El susurro de estos cuentos.

Fui un Ángel.

15 de Septiembre de 1995.

Delia, pobre Delia.

Se encontraba sentada sobre las rocas del rió en pleno llanto, todos decían que estaría bien y que pronto el dolor se marcharía dando paso a un nuevo amanecer lleno de oportunidades.

Claro, nadie había sufrido la misma perdida que ella, nadie había perdido algo tan hermoso como un hijo que llevo nueve meses en su vientre y que anhelo ver crecer sano, cosa que muy pocos entendían era el afecto que nació el día en que la prueba de embarazo dio positivo.

Una caída, algo tan tonto como tropezar y caer con sus propios pies le arrancó un pedazo de alma, un pedazo de su ser.

El cabello negro y sedoso bailaba al compás del viento, desde lo lejos, ella observaba con suma paciencia tratando de descifrar porque aquella joven de tan solo dieciséis años lloraba mientras los demás fingían consolarla.

Sus ojos de color verde olivo que brillaban con el resplandor del sol y su tez blanca, llamaron la atención de un moreno que yacía hace rato sentado sobre el ataúd del bebe. Nadie le podía ver, a excepción de Teresa, ella si era capaz de ver como el chico no paraba de jugar con su oz en espera del momento indicado para usarla con el alma que al parecer no salía de su antiguo caparazón humano.

Delia, se incorporo y sacudió su vestido blanco... Era hora de marcharse, el sol se estaba ocultando y las personas también, no deseaba quedarse sola en el lugar donde para siempre se encontraría aquel ser al que deseo en algún momento ver nacer.

Teresa, se levanto de la roca donde hace horas estaba sentada y camino calmada tras de la joven entristecida, anhelaba saber que era aquello que la tenía tan decaída puesto que no entendía porque llorar por alguien que ya no estaba y había pasado al paraíso.

— ¡Espera! —Giró sobre sus talones y observó al moreno directo a los ojos, eran atrayentes de color ámbar y un poco más alto que ella.

— ¿Quién eres? —Preguntó, su voz era algo tan cálido que en los oídos del chico creyó escuchar una melodía perfecta.

—Soy Tomas, el aprendiz de la muerte. ¿Quién eres tú? —Indagó, estaba ansioso por conocer el nombre de tan bella dama jamás se había sentido atraído por una humana que pudiera verle, casi siempre quienes podían notar su existencia eran mujeres que pisaban los sesenta años de edad.

—Soy... —Su vista cayó al suelo y su voz se apagó, realmente no tenía ni una mínima idea de quién era o cuando llego a ese sitio, simplemente apareció en ese lugar.

— Me llamo Teresa, creo.

Las miradas vagaron cada una por los rostros, deseando y anhelando más que una vez en un bosque tras el cementerio. Los ojos de Tomas poseían un brillo sin igual y los de Teresa, parecían perdidos en el más allá.

 ¿Qué tanto piensa?, pensó el chico.

¿Qué tanto mira?, se cuestionó la chica.

Las miradas chocaron y las mejillas los delataron.

Tanto Teresa como Tomas estaban nerviosos, avergonzados y por lo que se percibía alrededor podría ser... ¿Enamorados?

— ¿Qué quieres hacer? — Su voz era dos veces más gruesa, lleno de nervios. No era muy bueno para mantenerse sereno.

—No lo sé —Respondió sin titubear.

No sabía ni como había llegado, aún no podía sacar esa duda de su cabeza como para dejar entrar otra muy diferente que pondría su mundo al revés.

— ¿Dónde quieres ir?, puedo llevarte a donde quieras, sólo pídelo. —Infló el pecho cual paloma, orgulloso de su monstruoso poder. Ese que lo llevó a obtener el puesto de aprendiz de Ángel del inframundo, uno que no cualquiera logra obtener sino tan solo aquellos que morían siendo nada pero volviéndose todo en los corazones de sus seres queridos y él, lo logró sin esfuerzo alguno.

"Morir de leucemia no es fácil, es doloroso en su totalidad pero les aseguro que pude reír y disfrutar mucho al lado de ustedes. Los quiero, a todos por igual pero siempre a mi familia con un amor especial porque a pesar de las altas y bajas nunca dejaron de creer en mí... Gracias." —Citó en murmullo Tomas para sí, mientras la pequeña dama pensaba a dónde volar.

—A todos lados, quiero ver este mundo y el tuyo. Quiero poder explorar y dejarme llevar por la paz y la armonía, quiero poder reír y llorar, enojarme, correr y trotar... Quiero ir a donde Deila vaya y saber que pudo lograr lo que tanto desea; ver que ya no llora y que en su rostro siempre lleve una sonrisa sincera.



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En el texto hay: misterio, muerte, desconocido

Editado: 30.01.2019

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