—¿Quién es Carrigan? — preguntó Astrid mientras bajaban a las catacumbas de la mansión, iluminados por la antorcha que portaba el príncipe.
—Es una diosa muy antigua, casi como estas tierras. — respondió Cilliam mientras seguían bajando
Astrid dirigió una mirada a las paredes y observó miles de lápidas en las murallas que se alzaban por las altas paredes de piedra, la joven se sintió algo intimidada.
—¿Por qué una diosa tan poderosa vive aquí abajo? ¿De quién son todas estas lápidas? — volvió a preguntar, a su parecer el camino se volvía cada vez más largo conforme iban avanzando.
—Esta es la primera vez que yo la veo también, pero creo que fue porque ella así lo quiso, aquí están muchos héroes enterrados, muchos de ellos estaban aquí antes de que nosotros llegáramos y supongo que este era antes el lugar de la Carrigan y ella no quería abandonarlo.
Por la oscuridad que los abrumaba, Astrid no notó que el príncipe cargaba un zurrón en su espalda y no lo habría visto si la criatura que aguardaba adentro no se hubiera movido.
—¿Qué llevas ahí? Se mueve.
—Es una ofrenda, un cordero, no podemos llegarle sin nada.
Astrid iba a objetar, pero no tenía sentido, ella no entendía estas cosas y sin duda no quería ofender a la diosa, hechicera o lo que fuera. Así que descendieron hasta llegar a una enorme puerta negra, en ella había pequeñas gemas verdes que alumbraban de forma siniestra y en el centro de esa gigantesca fachada había un uróboros, el símbolo estaba tallado en un metal tornasolado que con las luces del fuego soltaba destellos morados, verdes y azules. Sin duda era un poco intimidante la imagen de la serpiente engulléndose a ella misma, Astrid tragó y encuadró los hombros decidida a todo.
—Es aquí. — anunció el príncipe, Astrid iba a soltar un comentario sarcástico, pero se lo guardó ya que una voz femenina, algo ronca, pero a la vez majestuosa y seductora habló en sus mentes.
“Que me han traído”
Cilliam tomó una daga y asesinó al cordero, este solo soltó un gemido y luego cayó flácido en el suelo, dejando un charco de sangre.
“Podréis pasar”
A Astrid un escalofrío le recorrió toda la espalda y miró al príncipe, pero él parecía impávido, esa fue la señal suficiente para obligarse a ser valiente, las puertas se abrieron de par en par, y los dos jóvenes siguieron dejando el cadáver del cordero atrás, el lugar tenía una aura oscura y misteriosa. No había antorchas adentro, ni siquiera paredes, era una enorme cueva iluminada por esos diáfanos cristales verdes. Ambos recorrieron la habitación con sigilo en busca de la diosa. Astrid dio unos cuantos pasos al igual que su compañero, pero se detuvo cuando para su sorpresa pisó una serpiente totalmente negra como el ébano y con unos enormes ojos verdes cual esmeraldas.
La víbora enfadada mostró sus puntiagudos colmillos, Astrid no supo cómo reaccionar así que Cilliam la tomó del brazo y la hizo retroceder, antes de que el réptil mordiera su pierna.
—Gracias. — dijo la muchacha con sinceridad, el príncipe estaba por responder, pero una voz hizo que ambos jóvenes se lo pensaran mejor.
—No puedes venir aquí y maltratar a mis mascotas. — la riñó una voz proveniente de una esquina de la cueva.
La silueta salió a la luz y Astrid esperaba ver a una anciana, pero en su lugar se encontró con una mujer majestuosa, era alta y esbelta, tenía un cabello largo y lacio como el de Astrid, pero la diferencia es que era totalmente negro y reluciente como la noche. Su piel era tersa, pero tenía un leve color verdoso, en algunas zonas de sus brazos se veían unas pequeñas escamas tornasoladas que se volvían cada vez más pequeñas hasta desaparecer. Los ojos de la diosa parecían hechos de esos cristales que iluminaban su morada, eran intensos como si estuvieran conteniendo todo su poder, como si su mirada pudiera hacer explotar al mundo.
—Sorprendida. —se burló la Carrigan de Astrid, la expresión de la joven la delató y se ruborizó. — Pensabas econtrarte con una ancianita
—Yo … yo lo lamento. — se disculpó la joven
—No lo hagas, puedo leer tu mente por ahora y en esta vida Freya, tú nunca me habías visto. —dijo ella con sorna.
—Dijiste que podías leer su mente por ahora, o sea que luego no podrás. — intervino el príncipe
Carrigan se acercó a los jóvenes y miró al príncipe a los ojos, obteniendo información de su mente, sonrió para sí misma cuando la obtuvo, pero el príncipe no sintió el mínimo temor de lo que le había revelado a la diosa.
—Normalmente los elfos mantienen sus mentes protegidas, pero ella aún no sabe cómo hacerlo. Y supongo que están aquí porque quieren que la convierta en lo que realmente es.
—Mi padre ordenó que nos revelarías todo lo que debemos saber.
La diosa se acercó aún más y tomó el rostro del príncipe entre sus manos, lo miró a los ojos y se río de él, luego dijo con odiosidad.
—¿Qué te hace creer que yo obedezco a tu padre? — Cilliam torció su rostro con fuerza para liberarse del agarre de Carrigan
—¿A quién obedece entonces? — pregunto Astrid con imprudencia y cierto toque de tenacidad en su voz. —¿Por qué una diosa tan poderosa vive aquí abajo? ¿si es que eres tan poderosa?