—¡Mandy reacciona! — escuchó sus gritos que retumban por toda la habitación. Me siento vacía y sin vida, estoy cansada de luchar. Ahora la sangre brotando de mi cuerpo, me permite olvidar el dolor. Me siento temblorosa, la garganta reseca y fuertes mareos que hacen grande y pequeño esté lugar. Escuchó a mi Madre gritando y maldiciendo por no encontrar el teléfono, mi hermano Gabriel está contemplándome, apenas lo distingo—. ¿Dónde está el número de la ambulancia?
—Madre aquí está, marca al 911 — escuchó la voz de mi hermano, comienzo a sumergirme en un sueño profundo.
—No, Mandy, reacciona— comienzo a escuchar como la voz de mi Madre comienza a quebrarse. Quisiera decirle que no se debe sentir culpable, la obscuridad ha estado desde siempre, nadie es culpable de nada, sólo el sentimiento de no querer vivir más.
—Mandy, sigue mi voz, no te vayas por favor, prometo ya no golpear a los chicos que quieren estar contigo— apenas puedo escucharlo.
—Mandy, hija, por favor, no nos hagas esto— siento como sus lágrimas salpican mi cuello. Escuchó el sonido de la ambulancia, quisiera dormirme, ya no estar aquí, pero algo me lo impide, siento como mis ojos se van cerrando poco a poco, hasta que todo se convierte en sombras y quedó sumergida en un sueño profundo en el que no hay marcha atrás.
(...)
—Perdón, hubiera llegado antes, pero Gabriel me acaba de avisar, lo siento mucho.
—No te preocupes Susie, vi los mensajes, gracias por hablar con ella, yo sólo estaba... fui a su habitación, yo...simplemente intentó darle lo mejor.
—No es su culpa, yo sabía que algo tenía, tenía días haciéndome comentarios extraños, me envió el último mensaje corrí hacia su casa, me dijo la vecina que habían salido, que a Mandy se le habían llevado al hospital y me dijo la ubicación, intenté venir lo más pronto posible.
—Soy su Madre debí de haberme quedado todo el tiempo con ella y no dejarla sola en ningún momento, creí que todo marcharía bien con la terapia y los medicamentos.
—Creo que simplemente no supimos ayudarle, esperó pueda recuperarse, es mi mejor amiga y no quisiera perderle, sería desbastador para mí, para nosotros.
—Hola.
—Hola— su respuesta parece un poco tosca, pero nadie en sano juicio respondería alegremente.
—¿Cómo estás? — Susie se siente un poco tonta al preguntar eso.
—Mal, que va, es mi hermana— su tono se vuelve hiriente.
—¿Cómo está doctor? — el médico revisa en una hoja su diagnóstico.
—Mire señora, tiene un cuadro severo de depresión, tendrá que tomar algunos ansiolíticos y tendrá que inyectarle esté medicamento para dormir, necesita reposo, pudimos detener la hemorragia que se había causado al utilizar un punzo cortante para lastimarse, necesita mucha atención, le anote un buen colega que puede ayudarle es psiquiatra, ya lo hizo está vez, no dudará en hacerlo nuevamente, le suministramos un suero, así como calmantes, no está en sus cinco sentidos así que no intenten forzarla.
Intentan ponerse de acuerdo para entrar, primero entra su Madre, va presurosa en cada paso, siente que sus piernas le fallan al caminar, pero se arma de valor por ella, necesita hacerle ver que la vida a pesar de sus altibajos tiene su lado bueno, pero no puede obligarla a verlo. Se sienta en una silla contigua a la camilla, escucha el pitido de una máquina que da la respuesta de que está viva, que todo está bien, por ahora. Recuerda cuando tuvo a Mandy, recuerda gritar y maldecir a todo mundo por las fuertes contracciones del parto, también de la primera vez que pudo abrazarla y su pequeño cuerpo estaba aferrado entre sus brazos.
—Mi pequeña Mandy, te amo hija, no tienes idea de cuánto— las lágrimas se hacen presentes y no puede evitar sollozar —. No quiero que algo malo te pase, quiero que estés conmigo, juntas podremos con esto y más, te lo prometo.
—Hola cabeza dura— su hermano se acerca a la camilla, ve las largas líneas rojas en sus brazos, traga saliva una y otra vez—. Quiero que estés bien, sabes, nunca podré encontrar a una hermana como tú.
—Sí amiga, jamás encontraríamos a alguien como tú— Susie no puede evitar llorar, ver a su amiga en una camilla con el cuerpo deshecho le hace sentir que el corazón se le rompe con fuerza una y otra vez.
—Lo siento chicos, sólo me permitieron darles cinco minutos, necesita descansar— la enfermera interrumpe, entienden a qué se refiere.
—¿No puede darnos dos minutos más? —Susie no quiere dejarla.
—No, lo siento, podrán verla mañana, el horario de visitas está próximo a terminar. Prometo darles quince minutos, pero hasta mañana— la enfermera saca una jeringa mientras suministra un calmante a través del tubo
—Gracias— es todo lo que pueden decir. Gabriel parece preocupado, mientras Susie busca a través de sus ojos la razón de mostrarse fuerte, mientras lo abraza, entonces comienza a llorar, no importa nada, hay un dolor palpitando en todo su ser, las lágrimas caen amargas y constantes. Todo se ha vuelto un cumulo de emociones que no pueden desvanecerse.