La carta plateada.
Los árboles forman una especie de arco sobre ellos, a medida que avanzan pueden sentir la fría brisa acariciar sus mejillas, en el Bosque Claro solo se escuchaba el ruido del viento y las pisadas de sus caballos. Al salir del lugar los ojos de la chica se dirigen al cielo, sus labios se estiran hasta formar una dulce sonrisa mientras una parvada de Alales morados volaban sobre ellos y su canto peculiar al sonido de una melodía dulce de violín envuelve el ambiente en extrema armonía. Sus largos cabellos azotan su rostro impidiéndole observar con claridad el camino que por fortuna sabe de memoria. Gira su rostro hacia su hermano mellizo, cuando sus ojos se encuentran le sonríe como un gato a punto de devorar a su presa.
— No — susurra ella sujetando con más fuerza las riendas para dirigir su caballo.
Rigel vuelve a dedicarle la misma sonrisa de hace un rato, le ordena a su inmenso caballo negro aumentar la velocidad.
— ¡El último en llegar hace las tareas del otro por un mes! — grita estando lejos de ella.
Adhara le ordena a su caballo ir más rápido al aumentar el ritmo del galope lo único que podía escuchar era el sonido de su corazón martillando.
— Nuestro abuelo corre más rápido que tu poni, Adhara — Rigel grita aumentando el ritmo desde aquel lugar ya puede ver la granja.
— Al menos no hice trampa — golpea despacio con su pie el costado de su caballo para hacerlo cabalgar con mayor velocidad, se encuentra unos metros atrás que su hermano.
— Si ves una ventaja tienes que tomarla — ríe encogiendo sus hombros.
Adhara sonríe al observarlo, relaja sus músculos y cierra los ojos concentrando su atención en el sonido de los árboles y su corazón palpitando. Poco después escucha el caballo de su hermano relinchando, lo primero que divisa es a su hermano caer del caballo, de sus labios salió un grito de dolor.
— ¡Rigel! — Adhara se apresura a bajar de su caballo — ¡Oh, no! — maldice al ver que su hermano no puede ponerse de pie, seguramente se trataría de un esguince.
— Ayúdame — susurra con pesar.
— Iré por ayuda, tranquilo — siente su cuerpo temblar le cuesta reaccionar acertadamente.
— Llévame a casa ahora, Adhara — el pánico se puede palpar en su mirada, sabe que debe llegar a casa para que un curador pueda ayudarlo aunque ambos sabían que sus padres no tienen el dinero suficiente para pagarlo lo más probable era que tuviera que sanar como en la antigüedad — Adhara, muévete — le ordena al ver que su hermana no hacía más que temblar y mirarlo.
La boca se le seca, sus manos tiemblan y su vista se nubla no puede reaccionar. Rigel toma la iniciativa de colocarse de pie con dificultad apoyándose en su pierna sana, posa su brazo derecho sobre el hombro de su hermana y comienzan una caminata apresurada y torpe. Los caballos galopan a su lado en dirección a la granja, ellos saben el camino no esperan una orden; en cada paso podía sentir el rocío salpicar sus tobillos y mojar su vestido tornándose de un color verduzco y marrón desde aquella pequeña colina divisa su granja, desea con todas sus fuerzas que su madre salga y los socorra, teme llegar tarde y que los curadores no pudieran hacer nada por Rigel.
— Jamás llegaremos a tiempo, Adhie — su voz se quiebra con ligereza.
La joven traga con fuerza apresura el paso provocando que Rigel resbale sobre una gran roca suelta un jadeo cuando su trasero impacta.
— ¡Levántate ahora, Rigel, si podemos llegar! — Rigel le dedica una mirada lastimosa.
— Aunque lleguemos ni siquiera podemos pagar un curador, todavía se debe lo del brazo de papá. Estoy acabado, Adhara — soltó un sollozo.
Adhar siente una opresión en el pecho como si la propia oscuridad la estuviera devorando por dentro.
— Estaremos bien, levántate estoy segura que Reginald te curará — sostiene su mano.
Su hermano se deshace de su agarre con brusquedad — ¿Estás bromeando? Reginald solo te haría ese favor si tú le das algo a cambio y no permitiré que ese viejo asqueroso te ponga una mano encima. Olvídalo no vale la pena.
— ¿No vale la pena? Dentro de un par de días debes presentarte ante el General Revil y si no vas te acusaran de traición...te matarán — gimotea, de pronto el ambiente se pone tenso aquella paz que sentía al cabalgar se había esfumado en un segundo.
Rigel sabía aquello a la perfección, desde hace unos meses la carta plateada había llegado a su granja una mañana después de su acostumbrada cabalgata con su hermana.
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El lodo en sus botas manchaba el suelo de madera que crujía a cada paso. Adhara le contaba acerca del becerro que hacía unos meses había nacido y que lo había llamado primavera. Ambos dejaron sus abrigos sobre el perchero y se dirigieron al comedor del cual emanaba un delicioso aroma a chocolate recién preparado y pan tostado.
Su madre se encontraba sentada de espaldas a ellos, la olla de chocolate burbujeaba en la lumbre mientras el foco tintineaba pronto había que cambiarlo, Adhara le dedicó una mirada de confusión a su hermano y se apresuró a apagar el fuego. Rigel se acercó con cautela a su madre depositando un beso en su mejilla, Soria dio un respingo.