El tiempo perdido

5

            Llegó un mesero y, tras pedir perdón por la demora, les ofreció la carta. Pidieron café tradicional.

            Boris veía en Teresa algo que no sabía si le gustaba o le daba miedo. La historia que le había contado era un poco difícil de digerir. No tanto por cómo ella entendió todo tan rápido, más bien, era difícil de digerir que Teresa, la que estaba ahí, frente a él, mirando distraída hacia la derecha y tamborileando la mesa levemente con los dedos, fuera capaz de hacer a sabiendas algo así. Por ahí le entró la duda.

            —Oye, ¿y tú sabías lo que le iba a hacer a ese tipo su señora?

            —¿A qué te refieres?

            —A que si tú sabías que iba a quedar hospitalizado.

            —Ah… no.

            —¿Entonces?

            —¿Entonces qué?

            —¿Entonces cómo es que estabas tan segura que lo amenazaste?

            —Ah, eso… mira, técnicamente, yo no sabía qué le iba a hacer ella. No obstante, sí sabía que ella era celosa, porque varias veces la vi celando al tipo ese. Los celos pueden pasar a violencia, y cuando son tan celosos como la señora, era más que seguro que iba a pasar a mayores.

            —¿Entonces sabías o no?

            —A ver, chico listo… te lo resumo un poco: yo no sabía, especulaba. Son cosas distintas. Cuando tú sabes algo, puedes demostrar que ese algo es así. Cuando especulas, tú dices “es muy probable”. De todos mis razonamientos, ninguno era demostrable con la evidencia que tenía: nunca la vi a ella golpearlo, nunca vi ni al Juan, ni al Ricard interesándose por un hombre. Es decir, yo no vi nada, pero con lo que tenía me armé la historia, y estaba en lo cierto.

            —¿Y si no? ¿Y si te equivocabas? ¿No te dio miedo pensar que estabas en algo incorrecto?

            —¿Qué era lo peor que podía pasar?

            Boris se sintió como un tonto. Claro: ella lo único que había hecho especulando fue decirle la frase a Juan. Se quedó en silencio.

            —Entiendo: quedaría todo como una frase trivial.

            —En efecto. Como te dije, yo no sabía que iba a perder los dos testículos, pero sabía que no iba a salir ileso.

            —¿Y no fuiste un poquito cruel?

            —Sí… estaba pensando en si fui excesiva, pero esta mañana me confirmaron mi teoría perturbadora, así que pienso que hasta me quedé corta. Bueno, hice todo lo que estaba en mis manos para desquitarme. Para bien o para mal, perdí una relación con un hombre que me traía harta estabilidad y que me hacía sentir querida. Yo no soy así. O al menos, no fuera del trabajo.

            —¿Y cómo eres entonces?

            —No lo sé. Tal vez tengas que averiguarlo.

            —Ni siquiera puedo averiguar qué me duele y voy a poder averiguar cómo eres.

            —Pobrecito. Tranquilo, no soy mala gente, por si por ahí va tu duda.

            Y tenía razón. Teresa no era mala gente, simplemente había sucumbido a sus bajos instintos, y había soltado todo su armamento sobre su contrincante. A la luz de los hechos, el actuar de teresa era más comprensible que cuestionable, y ella sabía que lo que había hecho, aunque fuera un poco desproporcionado para algunos, era la mejor forma para detenerlo.

            —Mira… Juanito La Víbora nunca fue trigo limpio. Era un tipo que no sabía amar nada que no le fuera útil. Apenas pudiera, iba a cortar mi cabeza. Esa actitud me enferma, y es en parte por eso mismo que llamé a su señora.

            —Sí, entiendo que se atrasó y todo, pero… ¿no podías dejarlo en una simple amenaza?

            —Podía, pero… ¿quién se iba a encargar de sacar la basura después? Él podría haber usado la situación en mi contra, y por eso había decidido concretar todas mis amenazas. Él no iba a tener piedad.

            —Entiendo, pero no sé cómo es que puedes vivir con eso.

            Teresa se quedó en silencio, bajó un poco la mirada y tomó aire.

            —Yo tampoco —sentenció—. No es como que lo haya disfrutado, pero ya medité lo suficiente al respecto, y ya sé que lo que hice no estuvo mal, que para acabar con un usuario de la maldad como era él, hay que saber usar mejor la maldad.

            Entonces, Boris notó algo peculiar en su mirada, que identificó como remordimiento. Teresa había crispado sus dedos.

            —Tere, algo me dice que no estás contenta con lo que hiciste.

            —No, es lo contrario. Me encanta lo que hice, pero no puedo evitar sentir que hay algo dentro de todo eso que no está bien. No sé muy bien qué es.

            Boris no la conocía lo suficiente como para saberlo, lamentablemente.

            —De todas formas, no se te nota cómoda con eso.

            —Es porque no es algo habitual, supongo. ¿Te ha pasado que de repente por pura adrenalina haces algo que no te creías capaz de hacer?

            —Sí.

            —Pues… después de eso, duele el cuerpo, ¿no será eso?

            Boris lo entendió, y se dio cuenta de que había estado siendo un idiota. Que, por más corajuda que se viera, y por más que aparentara estar totalmente bien, una ruptura es una ruptura.

            —Tranquila, te entiendo —le dijo—. Simplemente querías olvidar rápido, ¿no?

            —No, no se trata de olvidar.

            —Tienes razón, ¿qué te parece si decimos que estabas tratando de drenar la frustración?

            —Me parece correcto.

            —Pues… estabas tratando de drenar en un movimiento único una gran cantidad de sentimientos, ¿no?

            —Sí.

            —Entonces, básicamente explotaste, solo que en lugar de hacerlo hacia todos lados, canalizaste la salida.

            —Tienes más agallas de las que pensaba.

            Boris se sintió un poco incómodo. Era raro para él ser felicitado, y más aún por alguien del sexo opuesto. Teresa notó que Boris estaba medio desconcertado y se rio levemente.




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