El Silencio del Olvido

Capítulo XIV | Eugenia

— ¡Ay, por Dios! ¡Quién la dejo entrar! —oí.

Abrí los ojos. Me sorprendió no haber amanecido con un cuchillo u objeto punzo cortante clavado en el pecho. Con Julieta cerca debía dormir con un ojo abierto y uno cerrado.

Regresando, enfrente de mí se encontraba una mujer ataviada con un piyama blanco, pantuflas azules y encima una bata del mismo color de las pantuflas además traía tubos en la cabeza. Esta más que furiosa.

— Buenos días, Eugenia —dije sarcásticamente.

— Mi mañana acabas de arruinarla, ¿Qué haces aquí?

— Vine a visitar a mi padre, ¿Te molesta en algo? —me puse de pie, estirando mi cuerpo

— Acabas de contaminar el sillón con tus pulgas.

— Sabes que mejor cállate. Nunca dices algo coherente —tomé el maletín para colgármelo—. Eres muy insoportable.

— Ni te acerques a mi niña.

— Más bien que tu niña no se me acerque.

Mientras discutíamos, mi padre se escabulló a la cocina y Eugenia lo cachó infraganti. Lo llamó.

— ¡Hugo querido! ¡Ven acá ahora! —él caminó lentamente hacia nosotras con la cabeza abajo—. Explícate —me señaló.

— Bueno… la encontré afuera esperando y me agobió dejarla. Estaba lloviendo muy fuerte, iba a enfermarse y…

— Pero, ¡Qué te sucede! Acaso no te acuerdas que esta intentó matar a mi hija hace cuatro años —ladró Eugenia.

— Sí, lo sé. Fue un accidente…

— ¡Un accidente!

— Eugenia ahorita no quiero discutir así que déjame ir a la cocina a hacerme mi desayuno —dio media vuelta y se encaminó.

— ¡Oye, aún no he terminado!

— Yo sí.

Eugenia hervía de furia y para sacarla se desquitó conmigo. Lo bueno que después de vivir un tiempo con ella en el mismo techo me acostumbré a sus berrinches.

— ¡Tú! ¡Esto es tú culpa!

— ¿Mi culpa? ¡Qué culpa tengo! Solo quise visitar a mi padre. No puedes impedírmelo.

Se quedó callada. Eugenia me ha caído mal desde el día en que se enredó con mi padre. Por querer estar con ella papá dejo de llegar temprano a casa, se desaparecía durante todo el día, no había forma de contactarlo ya que apagaba su celular.

Un día que venía de regreso de la escuela lo vi en un café muy platicador con una mujer más joven que mi mamá. Sentí una gran desconfianza hacia ella por lo que fui hacia su mesa donde estaban sentados y le reclamé a mí padre. Le dije un montón de cosas ofensivas hasta el punto de agredirlo y no arrepentirme.

La joven mujer que era esta Eugenia solo nos observó detenidamente. Papá le dijo que luego se veían. Me llevó a casa e hizo lo mismo que yo: reclamarme por haberle interrumpido en su supuesta cita de trabajo, que según era para arreglar unas cosas, aunque por lo que vi eso era más que una cita de trabajo. Mamá oyó la discusión e intentó calmarnos, pero cuando supo la razón de nuestra pelea se puso de mi lado incluso rompió en llanto.

Papá terminó la discusión y se encerró en su cuarto. Su actitud de victimizarse cuando le reprochaban lo que hacía mal deterioró mi relación con él y mi mamá.

Eugenia seguía ahí parada esperando a que me alejara de los sillones y me fuera.

— Quieres que me vaya, ¿No es así?

— ¡Lárgate! —lo tomé como un sí.

— ¡Oblígame! —iba a sacar la navaja por si intentaba sacarme a la fuerza. Nuestros gritos atrajeron a la “bella durmiente”.

Julieta bajó rápidamente las escaleras. Aún vestía el piyama.

— ¿Qué es todo ese ruido?

— Nada hija, solo quiero que esta se vaya de mi casa, ¡Ahora!

— ¿Y por qué habría de irse? Es hija biológica del Sr. Hugo, por lo tanto tiene todo el derecho de estar aquí.

“Genial, ya están juntos mis dos dolores de cabeza”. Continué de pie, obvio no iba a obedecerla. No era nadie para darme órdenes. Al darse cuenta que no iba a hacer caso, llamó a la empleada doméstica, no supe por qué.

— Tania. ¡Tania, ven ahora mismo!

Una mujer que traía ropa de sirvienta salió de un pequeño cuarto que estaba a un lado de la cocina. Tenía los nervios a flor de piel.

— ¿Sí, señora? —le dijo a Eugenia con la mirada baja.

— Ve a hacerle el almuerzo a mi hija y a mi querido esposo —dijo recalcando en lo último— y no te tardes.

— Sí, señora —corrió a toda prisa.

— Voy a arreglarme —dijo Julieta dando media vuelta.

— Claro, hijita —le sonrió.

Viendo que Eugenia ya no me iba a molestarme regresé a la comodidad de los sillones. Un momento de relajación era lo que necesitaba. A Eugenia le enfureció esto, pero prefirió no gastar más saliva en mí.

Realmente yo quería una familia feliz y unida pero no pude. Mis padres no me lo permitieron con sus constantes peleas y como poco a poco perdieron el interés en mí. Me volvieron una desconocida a ojos suyos. Y para superar esa falta de atención yo me desquité con animales indefensos. Les llegué a hacer daño…yo agarré a pedradas a un pobre gatito… no supe, solo lo hice… lo hice hasta matarlo.




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