenia me ladró, también Iza y para terminar apareció Julieta, aquella chica que no quiero ni mencionar.
— ¿Por qué?
—Mamá... ella... no dejes que me hunda más... hice algo de lo que no estoy orgullosa... solo no deseo seguir en el mundo al que ella me arrastró...
— ¿Qué pasó? ¿Qué hiciste?
— No. Nada importante. Olvida lo que dije.
— Bueno. Vanessa toma asiento, quiero charlar contigo —señaló el piso ya que solo había un sillón. Obedecí de mal gusto—. Supe que hace cuatro años atrás te fuiste de la casa, ¿Por qué?
— Porque ya no podía seguir viviendo en el mismo techo que ellos. Julieta me cachó y me retuvo por unos minutos, y toda su palabrería me hartó. La ataqué y le hice una cortada en la mejilla. Papá y Eugenia lo vieron, y pues tuve que escapar. Ya nunca volví—encendí un cigarro—. Después de eso me oculté, viviendo como una vagabunda, tocando el violín para sobrevivir—exhalé el humo. Mamá tosió.
— ¿Fumas? ¿Desde cuándo?
— Desde los 12 años cuando le encontré uno a papá en su estudio —mentí.
— ¡Apaga ese cigarro de inmediato! —me ordenó.
— No. Perdiste autoridad sobre mí y esta es mi casa.
— Por favor, solo por este ratito —suplicó.
— Está bien —hice caso y lo apagué en el piso.
— Bien. ¿En qué estábamos?
— Ah, sí. Después pasaron los cuatro años y yo volví a esta casa que ya habían abandonado. Por suerte la cerradura de la puerta estaba rota así que pude entrar y vivir aquí. No tendrá muchas comodidades pues solo tiene ese sillón, un espejo, la mesita y una cama matrimonial con un colchón en la planta alta pero es todo lo que tengo, y así estoy bien. ¿Qué hay de ti?
— Yo... este... cuando me fui...
— ¡Lo admites! —la interrumpí.
— Sí, déjame continuar. Me fui a vivir con tu abuela. En ese lapso lo único en que pensaba era: ¿Por qué me engañó? Así estuve por algún tiempo hasta que reflexioné y entendí que lo que hice estuvo mal, y ahora me ves aquí contigo platicando.
— Creo que te tardaste un poco a la hora de reflexionar —comenté.
Saber que hizo todo este tiempo mi mamá no fue de mucha ayuda ya que, con lo que me dijo, me estaba dando entender que lloró y lloró como siempre. Esta corta charla no sirvió para nada.
Me puse de pie y fui por mi violín. Interpretar alguna canción era una forma de desahogarme.
— Todavía lo conservas. Qué bueno —el violín la alegró.
— Sí, es lo único que me queda.
— Ya es tarde. Creo que voy a ir a dormir. Nos veremos mañana —bostezó. Se paró y caminó hacia las escaleras. Empezó a subir no sin antes—. Mañana empezaremos de nuevo así que prepárate, volverás a la escuela. Buenas noches.
— Buenas noches —dije en voz baja.
— Ah, sí. Y Vanessa...
— ¿Qué?
— Te quiero mucho —subió las escaleras y entró al cuarto donde se encontraba la cama.
Ignoré lo último. Me senté en el sillón, me coloqué el violín e interpreté una lenta melodía. Empezó a llover. Las gotas golpeaban los vidrios rotos de las ventanas, la casa estaba sumida en la total oscuridad. Lo único que escuchaba era el violín sonar. El perfecto escenario para enterrar el pasado...en el momento en que la música cesará...
Ya no podía seguir viendo su cara, solo me traía malos recuerdos y mi rencor aumentaba cada vez más. Haría que no sufriera mucho. Esperé a que se quedara profundamente dormida.
“…— Mamá, ¡Hey mamá! —le hablaba la niña dando leves golpecitos a la puerta.
— ¡Lárgate! —contesta ella.
— Pero mamá tengo hambre, puedes hacerme algo.
— Pues háztelo tú sola.
— No puedo. Porque no solo abres la puerta y me acompañas a la cocina —insiste la niña. Entonces la puerta se abre. De esta se asoma una mujer con un mal aspecto. Visiblemente molesta, le grita:
— ¡Acaso no entiendes! —alza la mano para darle una cachetada cosa que sí hace. La niña cae al suelo a punto de llorar—. ¡Vete!
— Perdón, no quise molestarte —se disculpa la niña sobándose la mejilla.
— Solo vienes a molestarme —añade aventándole una cajetilla de cigarros y azotando la puerta—. Confórmate con eso...".
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Editado: 10.11.2021