El Tigre y el Dragón

Capítulo 27. La Voluntad de Hyouei Nishida

Rurouni Kenshin
El Tigre y El Dragón

Wingzemon X

Capítulo 27
La Voluntad de Hyouei Nishida

Kyoto, Japón
26 de Julio de 1878 (Año 11 de la Era Meiji)

El repentino eclipse sorprendió a Sanosuke cuando éste se encontraba caminando solo a las afueras de la ciudad. Había salido del Aoiya sin un rumbo fijo, más allá de sólo intentar despejar un poco su mente. Estar de regreso en Kyoto, y especialmente tan pronto, tampoco era muy agradable para él. Habían ocurrido muchas cosas desagradables por esos rumbos, por no mencionar algunas pérdidas tanto de amigos como enemigos. Pero lo que más le molestaba en ese momento era la plática absurda que acababan de tener.

¿Alguien que utilizaba el mismo estilo de pelea que Kenshin? Y, además, ¿podría ser más veloz y fuerte que él? Absurdo, sencillamente absurdo. Los demás podían creer algo como eso porque no estuvieron ese día en la base de Makoto Shishio. No vieron como Kenshin tuvo dos intensos y casi letales encuentros, saliendo victorioso de cada uno, sólo para después hacerle frente al propio Shishio. No presenciaron cómo se levantó de los muertos con aún más fuerzas que antes, cómo blandió su espada ante ese enemigo que parecía invencible, y como lo derrotó con esa extraordinaria y casi irreal técnica. Si hubieran estado ahí, si hubieran sido testigos de esas asombrosas hazañas, no pondrían siquiera dichas ideas sobre la mesa. Y eso no era sólo por su estilo de pelea, de eso estaba seguro; era algo dentro de el propio Kenshin, algo que lo hacía sencillamente un ser único.

«Dioses, Budas, nada de eso me importa», pensaba el peleador unos segundos antes de que el cielo se oscureciera. «Y mucho menos ese supuesto Hijo de Dios. Yo sólo creo en Kenshin…»

Si lo que buscaba era despejar su mente y olvidarse de todo ese asunto por unos momentos, el día convirtiéndose en oscuridad definitivamente hizo un buen trabajo en ello. El momento duró sólo unos minutos, en los cuales el antiguo peleador callejero permaneció en su sitio, mirando estupefacto al cielo. Una vez que el sol volvió, Sano pareció reaccionar también. Sentía como si hubiera caído en alguna clase de trance, y hubiera estado ahí parado por largos minutos. Con su antebrazo se talló sus ojos, como intentando despertar de un pesado sueño.

—¿Y qué se supone que fue eso? —Se cuestionó a sí mismo en voz baja—. ¿Cómo es que el sol se ocultó así?

—¡Fue un milagro! —Escuchó de pronto que una vocecilla pronunciaba a sus espaldas. Sanosuke se giró sobre su hombro, y miró más atrás por el camino a una mujer y dos niños que avanzaban en su dirección. Quien hablaba era la niña, un poco más alta que el otro chico y con rostro entusiasmado y contento—. ¡Shougo-sama lo cumplió!, ¡realizó el milagro que prometió!

—No digas eso, te van a oír —susurró despacio la mujer, inclinándose hacia ella con postura protectora. En aquel momento parecieron percatarse de su presencia, y aquello puso aún más nerviosa a la mujer. Sin embargo, igualmente le sonrió como si nada pasara, mientras con sus manos acercaba a los dos niños hacia ella—. Buenas tardes…

Luego de pronunciar ese escueto saludo, y sin esperar alguna respuesta, comenzó a avanzar apresurada. Sanosuke se hizo a un lado y los tres pasaron rápidamente delante de él sin siquiera mirarlo. Él, por otro lado, los siguió discretamente con la mirada mientras se alejaban.

«¿Un milagro?», pensó un tanto curioso. «¿Y quién demonios es Shougo?»

¿Estaban hablando del eclipse? ¿Acaso estaban insinuando que alguien había hecho que eso ocurriera? Eso era absurdo, nadie podría hacer algo como. Sólo un Dios… o algo así…

La mirada del peleador se agudizó al igual que todos sus sentidos. Podría no ser nada, pero le pareció que aquello podría ser una pequeña pista del individuo que había atacado a Misao… El supuesto Hijo de Dios. Podría volver al Aoiya y avisarle a Kaoru y los otros, pero en realidad no tenía mucho más que una simple conversación a medias que no decía nada por sí solo. Pero quizás si investigaba un poco más podría llegar a algo. Y, ¿quién sabe?, desenmascarar a ese falso Hijo de Dios.

Manteniendo su distancia, Sanosuke comenzó a andar en la misma dirección en la que aquella mujer y los niños iban. Tuvo que usar todas las habilidades callejeras que había adquirido con el tiempo para esconderse y pasar desapercibido, pero no era fácil considerando que esas no eran las calles de Tokio sino un camino rular en el que sólo tenía árboles y algunas rocas para ocultarse. Y además la mujer claramente estaba paranoica y frecuentemente volteaba hacia atrás para ver que no la siguieran; eso dejaba bastante en evidencia que estaba ocultando algo.

Su persecución lo alejó cada vez más de la ciudad, pasando por los campos y casas de las personas que vivían a las afueras, y luego hacia un camino que subía por una montaña y al costado de un pequeño río. En un momento en el último tramo los perdió de vista, por lo que tuvo que acelerar para poder alcanzarlos, a riesgo de ser visto. Por suerte no fue descubierto, pero por mala suerte esto fue porque ya no los vio. El camino terminaba justo en una cascada que caía desde lo alto con fuerza, y no había rastro alguno ni de la mujer ni de los dos niños. Para una persona común ese hubiera sido el final del camino, pero no para un antiguo pandillero como él, además de miembro de un grupo paramilitar como la tropa Sekijo. Él sabía muy bien qué lugares como ese eran buenos escondites.




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