Astrid no había tenido oportunidad de hojear las páginas de su libro, las tareas de la casa le robaban el tiempo, habían pasado unos días desde el solsticio y se preguntaba que habría sido de ese chico Derek, su tía hoy estaba particularmente tensa, le pidió que arreglara a Adela mejor que nunca pero no le dio razones de ¿Por qué? A ella misma le ordenó estar presentable porque vendrían visitas.
Adela miraba pensativa por la ventana mientras su prima trenzaba cintas color rosa en su cabello y le hacía un lindo moño. Las bellezas de las dos eran incomparables como el día y la noche, Adela era de cabello negro como la tinta y ojos azul celeste; en cambio Astrid era el día, todo en ella irradia luz, su cabello era como la plata y sumamente lacio, su piel era blanca y tersa como la porcelana. Tenía unos enormes ojos violetas con pequeñas motas purpuras, muchos pensaban que era albina, pero no era así, sus ojos estaban llenos de enormes y rizadas pestañas negras como el ébano. Era simplemente una belleza mística y angelical.
—¿Terminaste? - preguntó Adela impaciente
—Ya casi ¿Quién vendrá? – preguntó Astrid algo nerviosa
Adela se lo pensó antes de responder, Astrid le preguntó a ella, ya que su tía era más reacia a contestar a sus preguntas
—Vendrá a verme un pretendiente. - dijo con mucho entusiasmo.
—Supongo que es genial, si es lo que quieres. - le contestó su prima dubitativa, Adela no tenía muchas opciones por su condición, pero era muy triste que casarse era lo único que esperaba de su vida.
—Por supuesto que quiero, tú eres la cabeza hueca que rechaza a todos, pero ya verás que lo conquistaré.
Astrid se posó frente a su prima y le acarició el rostro, puede que Adela fuera como un dolor en el trasero la mayor parte del día pero la quería y no quería que se viera a limitada a estar con alguien que pudiera maltratarla porque se le agotaban las opciones, ella valía mucho y sabía que en el fondo Adela estaba algo rota y cansada de que la vida le escupiera constantemente en el rostro, ella sería capaz de aceptar lo que fuera si le aseguraban que sería feliz y en su mente casarse con un desconocido por dinero le aseguraba ese destino.
—Sólo quiero que seas feliz, eres preciosa y si alguien dice lo contrario o te desprecia que no te importe. Las personas son muy idiotas a veces. - Astrid intentó abrazarla, pero su prima giró el rostro y se lo impidió.
—Eres tan arrogante, ya todo el mundo sabe que eras la chica más hermosa de aquí y rechazas a todos, si este chico se fija en mí, lo dejaré acercarse. No seré tan orgullosa como tú. - las palabras de Adela estaban llenas de desprecio y rencor, pero a Astrid no le afectaron, sabía que la vida de prima no era fácil.
—Ya he terminado. - anunció y se retiró de la habitación
Astrid decidió vestirse con el vestido más simple que encontró, no trenzó su cabello ni hizo nada especial en él, ni siquiera se miró al espejo. No le iba a arruinar esto a Adela, si podía evitar del todo a los visitantes lo haría, solo quería ver a su familia feliz por un momento. Porque Astrid no recordaba un momento de felicidad luego de la muerte de su tío. Atendió los últimos detalles de la casa antes de las visitas y luego sonó la puerta, ella no quería abrirla, pero su tía se lo ordenó.
Al abrirla se encontró a dos caballeros, uno era viejo y con una gran barba marrón, el otro era un joven como de 25 años o quizás menos, tenía un aspecto similar al adulto, ambos tenían rostro alargado y narices picudas, su físico no era particularmente atractivo, Astrid esperaba que su personalidad si lo fuera.
—Buenos días, pasen por favor. - dijo Astrid
Los hombres se quedaron viéndola y examinándola unos segundos, pero para ella se sintió como horas, luego el mayor que debía ser el padre del joven habló.
—Tú debes ser Adela, Madeleine tenía razón, eres bellísima. Mira esos ojos y cabello, nunca había visto algo a…
Astrid lo interrumpió antes de que pudiera continuar halagándole.
—Señor se equivoca, yo soy sólo la servidumbre, pasen por favor.
Los dos hombres algo aburridos entraron a la morada, tenían esa mala costumbre de examinar todo escrupulosamente con la mirada, Adela estaba sentada lo más rígida y derecha que su cuerpo le permitía y tenía una sonrisa radiante en el rostro, Madeleine estaba de pie al lado de su hija.
—Me alegra que hayan podido llegar, el tiempo está muy frio estos días, esta es Adela, mi hija. - Adela tendió la mano para que el joven se la besara y él lo hizo.
—Soy Héctor y este es mi hijo Horacio. - Astrid reprimió su risa al oír el nombre del chico, era como el nombre de un anciano, realmente no sabía que le hacía tanta gracia del tal Horacio.
Los dos hombres se sentaron al frente de Adela y su tía, comenzaron a charlar, de la conversación Astrid pudo escuchar que él era comerciante, específicamente de textiles y quería emprender un negocio más allá de distribuir telas. Al unirse en matrimonio Adela y su madre trabajarían para ellos, económicamente era un buen partido, pero algo dentro de Astrid le indicaba que eran hombres desagradables, solo que ahora no había descifrado el ¿Por qué?
—Trae el té, Astrid. No hagas esperar a nuestros invitados.