Creo que ambos sabíamos lo efímeros que éramos, y lo cruel y traicionero del destino, que había susurrado ya en nuestro oído que no podíamos estar juntos, pero nos mentimos, nos escondimos entre los secretos de nuestras miradas y la luz cómplice de una luna loca.
Los caracteres en mi hoja siguen fluyendo de la forma más traicionera que saben, pero simplemente mis dedos corren locos y sin control, queriendo atrapar con un deseo infinito los susurros de mi mente, de mi alma, que se dejan ir en el papel intentando tener más eco, creo que todos los susurros están buscando con demasiadas ganas ser gritados, romper los esquemas del viento y llevarme a la perdición. Creo que ese es su mayor trabajo, llevarme a la perdición.
Por mi ventana aún se vislumbran las fuertes luces de la ciudad, y el leve ruido del tráfico llega como un ligero viento incómodo. Mi perezosa mente sigue luchando con ganas contra la mar de recuerdos que han invadido mi mente cual tsunami loco.
Apenas es siete de enero, y creo que ese es el absurdo problema, el eco del año nuevo ha trastocado con ganas en mi mente, y mi consciencia ha iniciado una de sus guerras campales queriendo hacerme daño, o tal vez, lo que quiere hacerme daño es el periódico que he visto en la mañana en mi escritorio junto al humeante café. Creo que mi cuerpo se helo, y mi corazón corrió desbocado como hace tiempo no lo hacía. Quizá debería llamar al cardiólogo, pero luego recuerdo que es el efecto Jack, siempre ha sido su efecto.
Me he sentido cual puberta loca, al ver la foto en primera plana de Jack Ackerman, el primer ser en mi lista de perdiciones locas, el primer ser en la lista de cosas por olvidar.