A pesar de llevar casi dos meses saliendo, no me sentía con la seguridad suficiente para de repente confesarle que quería una relación seria con él.
La verdad era que me preocupaba que algo así lo asustara y se alejara. Era joven y de seguro no pensaba en lo absoluto en ningún tipo ni nivel de compromiso. Además, él era un poco extraño, no sabía cómo podría reaccionar.
Y había dos factores que complicaban el potencial avance normal de la relación: su inexperiencia en estos temas y mi incompetencia.
Pero no pasó mucho antes de que algo sucediera. Un día en el que Alan se encontraba haciendo su ejercicio de respiración a mi lado, como la primera vez que lo vi, acaricié su espalda por debajo de su remera haciéndolo sonreír, pero no se interrumpió. Entonces le pregunté por qué hacía eso, qué lo había llevado a hacer regularmente esos ejercicios. De mi parte, fue una pregunta muy casual y me extrañó mucho no recibir respuesta alguna.
Intenté no darle importancia al hecho y me levanté para preparar el desayuno. En la cocina olvidé rápido lo sucedido minutos atrás pero me llamó la atención, cuando terminé de preparar y servir todo en la mesa, su ausencia. Así que volví a mi cuarto donde lo vi aún en la cama, aún haciendo su ejercicio.
El patrón era muy fácil, lo aprendí en poco tiempo. Tomaba aire lentamente, lo contenía y luego lo exhalaba, nada más.
No supe si interrumpirlo porque generalmente nunca me veía en tal situación. Me senté en la cama sin saber qué hacer, tal vez sólo debía esperar. Él terminó y se sentó mirando hacia mi placard para suspirar preocupado.
—Los ejercicios de respiración relajan por varios motivos. —Me miró para confirmar que lo escuchaba antes de volver su atención al placard—. Uno deja de pensar porque tiene que concentrarse en los tiempos y en no forzarse, por ejemplo, en contener el aire hasta un punto incómodo. Además, el cuerpo pasa a recibir más oxígeno de lo que acostumbra, porque diariamente no usamos los pulmones completamente como en un ejercicio... y una buena cantidad de oxígeno seda un poco. Otra cosa que sucede cuando se contiene el aire: el ritmo cardíaco baja un poco.
Todo eso me sonaba, aunque no lo recordaba bien. Tiempo atrás, cuando tenía serios problemas nerviosos, los médicos me hablaban mucho de hacer ejercicios de respiración a la vez que me recomendaban cosas como el yoga. Nunca les hice caso.
—No me pareces alguien que necesite eso —dije con simpatía.
Inclinó su cabeza pensando. Era algo muy propio de él inclinar su cabeza al pensar. Volvió a mirarme con una expresión que pedía disculpas de antemano.
—¿Puedo decir algo personal?
No me sentí muy bien ante tal advertencia, no tenía idea alguna de la dirección que tomaría todo eso. Solamente asentí.
Otra vez se puso a pensar.
—Estoy confundido. —Suspiró lentamente—. No sé muy bien qué hacer y... —se sonrió con pena—la verdad es que no me gustaría equivocarme.
No entendía de qué me estaba hablando precisamente pero sentí una especial confianza, ese tipo de situaciones no se presentaban entre nosotros; la de exponer la parte más humana, la vulnerable. Tomé su mano para animarlo a seguir, mostrándole que podía confiar.
—Nunca me pasó algo como esto. —Y apretó mi mano para enfatizar "esto".
Miré nuestras manos como si ahí estuviera la respuesta, pero enseguida levanté la vista con una muy vaga idea de lo que intentaba decir.
—¿Y qué es esto? —pregunté en amabilidad para hacerlo seguir.
Dudó.
—¿Que no me usen? —contestó vacilante.
Preocupado por todas las alarmas que hacían sonar esas palabras en mi cabeza, estuve a punto de decirle algo pero una risa ahogada suya me detuvo.
—Eso sonó horrible, perdón —dijo llevando su mano libre a su frente—. No es lo que quería decir. Bueno, sí pero no... no es eso. No así. —Se detuvo desconforme de sí mismo.
—¿Estás bien?
Reaccionó a mi pregunta y sonrió. Empezó a jugar con mi mano concentrando toda su atención en ella.
—Cuando me invitaste esa primera vez, pensaba que solamente me usarías y eso a mí no me importaba. Mi idea en realidad era esa. Pero las cosas fueron diferentes... no sentía que me usabas. —Hizo una pausa donde se puso algo serio—. Y me di cuenta que no quería que lo hicieras. Nunca viví algo así, nunca sentí algo así... —me miró—Trato de dar lo mejor para que sea igual para ti.
Me sentí conmovido y, haciendo lo único concebible para mí en ese momento, lo besé. Un pequeño beso. Cuando terminó me abrazó con fuerza apoyándose en mi hombro.
—¿Estoy haciendo el tonto? —preguntó preocupado—. Porque no sé qué es lo que estoy haciendo.
Empecé a reírme contento y emocionado, por años me habían dicho que llegaría un momento donde las cosas saldrían bien, yo no tenía esperanzas ni en mí mismo.
—Para nada. —Besé su hombro—. Eres increíble.
Un momento después Alan se apartó de mí más alegre y tranquilo.
—Hay que desayunar.
En el comedor el desayuno estaba frío y él se apuró en meter todo en el microondas.
—No me dejes hacer otra vez algo como eso —dijo de repente mirando como giraban las tazas.
—¿Qué cosa?
Inclinó su cabeza.
—Ponerme dramático. No me gusta, me pongo torpe.
Una agradable sensación me llenaba y me sentía repentinamente seguro para llevar a cabo mi proposición. Pero decidí esperar unos días, a estar tranquilos después de lo que había ocurrido para no sonar ansioso.
—¿Te diste cuenta? —preguntó aún concentrado en las tazas.
—¿De qué?
—La bandeja de tu microondas no gira siempre hacia el mismo lado.