A pesar de ser tan entusiasta, el chico tenía un problema con su actitud en la que varias veces terminaba decepcionándose cuando no lograba dominar algo rápido, y es que le frustraba bastante cuando una cosa le resultaba mal. Pero su padre estaría ahí para recordarle que debía esforzarse… y ser paciente.
En una de sus prácticas, el chico usaba una pequeña espada de madera que habían hecho juntos. Tenía que entrenar golpeando con ella a un muñeco (que era más grande que él), pero cuando lo intentó corriendo en un resbaladizo suelo de madera de una habitación que los dos ajustaron y limpiaron sólo para ese propósito, el pequeño espadachín acabó tirado sosteniendo su rostro con ambas manos.
Había caído y golpeado con el muñeco antes de poder siquiera asestar la primera estocada.
—¡Ha ha ha! Deberías ser más cuidadoso, hijo.
Le dijo su papá intentando inútilmente contener su risa.
¿Cómo es que podía pasar? Él estaba molesto, y hasta pensó en dejar de entrenar, pero en ese momento la misma voz que reía se detuvo, tomó de su brazo, todavía con una ligera sonrisa.
—Ven, levántate. Es lo que haces cuando te equivocas. Vuelve a intentarlo.
Eran tan fácil como lograba animarlo. Ese era su querido papá, una persona que siempre le inspiraba confianza y orgullo, evitando que cometiera malas decisiones.
Editado: 07.09.2018