– Era un año que me tenía con muchas pruebas, una de ellas era el declararme a mi mejor amiga. Estuve todo el año pasado en hacerlo y, tratando de buscar la mejor ocasión o alguna excusa para verla, siempre terminaba sin decirle nada. Al llegar el viernes trece de octubre, una tarde hermosa, me decidí en ir a decirle lo que sentía sin importar el resultado en que terminara. Siempre había imaginado como se sentiría si me rechazaba y lo que pasaría si me diera el sí. Al encontrarme cansado de ser un cobarde, dejé de lado todo y me dirigí a su casa –.
Pedro era un muchacho que, a pesar ser alguien calmado y sin miedo a nada, había empezado a interesarse en su mejor amiga. Él, sin darse cuenta, cada vez pensaba más y más en ella. Él, cada vez que se encontraba con ella, deseaba que nunca se terminara aquel momento. Le gustaba que ella fuera de confianza, por lo que siempre podía estar seguro de que no le fallaría. Al haber estado en diferentes escuelas, él intentaba buscar una forma de ir la a ver en su escuela, pero, debido a que se empezaba a poner nervioso al llegar, tenía que continuar y pasar de largo. Siempre se arrepentía de no poder decirle nada. Incluso, en una ocasión, de la nada le preguntó si tenía novio. Ella le había dicho que no, lo que le hizo sentirse relajado. Él quiso, en ese momento, preguntarle como pensaba que sería la persona en quien se enamoraría, pero, con tan sólo pensarlo, le hacía sentirse mal.
Estuvo por unos años ignorando lo que sentía, hasta que se dio cuenta que él quería ser el elegido. Después de darse cuenta de ello, pasó un año tratando de decírselo pero, cada vez que ella lo ignoraba, le hacía ver que se encontraban alejados. Pedro nunca se había dado cuenta de esos pequeños detalles, lo que le hacía pensar que no podría. De esta manera terminaba desalentado y no le decía nada. Al cabo de un año, estando cansado de vivir en una ilusión y luego ver la realidad, se decidió en ir por todo o nada. En la mañana, estuvo indeciso. Comenzó a pensar que le podría llevar pero, en lo que hacía esto, se le venía a la mente el "y si es que no está o no le gusta" le hacía irse a buscar otra cosa.
Habiendo llegado las once de la mañana, él ya se había quedado sin fuerzas y pensó - no, no lo puedo hacer aún. Lo haré, una vez haya pensado en un buen plan para declararme - y, con esto, regresó a su casa. Después de haber almorzado, habiendo pasado ya un rato, salió a la tienda. Llegando a la tienda, iba a entrar a comprar, cuando sintió algo. Se sentía como un cobarde que sólo huye de la realidad y no intenta hacer algo por cambiarla. Siendo ya casi las dos de la tarde, pensó - esto no está bien. Debo de hacerlo ahora. Se lo debo de decir o callar para siempre. Es ahora o nunca - y con esto se dirigió a la casa de su amiga.
Ya que se decidió de un momento a otro, no llevaba nada para darle a ella. Lo único que tenía eran las palabras que tantas veces habían pasado por su cabeza una y otra vez. Pero, en este instante su propia determinación no lo dejaría volver tan fácilmente, sabía que este podría ser el final de su amistad y, dependiendo de cómo terminara, podría perder todo. El seguía avanzando, aunque no era demasiado lejos que ella vivía de él, él sentía que todo el camino se volvía eterno. Quería mirar atrás, pero se negaba a hacerlo, ya que si lo hacía terminaría nuevamente en la misma rutina de siempre. Pedro estaba a punto de descubrir uno de los escenarios más importantes de la vida. Este escenario puede ser desde muy bello y alentador hasta muy cruel y despiadada.
Cada paso que daba hacia su objetivo era como una pequeña esperanza que comenzaba a crecer poco a poco, pero no haría falta la duda y el miedo que se presentaran. Este era un intento por poder hacer realidad todo lo que quería, hacer que valiera la pena todo. Si alguien lo hubiera visto caminar se reiría de él, ya que por culpa de los nervios que tenía caminaba de una forma algo graciosa. Iba de un lado a otro, mientras repetía - lo haré, lo haré... -. Al llegar a puerta que definiría gran parte de su destino, tocó y pensó después - es cierto, deben de estar sus hermanas o su hermano. Espero que no salgan. Si salieran, espero que sea su hermano. Bueno - teniendo la mirada hacia el suelo y apretó su puño - no importa quien salga, les diré que la llamen y que vengo por un mandado con ella. Con eso no deberían de preguntar más -. Pero el corazón de Pedro empezaba a acelerarse un poco, la espera en que le abrieran la puerta se volvía cada vez más temible. La impaciencia lo empiezo a invadir y volvió a tocar. Ya que no salían, sentía que la cara le empezaba a decírselo, arder, pero volvió a tocar pensando - parece que no hay nadie. Pero - prestando mayor atención al ruido que provenía de la casa - puedo escuchar que tienen música puesta y una voz. ¿Qué hago? ¿Me voy? - de repente escuchó unos pasos que se acercaban a la puerta. Pedro se volteó rápidamente, ya que empezó a ver si nadie estaba pasando por ahí y preparándose para irse, y levantó la mirada a la ventanilla de la puerta que se abría.
Para su sorpresa fue ella quien salió. Ella le dijo - hola Pedro, ¿a quién buscas? -, Pedro sin dudar, pero apresuradamente dijo - vengo con usted. Tan sólo quiero preguntarle algo -, ella, - muy bien, dime -, Pedro, - podría salir por favor. Es que no le puedo preguntar así - se rio. Ella dijo que sí. Por los nervios que tenía, no podía ver claramente los gestos que ella hizo ni como lo veía.
Este momento que Pedro sólo lo había podido ver en sus sueños ahora estaba presente ante él y no tenía el valor de verla de frente. Se recostó en la pared junto a la puerta, mientras ella jugaba con algo que llevaba entre las manos sin poner mayor importancia a lo que Pedro desea decirle. Con un pequeño reojo, Pedro noto lo que ella hacia y, sintiendo como que si su corazón le indicaba que lo que estaba por decir no era correcto y que lo abandonara. El calor y sentimientos que había sentido como crecía se había detenido y un frio fue lo que lo hizo mantenerse al margen y no dejar que las ilusiones siguieran creciendo, aunque fuese por un segundo más.