El Sin Nombre

Resurreción

Capítulo 1.-

Resurrección  .

 

Oscuridad, brumas, vacío… una terrible sensación de estar flotando en la nada me invadía por completo,  como si cayera lentamente por un pozo estrecho… ¿Dónde estaba? ¿Qué… quién era yo? ¿Por qué no había nada? ¿Qué estaba pasando? Pero todo no era nada, yo no era nada… ¿O sí? Entonces recordé que era algo, alguien, que era un hombre.

Entonces, ¿por qué estaba solo? No podía escuchar mis latidos, solo había silencio a mi alrededor.  Quería moverme, gritar, salir de donde fuera que estuviera, pero no podía hacer nada, sólo luchaba inútilmente contra una fuerza que me mantenía quieto y sin poder siquiera respirar. De esa manera, la desesperación me embargó pronto, y cuando creí que no tenía escapatoria, una fuerza me empujó hacia lo alto.

Desperté tragando tanto aire como pude y abrí mis ojos, pero se encandilaron con la luz del lugar, mientras escuchaba un ruido que se tornó insoportable de pronto, acompañada de un fuerte  dolor corporal.

Me levanté y quise ir a algún lugar donde la luz no dañara mis ojos; estaba asustado, no tenía idea de lo que ocurría; temblaba de pies a cabeza y estaba desorientado. Sabía que algo terrible había pasado, pero no tenía idea de qué era. Intentaba recordar lo que pasó antes de caer inconsciente, pero todo era nada, no sabía nada, no entendía nada.

—Calma…—me dijo una voz grave detrás de mí, pero no hice caso y quise irme. Sentía que estaba en peligro y me me vi acorralado cuando unos hombres que vestían armadura  se me acercaron e intenté alejarlos lanzando golpes al azar , pero me paré al intentar dar el primer puñetazo y todo dio vueltas a mi alrededor, luego sentí un duro golpe en mi cabeza, la oscuridad volvió  nublar mis sentidos. Todo volvió a estar quieto, pero el dolor no se fue, era un frío que punzaba en piel y atravesaba mi carne hasta el hueso, todavía podía sentir que mi cuerpo temblaba y me hallé respirando desesperado. Era una tortura que me pareció que no iba a terminar… hasta que una mano me tocó la frente y un calor llegó desde afuera, abarcando de pies a cabeza y calmando de a poco el dolor.

—Tranquilo —me habló otra voz, más suave y con un aire familiar y agradable, cálido—. Tendrás que seguir sin mí, pero no estarás solo. Yo estoy bien, sólo se fuerte.

Abrí los ojos para encontrarme con una luz tan intensa que no  pude ver quien estaba conmigo, solo veía una figura de mujer de la que pude distinguir solo sus ojos, delgados, alargados y de un verde intenso. Cerré los ojos, intentando recordar, pero nada pasó. Al abrirlos, la luz del sol y el calor me abrazaban y la mujer ya no estaba, en su lugar había un viejo monje arrodillado junto a mi, mirándome como esperando algo.

—¿Quién…? —fue lo primero que dije, pero mi pregunta se quedó estancada— ¿Ella era real? —pregunté sin quererlo en voz alta.

—¿Ella quién? —preguntó el viejo mientras yo me sentaba— ¿Estás bien? ¿Recuerdas qué ocurrió? Yo soy Arlath, dime tu nombre.

Mi nombre…

—No lo sé… no recuerdo —llevé mis manos a la frente, haciendo un esfuerzo por recordar, pero lo único que obtuve fue una punzada en mi cabeza y esos ojos, esa mirada… pero nada más que eso.

—Oh, entonces, tu memoria ha sido purgada cuando te resucité —no pude entender bien lo que quería decirme—. Estuviste muerto y he podido rescatarte del reino de la muerte. Pude traerte de vuelta a la vida, pero fue a precio de tus recuerdos.

Tardé un rato en tomar el peso a sus palabras y lo miré, luego miré a mi alrededor: estábamos en la calle grande de una aldea que estaba destruida por completo, varias casas y árboles  estaban completamente quemados, no había animales ni nada de valor que pudiese recuperarse y solo había soldados caminando entre escombros, cargando cadáveres repartidos aquí y allá, decapitados o completamente quemados para apilarlos junto a una fosa que cavaban no muy lejos de donde estaban.

—¿Qué fue lo que pasó? —pregunté, mirando al anciano.

 

—Hubo una masacre —me respondió el sacerdote—, la aldea entera fue saqueada y destruida, no hubo quien sobreviviera, excepto por un par de niños, no pudimos llegar antes y no encontramos pista alguna de dónde vinieron ni a donde fueron.

—Pero… ¿cómo?

—No sabemos, no tenemos idea de cómo lo hicieron. Nos toma medio día llegar desde la ciudad hasta acá. Llegaron, destruyeron todo, mataron a todos y se fueron.

—Tiempo suficiente para llegar e irse, contando el tiempo de que nos llegó la alerta —opinó un soldado junto al sacerdote.

—El problema no es el tiempo, sino el rumbo… —el sacerdote llevó una mano a la frente— Esto debemos investigarlo bien, nada de esto tiene pinta de haber pasado antes. Ven, levántate, ¿puedes caminar?




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