El tiempo perdido

2

            Inspiró lento y calmado. Cerró los ojos y sintió el aire entrar por su nariz. Su abdomen se expandía y lentamente buscaba que no quedara ningún mínimo espacio que pudiera estar falto de aire.

            Lo soltó todo de un derechazo a la pared.

            Apoyó su antebrazo izquierdo en la pared. Apoyó su cabeza sobre su brazo. Apretó sus dientes. Respiraba con violencia y desesperación.  «¿Por qué? ¡Si lo hice todo bien! ¿Por qué no puedo ser feliz?» se dijo frustrado antes de pasar por la toalla e ir a bañarse. Intentó recordar qué había soñado. No lo logró.

            Una vez limpio, fue a hacer su día. Esa vez estaba corrigiendo un plano para un compañero. La noche anterior había enviado sus revisiones. Iba bien, se había asegurado la paga del mes, de ahí en adelante eran utilidades para él.

            Fue al centro de la ciudad a buscar unos documentos que debía retirar antes de las dos de la tarde. Llegó temprano y sacó número Empezó a mirar a todos lados de la sala de espera.

            Había un tipo con un parche en el ojo esperando, aunque Boris no sabía si venía antes o después de él. Una chica de pelo a medio decolorar iba con su novio, un flaco alto de polera negra. Él hablaba de cómo alguna vez en un banco le tocó ver un infarto, y ella veía el celular contestando con gruñidos. La señora que estaba detrás suyo tenía cara de que podía escupir ácido, y la de atrás, leche en polvo. Había un hombre de traje mascando un chicle de nicotina, y, tras seguir un poco la mirada del sujeto de traje, a Boris se le ocurrió que podría ser socio del tipo del parche en el ojo. «Sí, lo está mirando. No. Socio no, tal vez otra cosa. ¿Amigos? ¿Amantes? ¿Asesinos? ¿Por qué no? ¿Y si eran ladrones? Claro, el tipo del parche debió haber perdido el ojo antes… Tal vez asaltaron un banco como este, y por eso el del parche juguetea tanto con sus manos. Claro. No. Era algo más. El tuerto no siempre fue tuerto.

            »Claro: perdió el ojo con él, en un atraco a un banco. Ese tipo, el del traje, es un poco más viejo. Ya veo, ya veo… ¿y qué más?

            »El del traje alguna vez fue un ladrón de guante blanco, autor de varios robos en diversos países. Un hombre con toda una robusta carrera detrás, para ser exactos. Quería retirarse hacía tiempo, y al parecer, lo había logrado. Había permanecido bastante inactivo, y pasó desapercibido. El tuerto, su amigo, compañero y cómplice, coincidió con el deseo, el momento y la oportunidad. Dijo que sus ojos ya habían visto suficiente mugre, y que se retiraría del negocio, aunque por dentro, en ese momento quería matarse por haber matado a su propio hijo. Por supuesto que el del traje aceptó el gran final. “Retírate mientras vas ganando… pero salir por la puerta grande es salir por la puerta grande”, dijo antes de aceptar la petición y estrechar la mano del tipo que aún no era tuerto.

            »Entraron por el desperfecto en el panel del rincón, pero a la salida los policías los interceptaron por una llamada de… la mujer esa de la cartera brillante, que ahora se ve vieja, pero antes debió haber estado harto mejor. Allí, el tuerto, con su, ¿cuánto? ¿Metro sesenta?, le disparó a la media docena de policías que estaban por la puerta lateral. Le llegó una bala en el kevlar que traía. “Estás viejo”, le dijo el del trajecito prendiendo un cigarro. La única respuesta que recibió fue un muy fuerte empujón.

           

»El cigarro aún no caía al piso, y él lo primero que pensó fue que todo era una trampa para que él aceptara a dar el golpe, y ser asesinado por su amigo. “Parece que, técnicamente, sí iba a ser el último golpe para mí, ¿habrá descubierto lo de Susana?” pensó mientras caía. Escuchó el disparo y se dispuso a morir.

            »El tuerto mató a uno de los dos policías, y uno alcanzó a disparar su escopeta. Parte del disparo impactó en el vidrio del lado, y el tuerto se convirtió en el tuerto gracias a una astilla de vidrio que le saltó por ello. Alarmado, y dándose cuenta de lo que estaba pasando, el del traje se levantó, corrió y le dio un tiro de lleno al policía que quedaba.

            »Esa noche fueron a la casa del tuerto. La tipa del bolso estaría allí, y ella podría intentar algo de primeros auxilios. No quiso abrir la puerta en un principio. Ella y el tuerto estaban peleados y a punto de divorciarse. Solo reaccionó cuando el del traje la llamó por su nombre. Suspiró, abrió la puerta y se puso a revisar la herida. Fue al botiquín y, tras remover el vendaje improvisado con la corbata y el brazo derecho de la camisa del tipo del traje, sacó la astilla rápidamente, para luego proceder a frenar la pérdida de líquidos en el ojo. Lo hizo en un especial silencio. Cuando dejó el vendaje listo, se puso a llorar. Nadie le preguntó nada. A lo más el tuerto le dijo “lo hice para que lo del Nacho no fuera en vano”, y ella se puso a llorar aún más fuerte. Tenía un trauma con curar a su esposo. Aún peor: le dolía tener que curar al hombre que amó y que mató a su hijo. Luego de un rato, hubo silencio “querida, se acabó. Es todo. Ahora sí estoy fuera”. “¿Ahora sí tuviste suficiente?” contestó con el nudo aún en la garganta. “Lo tuve hace tiempo. Sabes que no podía ser antes”. “Sí”.




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