“El fin de la tregua”
Cuando empezó el tercer trimestre, a la vuelta de las vacaciones de Navidad, también acabó la falsa tregua que Julia parecía haber dado a Helena en su lucha constante por hacerle la vida tan horrible como pudiera, pero Helena no se dio cuenta hasta que fue demasiado tarde.
Helena estaba totalmente inmersa en sus estudios. Quería sacar la nota más alta para irse a estudiar a Madrid junto con Guillermo, que ya le había hablado de sus intenciones de estudiar imagen y sonido y ella ciencias de la información. Habían estado soñando con el equipo que iban a formar como reporteros gráficos recorriendo todo el mundo detrás de las noticias.
Durante las vacaciones navideñas sus encuentros con Guillermo se habían interrumpido, puesto que no había clases y la vida social de Helena era nula. Apenas había salido de casa y cuando lo había hecho, había sido con su madre, al acompañarla a algún recado o alguna visita de cortesía, así que hasta que no comenzaron a clase no supo nada de Guillermo.
Cuando se reincorporaron a las clases, su sexto sentido le avisó que algo había cambiado en Guillermo. No le hizo falta hablar con él, ni verle. Su actitud le habló por si sola, cuando no pasó a buscarla el primer día de clase, como había estado haciendo antes de las vacaciones y lo confirmó cuando al entrar en el aula, vio el sitio que había estado ocupando Guillermo a su lado en el pupitre, vacío y a él sentado en el pupitre de Julia, junta a ésta. Sintió como si de repente alguien le hubiera atizado un gran puñetazo en el centro del ombligo y las magdalenas con cola cao que se acababa de desayunar, a punto estuvieron de salir disparadas por su boca. Se quedó paralizada en la puerta del aula, sin saber cómo reaccionar. No sabía si marcharse o quedarse. Era incapaz de pensar.
Por suerte contaba con un fuerte aliado, un ángel de la guarda que intentaba frenar las embestidas de odio de Julia hacia Helena, por lo menos las que ocurrían dentro del aula.
—Veo que en cuanto me despisto, volvéis a cambiar de pupitre a vuestro libre albedrío— Dijo Don Prudencio, dirigiéndose a Guillermo — ¿Verdad, señor Pacheco Arozamena?
Guillermo comenzó a ponerse rojo como la grana. Julia que estaba sentada a su lado, a menos de dos centímetros, solamente tuvo que estirar un dedo para llegar a la mano de Guillermo y así transmitirle que estuviera tranquilo, que no le iba a pasar nada, pero el chico no estaba hecho de la pasta de Julia y no quería que el profesor le castigara.
—Lo siento Don Prudencio— Dijo, mientras se levantaba y con la mirada fija en la punta de sus zapatillas de deporte, encaminó los pasos hacia el pupitre que había estado compartiendo todo el año con Helena.
En cuanto Guillermo se volvió a sentar al lado de Helena y el profesor comenzó la clase, ésta se apresuró a preguntar a Guillermo:
—Estuve esperándote en el portal. Pensé que no habías venido a clase ¿Estás enfadado?— Ella le miraba a la cara mientras le hablaba, pero él tenía la vista fija en Julia, que le miraba con una sonrisa dibujada en la cara.
— ¿Pensabas que no me iba a enterar? Julia y Azucena me lo han contado— Le contestó Guillermo, con la voz temblorosa por los nervios y sin atreverse a mirarla a la cara porque sabía que no resistiría tener esa mirada tan linda y luminosa que se le había clavado en el alma como puñales. Le había hecho mucho daño lo que Julia le había contado de Helena y durante las dos semanas de vacaciones se había pasado varias noches despierto intentando disculparla, buscando un argumento válido que la exculpara, pero no lo había conseguido, muy a su pesar, porque durante esas semanas, también se dio cuenta de que se había enamorado de Helena hasta las trancas y el saberse traicionado por ésta le había dolido infinitamente más que si se hubiera tirado desde un décimo piso en caída libre.
Realmente le costaba creer que fuese cierto, pero no solamente Julia se lo había dicho, su versión había sido corroborada por varias compañeras.
—No sé de qué hablas Guillermo. Por favor, explícate para que te pueda entender— Le contestó Helena perpleja, intentando conseguir ver su mirada, pero le resultó imposible. Guillermo tenía la cabeza girada para no tener que ver la cara de Helena, no podría. Pensó que la había conseguido odiar, cuando se enteró de su traición, pero al volver a verla y tenerla tan cerca, se dio cuenta que no sólo no la odiaba, sino que la seguía queriendo, si cabe mucho más que antes porque ahora sabía que ella no le correspondía en ese amor, como había llegado a pensar.
—Si te queda algo de dignidad, te voy a pedir el favor de que lo que queda de curso, no me vuelvas a dirigir la palabra. En cuanto acabe el curso me iré de este pueblo de mierda y no volveré a saber más de ti, afortunadamente— Pronunció Guillermo, haciendo énfasis en la última palabra, a la vez que giraba la cara para encontrarse directamente con esos ojos que ya habían comenzado a llenarse de lágrimas.