Cilliam estaba al lado de Minerva contemplando un paraje algo dantesco, frente a sus ojos solo se encontraban ingentes matorrales llenos de espinos que cubrían todo el paisaje, a pesar de ser plena tarde el lugar se veía ensombrecido y las criaturas de Titania mostraban sus caras en plena luz del día, los murciélagos colgaban de los árboles sin follaje, y el ulular de las lechuzas y los búhos llenaban el ambiente.
— Pensé que la corte esmeralda sería más colorida. — observó el príncipe mirando su alrededor con desagrado.
— Vamos primero a la prisión. - puntualizó Minerva. — La corte Esmeralda no quiere ganarnos de enemigos, nos harán creer que todo está bien, pero Skoll si nos dirá la verdad.
— Tenía entendido que las hadas no pueden mentir.
— Ellas encuentran la manera.
— ¿Y quién es Skoll? — preguntó el muchacho. La experta en magia puso los ojos en blanco ante tantas preguntas.
— La guardiana de la prisión de las sombras… y la hermana de Hati.
Minerva sonrió de forma macabra para provocarlo, un escalofrío recorrió su espalda, esperaba que Skoll no fuera tan horrible como su hermano. Instintivamente acercó su mano derecha a su cinto donde reposaba la espada de su tatarabuelo, suponía que la bestia le debía tener resentimiento por haber humillado a Hati, Cilliam pensó en su hermanita y como le haría pagar a cualquiera que se atreviera a lastimarla. Minerva le cogió la mano y le hizo guardar el arma.
— No te preocupes, ella es un mal menor, aunque no la subestimes. Skoll es justa y diligente, por eso quiero entender como escapó Myrtha de aquí.
Minerva levantó las manos y chispas plateadas brotaron de ellas, luego entre los matorrales empezaron a verse pequeñas luces rojas, a medida que la magia surgía de la elfina aquellas luces brillaban con mayor intensidad, el humano se dirigió a uno de aquellos puntos de luz para observar con mayor claridad y notó que los espinos tenían pequeños rubíes, que refulgían en aquel lugar.
Después los matorrales se elevaron con fuerza, haciendo que Cilliam retrocediera, las espirales de los arbustos espinosos quedaron totalmente verticales y luego bajaron con estrepito para unirse con el suelo, el polvo se elevó impidiéndoles ver con claridad, cuando el ventarrón se aplacó la tierra se abrió en dos revelando una gruta, descendieron en silencio, en el interior había pequeños cristales rojizos, el príncipe recordó el hogar de la diosa que al parecer no era una.
— ¿Qué sucede? — preguntó Minerva mientras seguían su descenso.
— Me recordó a la morada de Morrigan.
— Esa farsante, no es más que una mentirosa. — afirmó Minerva con un gruñido. — Una simple ninfa que quería sobresalir en el mundo de los humanos, y vosotros como estúpidos borregos les seguís el juego.
— Sí, lo capto. Somos estúpidos.
Cilliam detuvo su sarcasmo porque al final del pasillo una silueta que los observaba, entrecerró los ojos para ver mejor, la silueta del animal era colosal, aunque tal vez un poco más pequeño que Hati, no quería hablar muy pronto, pero Skoll no le infundía tanto terror como su hermano.
— Ya sé a qué habéis venido, seguidme. — ordenó la bestia, la pareja se acercó con sigilo ante la loba de pelaje blanco como la nieve.
Sin decir una palabra emprendieron la marcha, mientras caminaban escucharon los quejidos y lamentos de sus prisioneros, los plañidos llenaban la estancia y se quedaban retumbando en sus cabezas. La prisión estaba conformada por una red de troncos negros como el ébano, estos recubrían las paredes y llegaban hasta las alturas formando cúpulas con las ramas entrelazadas.
Su recorrido terminó cuando llegaran a la estancia principal de la prisión, ahí había un poco más de luz debido a antorchas y a esos rubíes, también se encontraba un enorme mosaico en donde estaban representados dos lobos, uno blanco como la nieve que perseguía al sol y otro negro como la noche persiguiendo a la luna.
— Era de nuestras antiguas vidas. — explicó la loba con su voz intimidante al príncipe que miraba la pared con curiosidad.
— Mi padre solía contarme esta historia ¿La leyenda es cierta? — preguntó Minerva, mirando el mosaico
— Cada palabra. — concedió Skoll con una inclinación de cabeza. — Mi hermano y yo éramos los más fieles sirvientes de las deidades astrales, cumplíamos todas sus órdenes; yo seguía devotamente a Solaría, mi hermano servía a Titania. Nuestra creación y destino era ser sus esclavos, solo podíamos vernos en ese pequeño instante en que el sol cruza su mirar con la luna, cuidábamos tanto de su creación que nos olvidamos de nosotros mismos, nuestros destinos eran perseguir eternamente al sol y a la luna, impidiendo que nada les dañara, en una carrera eterna en la que no podíamos ganar, perder o empatar.— dijo la loba a coro con la voz de Minerva, que recordaba ese verso de la leyenda de Hati y Skoll.
— ¿Y qué sucedió? — preguntó Cilliam.
— No sé cuánto tiempo ha transcurrido desde entonces, pero hubo una vez en la que el sol y la luna se unieron en perfecta armonía, mi hermano y yo nos encontramos después de tanto tiempo, pero en esa ocasión el eclipse de ambos astros emitió tal luz que nos cegó, nos desplomamos en la tierra sin saber qué hacer, sin tener adónde ir, y las voces de aquellas diosas que servíamos se callaron para siempre de nuestras mentes.- Skoll hizo una pausa y miró el mosaico.— Por más que quisiéramos no podíamos escucharlas, sin importar nuestras plegarias no acudieron nunca, nos dieron la espalda, estaban ocupadas creando a sus nuevas criaturas… las etéreas.