Capítulo anterior:
Fantasía,
el reflejo de los deseos
¿…..? ¿Ehh? ¿Qué estaba…?
……..
Ah, sí, ya recuerdo. Mi padre y yo…..
Los dos íbamos a…. Él llegaba y….
………..
Con sus dos brazos sobre sus ojos, el chico empezó a soltar lágrimas.
—Padre…
No podía contenerlas, por supuesto sería así cada vez que recordara.
Pero él ya estaba acostumbrado, de vez en cuando tendría ese sueño, y todas las veces acabaría en el mismo momento, obligado a permanecer en el mismo lugar. Era como si nunca podría alcanzarlo.
Se ponía a pensar eso mientras miraba al techo de su silenciosa habitación, todavía tratando de evitar llorar.
¿Cuánto tiempo ya había pasado? No lo sabe, sólo pensaba en que el recuerdo de aquella persona era más y más distante, como si algún día…. Lo olvidaría.
Al pasar unos minutos y que el efecto se le pasara, el chico salió de su cama, la arregló y se dirigió a la cocina.
La mayoría de sus mañanas eran así, despertar, desayunar y entrenar.
En realidad intentaba hacerlo lo más parecido a cuando su padre estaba con él, sin embargo, esta rutina entraba al punto de ser cansada, en especial en la soledad.
Por dentro, él sabía que sólo era una forma de evadir la realidad que cada vez lo lastimaba más: se sentía abandonado.
Nadie venía, nadie salía, nada más un chico en su vacío hogar.
Hoy se dio cuenta de que se quedaba sin alimento. Lo que era un almacén con una vasta cantidad de comida ahora no contenía nada más que un par de cajas con pan y otras cosas.
Él ya lo esperaba, eventualmente pasaría, aunque tratara de comer lo menos posible para optimizar su tiempo, la comida se agotaría.
Entró por la puerta al almacén que está en la cocina y abrió una de las cajas. Apestaba, toda la comida dentro no tenía buen aspecto, es que es obvio que no la podría utilizar.
Revisó la otra y para su fortuna, tenía buen aspecto; un poco de arroz, latas y más cosas.
De cualquier forma, eso no duraría mucho, pero más afortunado era que él ya estaba listo para tal evento, en consecuencia, se preparó para partir hacia la aldea más cercana a buscar recursos.
—Espero que lo puedas comer, pequeña. Mira, te dejo suficiente para unos días. No sé cuánto tiempo duraré en llegar, mientras tanto espérame, ¿entendido?
El chico decía al animalito ajustando un tazón con el pan que se había descompuesto, que esperaba, la ardilla pueda comer.
—No, no. No puedes ir. Quédate aquí a esperar, alguien tiene que cuidar la casa mientras no estoy. A mi papá no le gustaría…
Ésta sólo miraba esperando a que el chico caminara para seguirlo.
—No, no debes. Tú… Bien, pero será peligroso, así que ten cuidado.
Aceptaba resignado con un suspiro.
—Por favor, que todo vaya bien.
Al tirar una moneda al pozo y con esas palabras se despidió de su hogar antes de empezar su camino, en conjunto con una ardilla que sorprendentemente había tomado un nuevo lugar entre el abrigo que llevaba el chico, preparado para el fuerte frio de la temporada.
Como ya sabía que el viaje sería largo, él se alistó con una mochila llena con la comida que aún le quedaba, ropa y otros instrumentos necesarios para cualquier necesidad, También había tomado la empolvada carta que guardaba.
—Si lo encuentro… tal vez se la pueda dar.
Por supuesto, tampoco se olvidó de su espada de madera.
Una última mirada al frente del lugar en el que, hasta ahora, había pasado toda su vida, y con paso decidido empezó su camino hacia una aldea varios kilómetros al norte.
En el pasado, ya había ido con su padre, pero la verdad era que se sentía inseguro recorriendo por sí mismo.
Estuvo caminando por todo un día hasta que acabó la extensión de la pradera, luego llegó a una zona con muchos árboles.
—Aquí debe ser la entrada al bosque. Supongo que puedo quedarme a pasar la noche.
Pensaba en el atardecer en que se avecinó a una parte donde la frecuencia en la que aparecían árboles aumentaba.
Bajó su mochila y se sentó en el suelo, la ardilla que hasta ahora había pasado todo el tiempo tranquilamente dentro de la ropa del chico, asomándose, salió y se quedó al lado del chico mientras lo veía moverse.
—Qué frío hace… Debería hacer una fogata.
Después de juntar todas las ramas y troncos que su fuerza le permitía, y de con mucho esfuerzo crear el juego, se acostó sobre una manta que traía consigo.
—Toma, pequeña, puedes comer esto.
Dijo antes de darle a su acompañante la mitad de una rebanada de pan.
Le costaba mucho conciliar el sueño con todos aquellos ruidos que se escuchaban detrás de muchas hojas y arbustos entre el extenso y oscuro bosque. Por alguna razón, sentía que unos ojos lo observaban, pero al final logró dormir.
Editado: 07.09.2018