Todavía se veían a simple vista. Impresas en el pavimento, huellas de neumático de color rojo resaltaban como señales de la tragedia acontecida el día anterior. Detenido y acordonado, estaba el auto responsable de todo. El tapiz del asiento del conductor estaba manchado de sangre a la altura de la cabeza, y el parabrisas estaba trizado producto de los impactos. Qué decir del parachoques y el capó: abollados y tan manchados de sangre como las ruedas y el asiento.
A medida que camino por las calles, comienzo a echar furtivos vistazos a todo lo que me rodea. Veo rostros de preocupación, miedo, angustia, como si sintieran culpa de estar aquí en este momento. Yo mismo me pregunto qué habrán sentido aquellas personas la tarde de ayer. ¿Acaso desesperación? ¿Miedo? ¿Confusión? Era lo más probable. Algo como lo sucedido no es común de ver. Mientras más trato de responder mis propias preguntas, más escucho en mi cabeza los gritos de angustia que seguramente salieron de aquellas gargantas.
- ¿Algo nuevo?
- Nada a simple vista. Necesitamos hacer un peritaje más exhaustivo.
Las voces que escuchaba eran de dos policías que en ese momento revisaban el auto en busca de evidencia biológica. Más allá de la sangre, no parecía haber nada de valor.
Decido continuar mi camino. A pesar del ambiente de temor reinante, hay cosas que hacer y la vida continúa. De seguro lo saben también los demás transeúntes, y por eso, aunque temerosos, se arriesgaron a salir de la seguridad de sus casas y recorrer sus rutas habituales.
El sol sobre mi cabeza sigue brillando como casi todos los días. Para él, nada ha cambiado.