Con el paso de los días, Boris se confundía más. Por lo general, todo bien, pero un día o dos, se acordaba, o, mejor dicho, le importaba el estar consciente de que seguía ahí mismo. La crisis iba y venía, y él no sabía cómo defenderse.
Lo tomaba por sorpresa. Siempre, en algún momento, bajaba la guardia y ahí volvía a sentir repulsión por su propia imagen y su nulo avance. Al principio, lo tomó como algo anecdótico, a la segunda semana, empezó a preocuparse, temeroso de que empeorara. A ratos, no tenía idea de qué hacer. Cuando lo recordaba, le dolía. A la tercera semana, empezó a sentirse enfermo por dentro, como si de a poco empezara a perder u olvidar la sensación de felicidad.
Y en eso, se juntó con Teresa. Ella lo contactó por mensajería instantánea, y se juntaron al día siguiente, un poco más tarde de lo habitual. En un principio, Boris consideró que sería bueno juntarse con ella. Luego empezó a desvariar, a tener nervios. Pensó que podría aparecer Carla, y sería bastante terrible, porque Carla siempre malinterpretaba todo, y sin darse cuenta, en camino al centro ya estaba empezando a montar una historia donde ellos se tomaban un café y aparecía de la nada Carla, y se acerca a saludar a Teresa, y donde Carla les pregunta qué hacen, y Boris contestaba que nada, y Carla comentaba que “¿otra vez nada?”, y los tres se echaban a reír porque había que hacer una tregua antes de que la tensión les asfixiara las neuronas a alguno de los tres.
Entre desvarío y desvarío, llegó bastante disminuido al encuentro. Pensar cosas lo había dejado dubitativo, y un tanto ensimismado. Se sentó a esperarla en el café. Ella dijo que llegaría en cinco minutos. Esperaba que sola, o algo. En el fondo, tenía miedo a la ínfima posibilidad de que ella, en vez de llegar sola, llegara con Carla. Era una tontería, y estaba consciente de ello, pero no por ser una maquinación de su cabeza, sus efectos no iban a ser reales. La angustia, la ansiedad, la confusión, los nervios… ninguno de ellos necesitaba que la amenaza fuera real para afectar su estado de ánimo, y cualquiera de ellos podría hacerlo por sí solo.
No fue el caso, por suerte, ya que Teresa llegó tan sola como se suponía que iba a llegar. Se saludaron y se contaron un poco qué había pasado desde la última vez que se vieron. Él dijo que había terminado un plano, y que este semestre se mantendría haciendo, revisando y corrigiendo planos, o maquetas digitales. Le comentó que es difícil ser arquitecto y no morir en el intento, y que él había tenido la suerte de que en el lugar donde trabajaba, se dieron cuenta de que era decente en su trabajo. Le dijo a Teresa que eso lo tranquilizaba un poco, pero que a la vez lo tenía un poco confundido. Explicó que el semestre pasado había trabajado en un proyecto grande, y probablemente pasaría hasta el otro año sin el surgimiento de algo así. Teresa asintió tratando de imaginarse una forma de vivir que no fuera la suya: digitando, firmando y timbrando cosas.
Teresa no le contó que ella tenía un cargo bastante elevado dentro del registro civil en el que trabajaba. Sintió que no era necesario. Supuso que, de la misma forma que ella no podía imaginarse una forma de trabajo que no fuera la suya, él no podría imaginarse una forma de trabajo como la de ella. Sonrió tontamente cuando se dio cuenta de ello.
Boris le siguió comentando que se había convertido prácticamente en un trabajador independiente —aunque él usó la palabra freelancer— y que, al parecer, estaba teniendo secuelas por todo el desorden de su vida.
—Ya me las arreglaré… aunque hace tres semanas dije lo mismo.
—Oh… mala cosa.
—De todos modos, se me hace raro. Técnicamente, todo está bien.
—Menos tú, ¿no es así?
—Eh… sí.
—Entonces, el problema no era lo demás, ¿me equivoco?
—No.
—Entonces ya lo tienes, o por lo menos a medias.
—En realidad, tres cuartos. He avanzado bastante, la verdad, pero no sé. Estoy medio perdido. Creo que sé por dónde va la cosa, pero no sé qué es esa cosa. No tengo detalles, pero tengo sus límites, y desde ahí estoy tratando de hilar más fino.
—Qué mal. Pero al menos tienes una pista.
—Sí… ¿y tú qué novedades tienes?
—Que pasé a estar soltera.
—¿En serio?
—Sí. Llevo una semana.
—Lamento tardarme, pero te doy la bienvenida al club. Llevo un buen rato aquí.
—Gracias, supongo.
—¿Por qué terminó tu relación?
—Es una historia un poco larga.
—Vine aquí a escuchar lo que tengas que decir.
—Pues… Infidelidad. Un día se me ocurrió que sería buena idea ir a ver a mi anciana madre, saludarla, darle cariño, estar con ella… iba semana por medio, porque es medio huraña la doña, y había pasado una semana y media sin darme cuenta. Fui sin avisar, y no había nadie. La llamé y no contestó hasta media hora después, y me dijo que no me había contestado porque estaba meditando. Se había ido a hacer… no sé qué era exactamente… digamos que era yoga… en la arena, porque esa noche había no sé qué cosa, y que la situación cosmológica anunciaba que era buen momento para conectarse con no sé qué otra cosa. El tema es que había pescado su auto y se había ido la muy loquilla. Yo me quedé unos minutos golpeando, gritando y llamando, y después me fui para encontrarme una camisa del Ricardo, una que hacía tiempo no veía, tirada encima de la cama. No reconocí el olor de la camisa. O sea, era olor a colonia, pero no suya. En la pega, al día siguiente, reconocí el olor, pero no por un flashback. Resulta que era la colonia del Juan, un tipo con un don para hostigar gente.